jueves, 28 de mayo de 2009

Un textito de Rubem Alves

Este es un textito del brasileño Rubem Alves, que me resulta muy interesante para sacudir la modorra de las ideas y las creencias. La traducción es propia, así que sepan disculpar si algún fragmento resulta algo ambiguo.

Acerca de dioses y rezos.

Perdida en medio de viajeros que llenaban el aeropuerto, ella era una figura que desentonaba. La ropa larga, los pasos pesados, una bolsa de plástico colgada en una de sus manos –esas señales decían que ella ya no se vinculaba más a su condición de mujer: no se preocupaba por ser bonita. Pensé incluso que se trataba de una monja. Su comportamiento era curioso: se dirigía a las personas, hablaba por algunos momentos, y como no le prestaban atención buscaba otras con quienes hablar. Cuando vi que ella tenía una Biblia en la mano comprendí todo: ella se imaginaba poseedora de conocimientos sobre Dios que los otros no poseían y trataba de salvar sus almas.
Mi camino me obligó a pasar cerca de ella –y cuando miré su rostro de cerca me llevé un susto: lo reconocí de otros tiempos, cuando ella era una joven bonita que reía y saltaba y a la que mirábamos con mirada codiciosa.
No me resistí y la llamé en alto por su nombre. Ella se espantó, me miró con una mirada interrogativa, no me reconoció. Con razón. Los muchos años dejan sus marcas en el rostro.
– ¡Soy Rubén!
Su rostro se iluminó por el recuerdo, sonrió, y pensé que podríamos sentarnos y conversar sobre nuestras vidas. Pero su preocupación con mi alma no permitía esas pérdidas de tiempo con charlas menores. Y ella trató de verificar si mi pasaporte a la eternidad estaba en orden:
– ¿Continúas firme en la fe?
– Pero de ninguna manera. ¿Es que acaso dejaste de leer la Biblia? Porque dice que Dios es espíritu, viento impetuoso que sopla en todo lugar, el mismo viento que él sopló dentro de la gente para que respirásemos, fuésemos livianos y pudiéramos volar. Quien está en el viento no puede estar firme. Firmes son las piedras, las tortugas, las anclas. ¿Has visto a un papagayo firme? El papagayo firme es un papagayo en el suelo, no vuela. Pues yo estoy más como el buitre, allá en las alturas, flotando al sabor del imprevisible Viento Sagrado, sin firmeza alguna, rodando en largo círculos.
Ella quedó perdida, creo que nunca había oído una respuesta tan extraña, cambió de táctica e intentó tomar mi alma por otro lado, se largó a hablar de Dios, me informó que él es maravilloso etc, etc, etc, como si estuviera en el púlpito en la celebración del domingo.
Me refugié y dije:
– Creo que la que no está firme en Dios eres tú. Mira, me pasé toda la noche respirando, estoy respirando desde que recuerdo, y juro que ahora es la primera vez que pienso en el aire. No pensé ni hablé del aire porque somos buenos amigos. Él entra y sale de mi cuerpo cuando quiere, sin pedir permiso. Pero la historia sería otra si yo tuviera asma, los bronquios cerrados, el aire sin modo de entrar, o, como en aquel antiguo anuncio de jarabe Bromil, el pobre hombre sofocado por una mordaza, gritando por el aire que le faltaba. Por las dudas hasta andaría con un tanque de oxígeno en el equipaje, por cualquier emergencia.
Y continué:
– Pues Dios es como el aire. Cuando la gente está en buenas relaciones con él no es preciso hablar. Pero cuando la gente está atacada de asma, entonces es preciso andar gritando su nombre. Del modo que el asmático invoca el aire. Quien habla con Dios todo el tiempo es un asmático espiritual. Y es por eso que anda siempre con Dios embotellado en la Biblia y otros libros y cosas de función parecida. Solo que el viento no puede ser embotellado…
Ahí ella vio que mi alma estaba perdida y, como consuelo, hizo una señal de adiós y dijo que iría a orar mucho por mí. Ahí protesté, imploré que no lo hiciera. Le dije que tenía miedo de que Dios se ofendiera. Pues hay rezos y oraciones que son ofensas. Obviamente: se volvió allá, a golpear las puertas de Dios, pidiendo que él tenga lástima de alguien. Yo le asigno dos errores que, si fuesen conmigo, me enojarían mucho.
Primero, estoy diciendo que no creo en el amor de el, que deber ser medio debilucho, sin iniciativa, prejuicioso, a la espera de mi iniciativa. Si yo no doy mi empujón, Dios no se mueve. ¿Y eso no es algo que ofenda a Dios? Segundo, estoy sugiriendo que El debe andar medio olvidadizo, desmemoriado, necesitado de un secretario que le recuerde sus obligaciones. Y trato de, diariamente, presentarle su agenda de trabajo. Pero está en los salmos y en los evangelios que Dios sabe todo antes que la gente diga cualquier cosa. Ahora, si la gente se queda en sus palabrerías es porque no cree en eso. No creo en la oración en la que gente habla y Dios escucha. Creo en la oración en que la gente se queda quieta para oír la voz que se hace oír en medio del silencio.
Volví a mi amiga:
– Mira. Tuve un hijo que estudiaba lejos. Y yo lo quería. Y él me quería. De vez en cuando nos hablábamos por teléfono. Y el dinero de la mesada iba siempre, con llamada telefónica o sin llamada telefónica. Ahora imagínate: de repente comienzo a recibir llamadas telefónicas de él tres veces por día y mensajes por fax, cartas y telegramas alabando mi amor, agradeciendo mi generosidad… ¿Crees que eso me haría feliz? De ningún modo. Concluiría que mi pobre hijo habría enloquecido y estaría padeciendo un terrible miedo de que yo lo abandonase. Pues así mismo es con Dios: quien pasa el día entero detrás de él, con peroratas, es porque desconfía de él. Pero lo peor es el gusto estético que así se le imputa a Dios. Una persona que gusta de pasar el día entero oyendo a los otros repitiendo las mismas cosas, las mismas palabras, los mismos rezos, por la eternidad, no debe estar muy bien de la cabeza. Creo que el estaría más feliz si, en vez de mi charla, yo le ofreciera una sonata de Mozart o un poema de Adelia…
Pero ahí el altoparlante llamó a mi vuelo, tuve que despedirme, e imagino que ella se quedó afligida, temerosa de que Dios derribara mi avión con un rayo. Mal sabía ella que Dios ni había oído nuestra conversación pues, cansado de las cuestiones de los adultos, el huye siempre que ve dos de ellos conversando y se esconde de ellos, disfrazado de niño.

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