jueves, 20 de mayo de 2010

Cristo de los pescadores

Cristo de las redes:
¡No nos abandones!
y en los espineles
déjanos tus dones.
No pienses que nos perdiste,
es que la pobreza nos pone tristes,
la sangre tensa, y uno no piensa
más que en morir.
Agua del río viejo:
Llevate pronto este canto lejos
que está aclarando
y vamos pescando para vivir.


El Quique Pesoa, con Beto Solas en voz y percusión, más Roberto Segret en chelo, hacen este temazo de Fandermole que charla, en voz baja, del laburante, del hombre de río, y del papel de la fe en su vida.

lunes, 17 de mayo de 2010

de silbos apacibles y esas yerbas

Después del terremoto, un fuego; pero el SEÑOR no estaba en el fuego. Y después del fuego, el susurro de una brisa apacible. Y sucedió que cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con su manto, y salió y se puso a la entrada de la cueva.
Porque son matices los que hacen únicos a los momentos y las personas.
Son los detalles los que nos salvan.

La vida es –las más de las veces– una gran monotonía. Rutinas, reiteraciones, dialécticas circulares. Es así que los momentos que conservamos como más caros a nuestra memoria son únicos e irrepetibles no por la espectacularidad de su contenido, sino por la singularidad de pequeños, insignificantes, imperceptibles matices. Las personas no somos (mal que nos pese) seres demasiado originales. Somos todos bastantes predecibles, somos todos hijos de similares condicionamientos ambientales e internos. Pero nuestra intuición y alguna percepción que no siempre es conciente nos indican que hay personas diferentes de abismales diferencias. Que hay escenas de nuestras vidas (increíblemente parecidas a tantas escenas de nuestras propias historias y de millones de historias ajenas) que son únicas por sus matices, por sutilezas, por detalles casi imperceptibles a los ojos de un observador cualquiera pero que imprimen una singularidad profunda, notoria, eterna, en nuestro espíritu.
Es un diminuto fueguito el que elevó al globo, un gesto el que pintó la mañana, una imagen la que vistió la tarde gris de crepúsculo inspirador. Una estrella desapercibida por todos la que llevó a tres sabios de oriente hasta el corral de animales donde llorisqueba un rey. No sabemos cuál será el ángel (el angelo: mensajero de Dios) que remueva el agua del estanque de nuestro ánimo. Un aroma, una palabra, una intención, va a ser, en el momento menos esperado, la que redima nuestro día y hasta nuestra existencia, la que salve… la que nos salva*.* 1. Librar de un riesgo o peligro, poner en seguro. [Definición de la RAE]

miércoles, 5 de mayo de 2010

la apuesta de la fe

de José Míguez Bonino. Fragmento del capítulo IV '¿HAY ALGUNA SEGURIDAD?' del libro ESPACIO PARA SER HOMBRES

UNA APUESTA…
“El Evangelio nos invita a jugarnos la vida…” Un gran pensador cristiano, Pascal, lo llamaba “la apuesta”. Nos agrade o no la comparación, su sentido es exacto. Un autor inglés narra una interesante parábola para ilustrar esta misma verdad. Es la época de la última guerra mundial. Un ciudadano ingles quiere unirse a la resistencia en Francia. Establece contacto en Inglaterra con agentes de la resistencia. Finalmente se le da un lugar y una fecha en que debe encontrarse con el jefe de la resistencia, ya en territorio francés. Y el nombre de dicho jefe. Se traslada, acude a la cita, se identifica. El jefe de la resistencia le hace numerosas preguntas. Finalmente lo admite con unas palabras extrañas e intranquilizadoras: “Tú eres extranjero y no podrás comprender mucho de lo que ocurre aquí. Verás cosas extrañas. De una cosa debes estar seguro: yo soy el jefe y sé lo que hacemos. Confía en mí”. Pasa el tiempo; el nuevo recluta ve a su grupo vistiendo uniformes nazis, realizando misiones que parecen exactamente opuestas a su propósito; ve al jefe colaborando con el enemigo. ¿Sería verdaderamente la resistencia a lo que se había unido? ¿No había sido víctima de un monstuoso engaño? ¿Era éste el jefe o un traidor? En medio de las dudas, sólo puede asirse a una palabra: “Ten confianza en mí y al final verás”. Es todo lo que tenemos para nuestra fe: un tal Jesús de Nazaret que nos dice: “Ten confianza y al final verás”.

… CERTIFICADA POR UNA VIDA
Un tal Jesús que se tomó tan en serio la historia del Dios de Israel, del Dios que había anunciado la justicia y la paz, que había prometido un futuro para la humanidad y para el mundo… tan en serio que vivió de esa promesa toda la vida, y finalmente por ella entregó su vida. Desde el comienzo ubicó su vida en términos de esa promesa. Uno de los profetas de ese Dios había mirado hacia el futuro la liberación de la opresión, la enfermedad y la pobreza. Y Jesús retoma sus palabras y anuncia: “Porque el Espíritu del Señor me ha comisionado para anunciar a los cautivos libertad, a los ciegos vista, para dar buenas noticias a los pobres, para sanar a los afligidos, para anunciar la llegada del tiempo de liberación”. Algunos pocos aceptaron su mensaje y se unieron a él. Y otros, a lo largo de los siglos, también lo han hecho. No hay certificación. Jesús dice simplemente: “Sígueme”.
Es claro que no entramos a ciegas en “el juego de Jesús”. Su propia vida es una garantía, porque es imposible leer el relato de la vida de Jesús y no sentir el timbre de la autenticidad, de lo que es verdadero y real. Si alguna vez hubo verdadera humanidad, un hombre cabal, está aquí. Su invitación no es una frase vacía o demagógica; está respaldada por cada acto y cada palabra. Pero aun así: ¿qué nos asegura que fue otra cosa que un genial y heroico soñador? Porque toda su vida es un constante combate en el cual su mensaje, sus gestos, sus intenciones son permanentemente rechazados, atacados, negados, no sólo por sus adversarios sino incluso por sus propios seguidores. Y finalmente, su causa es crucificada.

En este sentido, el Nuevo Testamento es muy realista. Si la cruz es la ultima palabra, estamos ante un magnífico ejemplo de humanidad, pero nada más. Nada respalda universal y efectivamente esa vida. Y sus seguidores somos, mal que la palabra nos disguste, “engañados y engañadores”, “los más infelices de los hombres” (son palabras del apóstol Pablo). El sello de la realidad de esa vida es, según el Nuevo Testamente, la resurrección de Jesús. La importancia de la resurrección no estriba para el Nuevo Testamento en su carácter asombroso o milagroso. Si Dios es Dios, tal cosa no es en absoluto increíble. La importancia radica, más bien, en que con ese acto Dios confirmó todo lo que Jesús había sido, dicho y hecho. Es por eso que Pablo dice que si no hay resurrección, la fe se queda sin fundamento.
Utilizando un lenguaje muy poco religioso podríamos decirlo así: Jesús documentó de una vez para siempre el mensaje que nos habla de un Dios creador, del Dios de amor que quiere elevar a la humanidad y colocarla en el camino de un mundo nuevo. Lo documentó con su vida. Y en la resurrección, dios mismo firmó el documento. No hay posibilidad de certificar esa firma. Lo único que podemos hacer es presentar el documento y tratar de cobrarlo. Jugarnos a que tiene fondos. Este lenguaje comercial y realista corresponde al tema. El Nuevo Testamento no vacila en emplearlo. Pablo dice, incluso, que si la resurrección no es real, si la firma es falsa, “Dios se muestra mentiroso”. No hay otra garantía.