lunes, 30 de marzo de 2009

La Hora del Planeta

El sábado por la tarde, cansados por la actividad del día y la temperatura inesperadamente elevada, nos dispusimos a mirar el partido de fútbol en el que Diego Maradona debutaba como director técnico del seleccionado argentino. Luego de un rato, unos cuantos minutos de hipnosis televisiva, el reloj señalaba que faltaban pocos instantes para las 20:30 hs, momento señalado por varias ONGs y cadenas de mail, como invitación a sumarnos a lo que se llamó “La hora del planeta” y que no era otra cosa que unirnos en apagar todas las luces y artefactos eléctricos durante una hora. Por ejemplo Click ACÁ.

No tengo la menor idea de la utilidad real que este tipo de iniciativas puedan aportar a la causa del planeta o a la causa de los promotores de estas actividades. Sin embargo, en mi casa, decidimos adherir con nuestro apagado de luces. Obviamente, el televisor siguió encendido, mientras Messi, Tévez, Maxi Rodríguez, Kun Agüero, y los muchachos de Maradona, hacían lo suyo en la pantalla.

Un pastor que estaba de visita en casa nos espetó la siguiente sentencia que me dejó mudo en un principio, re caliente al segundo, y nervioso en un tercer momento pensando en cómo contestarle sin hablarle de mala manera. Dijo: “Eso lo hace la gente del mundo que no sabe lo que va a pasar. Nosotros [los creyentes] sabemos lo que va a pasar así que ¿para qué vamos a hacer esas cosas?”.

Este pastor estaba contextualizando para esta situación concreta una actitud de la iglesia que me tiene re podrido. Es un discurso absurdo y contradictorio, pero que no tiene nada de inocente. Suelo creer que la mayoría de las barrabasadas que comete la iglesia evangélica son hijas de la ignorancia o la pobreza intelectual y espiritual. Sin embargo eso no libera de culpa a quienes perpetramos incontables bestialidades. Vuelvo a la actitud que, creo, tiene más de comodidad y desidia que de error.

No es improbable que este tipo de medidas no solucionen ni aporten nada a las causas realmente importantes. No es improbable que la correcta actitud de la fe deba ser un distanciamiento de determinadas propuestas y políticas. Sin embargo no podemos, los evangélicos, seguir escudándonos en frasesitas superfluas que no hacen otra cosa que esconder nuestra falta de compromiso con la realidad, con nuestro tiempo, con nuestra gente (que no es otra cosa que darle la espalda al Dios que decimos servir). Si realmente estamos convencidos de que no debemos adherir a determinada cuestión que promete beneficios para muchos, pues entonces desarrollemos argumentos sólidos para justificar nuestra actitud. Rechacemos las propuestas decentemente. Critiquemos con argumentos, opongamos alternativas, seamos mínimamente serios. No podemos demostrar nuestra falta de compromiso y autoconvencernos de lo correcta de la decisión estribando en frasesitas huecas y falaces. Por más espirituales que suenen (aunque la mayoría suenan patéticamente estúpidas), son excusas, son caza-bobos, son sofismas, son “estratagemas de hombres que para engañar emplean con astucias las artimañas del error”. Y toda un conjunto de evangelicosos lo escuchan en el púlpito y lo repiten sin el menor filtro, de la misma manera que compran cualquier profesía de turno o lectura, generalmente retrógrada y reaccionaria, de la realidad.

Disiento con la mayoría de la gente de nuestras iglesias. No coincido con el pensamiento de la mayoría de mis colegas pastores y creyentes. No pretendo que todos piensen como yo. No pretendo que nadie piense como yo. Pero, por favor, un poquito de seriedad. Un poquito de respeto a los demás creyentes y los demonizados protagonistas de la realidad política y social. Podés estar en desacuerdo y considerar un burro al que propone “A”. Pero no porque Dios se escribe con “D”. Decime algo coherente. Dame argumentos. Contame por qué “B” es mejor.

Toda esa sarta de lugares comunes evangélicos funcionó muy bien hasta ahora, y nos convirtió en la iglesia evangélica que somos. ¿Estás contento con esto? Seguí así. Yo sigo buscando otros rumbos. Caminos superadores. ¿Te parece que esto es lo mejor que Dios tiene para el mundo? ¿Te parece que esto es todo lo que la iglesia puede hacer ante el colapso del planta? ¿Soñar con el Apocalipsis y sentarnos a hablar mal de la ONG “QuienQuieraQueSea” porque no son evangélicos?

No me considero más que nadie, pero no estoy dispuesto a ser considerado menos de lo poco que soy por respeto a cuatro giladas que nadie parece estar dispuesto a destronarlas de su consuetudinario poder.

Me sigo aferrando a la sospecha como arma de batalla. Ante la mediocridad y el conformismo (empezando por el mío propio), ante el estatismo y la comodidad (empezando por el mío propio), ante el pensamiento mágico y el discurso alienante, me aferro a la sospecha.

Finalmente, para describir un poco esta actitud, cierro con un viejo chistecito de Juan Verdaguer:

- Sabes, querida: cuando hablas me recuerdas al mar.

- ¡Que lindo, mi amor! No sabía que te impresiono tanto.

- No me impresionas… ¡me mareas!

jueves, 26 de marzo de 2009

La iglesia del futuro -Capítulo II-

Hace un par de días nos visitaron mis padres y, como corresponde, compartimos un poco de trabajo, un asado bien gauchito, y sobremesa de filosofía político-teólogo-sociológica (o algo más espeluznante y menos definible, aún). Por supuesto todo bien lubricado con tinto a discreción. Como dice mi amigo Pablo Davies: “La calidad de la teología es inversamente proporcional a la cantidad de vino que hay en la botella”. Con mi papá solemos no estar de acuerdo en la mirada de las cuestiones, en las propuestas, y en la valoración de las eventuales respuestas. Coincidíamos esta vez, circunstancia poco frecuente (aunque por lo obvia de la cuestión tampoco es demasiado meritorio el acuerdo), en que en nuestras regiones padecemos una profunda falta de políticas largoplacistas. Nos faltan instituciones y personas que proyecten y trabajen para lograr el país que queremos ser. Somos, en definitiva, lo que nos va saliendo. Y después nos despachamos con la remanida y odiosa frasesita de “es lo que hay”. Lo lamentable es que debería y podría haber habido algo mejor.

No es ilógico, entonces, que en ese contexto, tengamos iglesias que padecen la misma flaqueza. Esto es a la vez que una falta, una virtud. Tal vez no sea algo para jactarse demasiado pero que nuestras iglesias reflejen el mismo desconcierto que la sociedad en su conjunto habla, de alguna manera, de una institución popular, en el sentido de su identidad con la comunidad a la cual pretende servir. Me genera un poquito de desconfianza el que tiene todo claro y ordenado cuando los demás se están ahogando en el descontrol. En la película “La historia oficial”, el padre de los personajes de Alterio y Arana le dice: “… todo el país se fue para abajo. Solamente los hijos de puta, los ladrones, los cómplices, y el mayor de mis hijos se fueron pa’ arriba.” De alguna manera nuestra condición indica en qué vereda estuvimos y estamos parados.

Retomando la idea de la iglesia del futuro, digo que no alcanza sólo con llenarnos la boca con doctrinas y valores que decimos sostener (aunque la práctica generalmente desmiente nuestra proclamada adhesión), sino que, además, necesitamos trabajar para construir la iglesia estructurada por tales valores y doctrinas. Gran parte del problema es que hay muchos valores –o desvalores– que tenemos y no los reconocemos –o no los queremos reconocer–. Y muchos de los valores que decimos tener son sólo palabras, son sólo enunciados, no construimos nada con ellos. Son puro metal que resuena, platillo que hace ruido.

Pero una de las preguntas cruciales en este sentido sería: ¿Sabemos qué iglesia queremos ser? ¿Tenemos idea de qué tipo de comunidad y qué tipo de individuos esperamos que conformen nuestra iglesia dentro de 5, 10, 20 años? ¿Estamos haciendo algo para que esa iglesia futura pueda llegar a ser o es que esperamos que se constituya por generación espontánea?

Mientras pensaba en estas cosas venían insistentemente a mi cabeza dos aportes, que puede ser que no aporten mucho, pero que valen por sí mismos y por eso me gustó la idea de sumarlos a esta charlita.

El primero es otra bendición pagana. Una poesía de Hamlet Lima Quintana (¡Nooo! ¿el comunista? ¡Sí! El comunista, sensible, humano, maravilloso Hamlet Lima Quintana).

Teoría de los buenos deseos

Que no te falte tiempo
para comer con los amigos,
partir el pan,
reconocerse en las miradas.

Deseo que la noche
se te transforme en música
y la mesa en un largo
sonido de campanas.

Que nada te desvíe,
que nada te disturbe,
que siempre tengas algo
de hoy para mañana

y que lo sepas dar
para regar las plantas,
para cortar la leña,
para encender el fuego,
para ganar la lucha,
para que tengas paz.
que es la grave tarea
que me he impuesto esta noche
hermano mío.

El otro aporte que tal vez no aporte es una canción de Silvio Rodríguez (¡Nooo! ¿El cubano, ateo, comunista, bla bla bla… ¡Si! El genial Silvio). Aquí nos cuenta que Mariana tiene bien en claro lo que quiere ser: Mariana quiere ser canción. Destino envidiable si los hay.


miércoles, 25 de marzo de 2009

La iglesia del futuro

Hace unos días miré, junto con mis hijos, una típica película Disney llamada “La Familia del Futuro”. En ella, el protagonista (un niño criado en un orfanato), viene a ser ayudado, desde el futuro, por su propia familia, porque la existencia misma de ellos está en peligro ante el presente del chico. En un momento, este muchachito comprende que la clave de la construcción de esa futura familia no depende tanto de la conquista de determinados logros como de la conquista de determinados valores, de adoptar un carácter que le permita hacer un uso inteligente de sus capacidades.

Linda la película. No muy original el planteo.

En ese sentido no es novedosa, tampoco, la reflexión que propongo. Me refiero a que no hace falta ser profeta ni vidente para imaginarse el futuro que nos espera. Con los valores presentes estamos construyendo el mundo del futuro, nuestros países del futuro, nuestras instituciones del futuro.

Para ir enfocando la mirada quiero centrarme en la iglesia que estamos construyendo. Después podría uno proyectar esto mismo a otros ámbitos, pero, inicialmente, me refiero a este segmento de la vida social, que es el que me ocupa en lo inmediato. Digo que, uno de los rasgos característicos de la relación interpersonal actual, es la intolerancia. Una intolerancia que asusta. Así como lo es en la sociedad toda, las iglesias no somos la excepción. Me resulta muy llamativo que en un grupo de 50, 200 o 1000 personas, que se ven las caras –como mínimo– una vez por semana, y se tratan, y se consideran miembros de una empresa común (y suprema, en la mayoría de los casos), esas personas vivan enemistados los unos con los otros por motivos que cualquiera calificaría de superfluos: alguna respuesta áspera, alguna falta de acuerdo en cuestiones domésticas, algún destrato involuntario. Lo cierto es que cualquier cosa nos exaspera. ¡No nos aguantamos nada! No hemos aprendido a debatir y discutir para construir consenso y elaborar propuestas superadoras, pero ahora ya ni siquiera somos capaces de tolerarnos. Y echamos por herejes a los que nos incomodan. Y condenamos por retrógrados a los que no nos comprenden. Y apelamos a alguna autoridad (generalmente la del pastor, porque la de la Biblia “no es tan inspirada”), pero sólo para que reivindique mi posición; caso contrario recuso la autoridad y la inspiración.

¿Qué iglesia estamos construyendo de esta manera? El único modelo de liderazgo compatible con una comunidad de intemperantes es el caudillismo más rabioso. Y hacia allí vamos.

Si, como en la película, algún creyente viniera del futuro dudo que intentaría fomentar en nosotros el fortalecimiento de nuestros actuales valores: vendría a sembrar alguna “verdad” mezquina, rastrera, partidista, de las que tanto nos gustan, para que, pasado el tiempo él y sus adeptos pudieran cosechar mayor poder.

¿De qué nos van a servir la “sana doctrina”, la “tradición de la iglesia”, las “verdades de nuestros mayores”, el día en que dejemos por completo de intentar convivir y crecer en disidencia, el día que la iglesia sea, declarada y abiertamente, el club de “losquepiensanasí”, y “losquehacenesto”?

Se le atribuye a Groucho Marx una frase que dice: “Jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera como miembro a alguien como yo”. Me asusta pensar en la iglesia que estamos construyendo. No quisiera imaginarme que la iglesia del futuro sólo admitiera a intolerantes fundamentalistas de una interpretación lineal de la Biblia y de la vida, como miembros. Quisiera imaginarme una iglesia del futuro con creyentes mejores que yo, con ciudadanos mejores que nosotros, con padres e hijos más dignos que lo que somos nosotros. Y me cuesta imaginármelo…

Creo haber leído que fue Castelli el que dijo: “Si lo ven al futuro, díganle que no venga”

martes, 17 de marzo de 2009

De bendiciones varias

Hoy, por el día de San Patricio, una amiga irlandesa nos envió un saludo con fotos y esta bendición irlandesa que me gustó subirla al blog. La versión en inglés la dejé porque tiene un ritmo y una musicalidad preciosos. La traducción es mía, así que sepan disculpar la impericia.

An Irish Prayer

May God give you…

For every storm, a rainbow,

For every tear, a smile,

For every care, a promise,

And a blessing in each trial.

For every problem life sends,

A faithful friend to share,

For every sigh, a sweet song,

And an answer for each prayer.

Una oración irlandesa

Que Dios te de ...

Por cada tormenta, un arco iris,

Por cada lágrima, una sonrisa,

Por cada peligro, una promesa,

Y una bendición en cada prueba.

Para cada problema la vida te envía,

Un amigo fiel para compartir,

Por cada suspiro, una dulce canción,

Y una respuesta para cada oración.


Y esta bendición me recordó otra bendición. Te cuento.

Hace un par de días, canturreando y maltratando la guitarra en familia, profanamos la canción “Noche de Bodas”. Y Sandra, un rato después dijo: “me gusta mucho la canción esa, la de la bendición”. ¿Cuál de la bendición? Pensé. “Nada que ver, con la bendición”, argumenté casi como reflejo. No podía ser que estuviera comparando esta canción pecadora y pagana con la (preciosa, por supuesto) bendición sacerdotal de Números 6:24-26. ¿Y por qué no podía ser? Porque una está en la Biblia y la otra no. Ciertamente una está divinamente inspirada y la otra… ¿y la otra?

Dejaremos el tema de la inspiración de las escrituras para mejor ocasión. También el significado y contenido de la bendición. Lo que me descolocó e intento ilustrar con esta anécdota es mi propia resistencia a asociar la Biblia con cuestiones tan mundanas como el amor, los miedos, la esperanza, los propósitos mediano y cortoplacistas. Y, por supuesto, la presencia de Joaquín Sabina merodeando las vestiduras de Aarón no se lleva muy bien con mi modelo interno de cristianismo y santidad.

Habrá que seguir luchando con los estereotipos internos. Al menos seguir preguntándonos y sospechando.

Por lo pronto podemos hacerlo disfrutando de esta bendición. La irlandesa, la bíblica, y también la de Joaquín.

domingo, 15 de marzo de 2009

Cumpleañeros


Hoy es el cumpleaños de una amiga muy querida. Ya está grande, pero por esa magia de la memoria, uno la sigue recordando niña.

El 15 de marzo es el cumpleaños (o uno de los supuestos cumpleaños) de Mafalda, la historieta del genial Joaquín Salvador Lavado: Quino.

Tengo, arriba del CPU al queridísimo Felipe, con el que nos entendemos de maravillas desde que lo conocí, y me acompaña mientras trabajo en la compu.

Así que vengo a reivindicar a los demás cumpleañeros, porque en Mafalda cumplen años todos los demás personajes. Feliz cumple, entonces, para Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito, Guille, Libertad, los papás de Mafalda, los papás de los amigos, y los eventuales etcéteros que anden por ahí.

Y haciendo el esfuerzo para no ponerme en intérprete ni exegeta de Quino, dejo un par de frasesitas que, entiendo, vienen en línea con la búsqueda de este espacio, de sospechar rumbos:

MAFALDA:

  • "No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavía no se habían dado cuenta."
  • "En éste mundo cada quién tiene su pequeña gran preocupación."
  • "En todas partes del mundo ha funcionado siempre muy bien la ley de las compensaciones, al que sube la voz, le bajan la caña..."
  • "Si vivir es durar, prefiero una canción de los Beatles a un Long Play de los Boston Pops"

MIGUELITO:

  • "Yo, lo que quiero que me salga bien, es la vida"
  • "Es inútil, nadie parece darse cuenta espontáneamente que soy un buen tipo"
  • "Trabajar para ganarse la vida está bien pero por qué esa vida que uno se gana trabajando tiene que desperdiciarla trabajando para ganarse la vida."

MANOLITO:

  • "Los cheques de tus insultos no tienen fondos en el banco de mi ánimo."
  • "Nadie pueda amasar una fortuna sin hacer harina a los demás"

SUSANITA:

  • "Amo a la Humanidad, lo que me revienta es la gente"

LIBERTAD:

  • "Comienza tu día con una sonrisa, verás lo divertido que es ir por ahí desentonando con todo el mundo"
  • "Una pulga no puede picar a una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista."
  • "¿Porqué complicarse la vida con los problemas del país, cuando la solución más simple es solucionarlos?"
  • "¿Por qué ustedes los demás no son simples?"

GUILLE:

  • "¡Dezde que nací eztoy meta y meta vivid! ¿Qué pretenden ezoz?"

FELIPE:

  • "Siempre hay un sarcástico materialista dispuesto a estropearnos la fantasía."
  • "He decidido enfrentar la realidad, así que apenas se ponga linda me avisan..."
  • "¡Algún día se dará más importancia a la cultura que al dinero! ¿Es ingenuo pretender que la gente aprecie más la cultura que el dinero? ¿No sería hermoso el mundo si las bibliotecas fueran más importantes que los bancos?"
  • “¿Cómo era todo?”
  • "¿Y si antes de empezar lo que hay que hacer, empezamos lo que tendríamos que haber hecho?"
Finalmente, una tira tan vieja como actual, en Argentina, en Latinoamérica, en el Norte, en el Sur, donde sea. ¡El universal y atemporal Quino!

viernes, 13 de marzo de 2009

Cristianos en el MUNDOOOOOOO

Ahora me animo a proponer un ejemplo de esta búsqueda de relevancia a la que me refería. Digo que me animo porque la elección del personaje no es inocente, y tendrá sus detractores. De todas maneras no propongo (ahora) a la persona, ni a toda su obra, sino, en este caso, a esta poesía puntual. (No le quito el cuerpo, sino que en determinado contexto –lo que supone tediosas aclaraciones que no vienen al caso en este momento–, entonces sí mi adhesión es más abarcativa).

Ernesto Cardenal, poeta, sacerdote, militante, artista, liberacionista ¿qué más? Cristiano. No sé si de los mejores. Al menos buscador de rumbos. En su Salmo 5 que comparto aquí lo encontramos, justamente, leyendo la misma Biblia que leemos nosotros, pero con los ojos y el corazón de un compromiso concreto, con una ideología mundana, con una realidad mundana, con una esperanza sumamente mundana y por eso absolutamente espiritual, celestial y trascendente.

En 1964, en la Nicaragua de Somoza, publicó su “Salmos”. De allí te quiero hacer escuchar, en su propia voz, este ejemplo de aquello de lo que estamos hablando:

miércoles, 11 de marzo de 2009

Santo despelote

Este es mi escritorio. Así trabajo, en estas condiciones, cada vez que estoy sentado a la PC. Muchas cosas las trabajo en otros espacios leyendo, subrayando, anotando cosas, pero el centro de operaciones vuelve a ser este rinconcito en el que vuelco las notas que tomé, las enseñanzas que busqué o donde vuelvo para plantearme las nuevas dudas que la lectura anterior me dejó.

Pero, sea dicho de una vez, este lugar es un desastre. Parece Kosovo.

Y, entonces, ¿por qué no lo ordenás?

En parte es porque uno siempre anda corriendo y te ponés a hacer otras cosas. En parte, por falta de disciplina personal, lo admito. Pero, principalmente, porque en este desorden todo funciona bien. En este despiole encuentro exactamente cada cosa que busco, sé donde está, y soy capaz de reconocer que alguien estuvo y cambió un papel de lugar. [-¿Un papel?, no exageres. -Un papel, no exagero.]

No es esto una apología del desorden. A lo que apunto es que el desastre de mi escritorio escandalizaría a muchos que no podrían trabajar en estas condiciones. Sin embargo yo puedo. Y cuando ordeno todo, me dura un par de semanas porque muy rápidamente vuelve todo a quedar en estas condiciones.

Vendrán, entonces, los abanderados de la pulcritud, a cuestionar mi falta de orden, higiene y constancia.

Sea.

Pero nadie cambia su manera de trabajar, que la fue conformando a través de años, en la que se mueve con absoluta comodidad, la que le facilita la rapidez y funcionalidad del trabajo, a menos que obtenga una propuesta superadora en cualquiera de estos aspectos que uno pondera en su propia rutina.

***

Después de unos cuantos años ya, intentando caminar más o menos cerca de la propuesta de Jesucristo, encuentro en las iglesias evangélicas (colectivo del que formo parte), entre otras, una careta bastante repetida, que quisiera comentar y que afecta nuestra capacidad de influír en vidas e instituciones. Creo, desde hace varios años, que las iglesias evangélicas [al menos aquí, en Argentina] gozamos de un potencial único para promover cambios y afectar la vida de las comunidades en las que estamos. Pero uno de los mayores inconvenientes que encontramos es que no somos cristianos en el mundo. El que se convierte en evangélico es llamado a abandonar su vida. Para ser aceptado por la iglesia deberá adoptar una serie de costumbres que, necesariamente, lo apartarán de su rutina de vida anterior (probablemente muuuuyyyyy pecaminosa). Pero como los evangélicos “estamos en el mundo, pero no somos del mundo”, hemos desarrollado una mentalidad esquizofrénica para manejarnos en la realidad. Esto es, compramos en el mismo almacén que los “no-creyentes” (¡brrrrrr! ¡qué rótulo más escalofriante!), entonces, cuando hablamos de las cosas que todo el mundo habla somos un ciudadano común, uno más, con los mismos dolores y ansiedades que cualquier hijo de vecino. Sólo cuando surge el tema de la religión, o de la fe, volvemos a ser evangélicos (aunque suponemos que eso es ser cristianos). La otra conducta aceptada es la de ser evangélicos todo el tiempo, o sea, con cara de santulones y respondiendo con frasesitas precocidas, espirituales, y desubicadas, a cada tema que surge en conversaciones y discusiones circunstanciales. La alternativa que falta, todavía, considerar es la de ser cristianos en el mundo. Vivir los mismos problemas que los vecinos comentan en el almacén y hacerlo como cristianos. Sufrir por la inseguridad, la inestabilidad económica, social y emocional de nuestros días, y compartir cómo nuestra fe nos ayuda a encarar esas cuestiones. No cómo nuestra fe supera todos obstáculos del mundo (y nos vendemos como superman), o nos aliena de la realidad (y nos vendemos como San Francisco de Asís), sino de qué maneras vamos caminando, intentando, avanzando y retrocediendo, chocando y aprendiendo, lastimándonos y dejándonos curar, y conociendo así el Camino a transitar, que es también la Verdad a adoptar, que es también la Vida.

***

Cuando compartamos los problemas de nuestra comunidad con la misma preocupación y pesar que todos lo hacen, y los afrontemos desde un compromiso cristiano, seremos relevantes.

La vida de cada persona es un escritorio despiolado. Algunos despelotados, como el mío, otros más ordenados y hasta pulcros, pero en el que sólo el dueño conoce las posiciones, las cosas que hay en él, las que le están faltando, las que sirven y las que ya no funcionan. Y nadie va a aceptar nuestra propuesta de cambiar el orden de trabajo de ese escritorio a menos que presentemos una oferta relevante para ese escritorio. Y si nuestra propuesta no es relevante para ese despiole concreto, si no tiene relación directa con esa vida, pues entonces, mejor dejar nuestra oferta guardada en un cajón, hasta que encontremos que es pertinente a esa realidad también. Creemos que Jesucristo es el Señor y eso implica que es bueno para las personas reconocer tal señorío y aceptar su invitación a una vida abundante. Pero nuestra responsabilidad no se puede limitar a un enunciado frío y estereotipado. Debe ser el de vivir la realidad cotidiana, lidiar con los mismos problemas y con la misma intensidad que lo hacen mis vecinos, desnudar nuestros escritorios y mostrar a un Señor que viene a traer paz (en el sentido amplio, bíblico: shalom) en las vidas.

Pero solemos mostrar a un Dios religioso, a un Jesús pusilánime, o a un Espíritu Santo alienante (con su apetecible sesgo alucinógeno).

¿Seremos capaces de semejante herejía? ¿Seremos capaces de mostrar a los demás que también nuestros escritorios tienen de todo y en cualquier lugar? ¿Seremos capaces de admitir que nuestra fe no solucionó todos nuestros desórdenes y que las más de las veces nuestra serenidad y sabiduría no es más que una fachada hipócrita? ¿Seremos capaces de aceptar que el dolor nos duele, que el miedo nos asusta, y que está bien que sea así? Seguimos creyendo que para que nuestra fe sea relevante tiene que solucionarnos los problemas, tiene que hacernos superar toda adversidad.

Tal vez nos falte aprender, todavía, a ser cristianos en el mundo. A no evadirnos ni autopromovernos su salvador. A ser iglesia: una comunidad que en medio del despiole que es la vida (¡hay que ver lo que es la oficina en la que está mi escritorio!) procura buscar la justicia del Reino de Dios y señala a Aquel que dijo ser el Camino, la Verdad y la Vida.

miércoles, 4 de marzo de 2009

peleándonos con cariño

Cuando un científico propone una teoría novedosa, un invento superador, un método más desarrollado, o cualquier aporte que considera de valía para la comunidad a la cual pertenece, no lo hace –como regla general– de manera excluyente. No considera su palabra como palabra final en la materia, sino como un aporte en la carrera superadora de su actividad. Propone su novedad como un nuevo intento. La somete a las críticas, a las pruebas, a cualquier testeo que sea requerido. Es más: lo desea. Cada nueva prueba, cada objeción refutada, vienen a confirmar su propuesta. Y el verdadero aporte de su propuesta no está en haber hallado la verdad final sobre la cuestión, sino en convertirse en la hipótesis a superar en el próximo estadio del conocimiento de tal área.

El deportista no aspira a quedar en la historia de su disciplina por haber instalado una marca que nadie se animó a superar, sino, justamente, por permanecer por encima de cada contrincante que intentó alcanzar o sobrepasar su registro.

Personalmente aspiro a una actitud similar dentro del ámbito cristiano. No renuncio a la posibilidad de llegar a participar de una comunidad en la que sus miembros no consideran la opinión de los demás como ataques, y la disidencia como descalificación. Donde nuestros precarios y provisorios conocimientos acerca de Dios y la fe son entendidos como tales. Donde cada individuo se sabe aportante de su porción de vida. Donde cada congregación se propone como nuevo modelo provisorio de encarnar la Buena Noticia de Dios para su comunidad en un momento concreto.

Por eso no entiendo –en realidad sí entiendo, pero rechazo– la obsesión por huir espantado a las nuevas propuestas, por cerrarse irracionalmente a las preguntas desafiantes. Por evitar el someter a juicio (generalmente –no siempre– amable y condescendiente) el paradigma vigente y sostenedor del presente sistema de organización y de poder.

¡Ahhhhhh! Ahora entendí

¿Qué dije?: sostenedor del presente sistema de poder.

No, claro, ahora sí. Ya me explico muchas cosas.

De todas maneras aquí dejo una cita para sumar a la discusión. No de esto último pero sí de la falta de apertura hacia las posturas desafiantes.

A pesar de todo el alboroto que se hace en el mundo respecto de las opiniones equivocadas, estoy obligado a hacer una corrección al respecto de la humanidad, diciendo que no existen tantos hombres engañados y opiniones erradas como se acostumbra suponer. No es que yo crea que la mayoría abrace la verdad; digo eso porque al respecto de las doctrinas que defienden con tanto celo, ellos no alimentan ninguna opinión, no dedican ningún tipo de reflexión. Pues si alguien se propusiera catequizar aunque fuera un poco de la mayor parte de los partidarios de la mayor parte de las facciones del mundo, acabaría descubriendo que ellos no tienen opinión propia al respecto de las cuestiones que tan ardientemente defienden; tendría menos razón aún para creer que ellos juzgan como su responsabilidad examinar los argumentos y pesar la probabilidad de la doctrina que abrazan. Esa gente está determinada a apegarse a la facción a la que fue fueron adosados por la educación o por el interés; a partir de ahí, como soldados del mismo ejército, demuestran su coraje y entusiasmo en la medida en que son conducidos por sus líderes, sin jamás llegar a examinar o a siquiera reflexionar al respecto de la causa por cual luchan.

Si la vida de un hombre demuestra que él no alberga interés serio por la religión, ¿qué es lo que nos haría pensar que él se quiebra la cabeza al respecto de las opiniones de la iglesia o se preocupa en examinar los fundamentos de esta o de aquella doctrina? Basta para él obedecer a sus líderes, tener lengua y mano prontas para apoyar la causa común, y mantenerse de esa forma aprobado delante de los que pueden otorgarle a él crédito, preferencia, o protección dentro de aquella sociedad. De esa forma los hombres se vuelven profesores y combatientes a favor de opiniones al respecto de las cuales nunca fueron convencidos y que nunca abrazaron de hecho; opiniones que no llegan ni de lejos a pasarles por la cabeza.

Por lo tanto aunque no se pueda decir que existen menos opiniones equivocadas e improbables de lo que comúnmente se juzga, es cierto que es un número menor de personas el que de hecho las abrazan y las confunden con la verdad.

John Locke, Essay Concerning Human Understanding (1689)

martes, 3 de marzo de 2009

Abusando de la alegoría (para Ulises que lo mira por TV)

Odiseo me cuestionó, en la entrada anterior, el uso de la alegoría. Probablemente tenga razón. ¿Cómo saberlo? Ya que no tenemos una respuesta, propongo insistir con el mismo método, hasta que se acomode, o que reviente. ¿Viste cuando estás intentando arreglar alguna cuestión mecánica (aunque también funciona en otros órdenes)? Suele suceder que llegamos a un momento en el que hay que testear el provisorio arreglo sin tener la certeza de estar actuando del todo acertadamente. Entonces probamos. O se acomoda y sale funcionando (aunque después tengamos que proporcionar ulteriores ajustes), o vuela todo y arrancamos de 0.

¿Qué les parece esta foto?

La tomé hace unos días porque me pareció una exacta alegoría (con perdón de la palabra) de lo mismo que mencionaba en la entrada anterior.

Aquí espero los garrotazos. Saquen números.

lunes, 2 de marzo de 2009

¿Quién estoy? ¿Dónde soy?


La localidad en la que vivo es un pequeño centro urbano rodeado de campo y sierras por todos lados. Depende institucionalmente del partido de Tandil, o departamento, según la denominación en otras regiones. No está totalmente urbanizada, en el sentido sociológico de la expresión. Quiero decir que los valores, el ritmo y las urgencia de las ciudades (principalmente la ciudad de Buenos Aires) llegan a imponerse en estos pagos, también, pero demoran un poco más que en sociedades más mediatizadas: en lugares donde pesa más la opinión del conjunto que la de algunos personajes referentes y legitimadores de creencias y conductas. Todo esto, tan rebuscado de expresar, es para decir que aquí, en Vela, todavía conviven muchas cuestiones caducadas, simbólicas, formales pero que no tienen valor funcional en la vida cotidiana.

A ver si consigo expresarlo mejor con el ejemplo al que me quiero referir.

En nuestra localidad hay muchas veredas con esas argollas que podemos observar en la foto. ¿Para qué sirven? Elemental: para atar el caballo. Esas argollas pertenecen a la vida de esta localidad hace algunas varias décadas atrás. Hoy nadie anda a caballo dentro de lo que es el casco urbano (unas 30 manzanas). Si, eventualmente, alguien llega a caballo a una de estas calles, no se le ocurre enlazarlo en esas argollas sino que lo hace en algún árbol o poste de luz. Nadie usa esas argollas. Sin embargo ellas siguen ahí, y le dan una pincelada pintoresca a nuestro paisaje. Nadie las quita porque no molestan. Resultan más inútiles que antiestéticas, lo que les habilita una momentánea supervivencia.

Nos recuerdan lo que esta localidad fue hace no tanto tiempo. Nos mantienen apegados a nuestra historia cercana. Nos dicen que las 4x4 y los cuatriciclos desplazaron a esos caballos más rápido que lo que el asfalto al empedrado y las veredas embaldosadas.

Esa foto melancólica me mal lleva por ideas rebuscadas. Se me dio por pensar que los cristianos evangélicos cargamos con un presente más o menos parecido al de las vereditas velenses. Todavía vamos cargados de ornamentos litúrgicos, doctrinales, gestuales, de una realidad a la que ya no suscribimos. Muchos los siguen dejando porque no se dan cuenta que ni ellos mismos serían capaces de sostenerlos con argumentos valederos, llegado el caso. Otros, porque “total no molestan”. Otros por desidia (que muchas veces no es otra cosa que un disfraz de la cobardía). Pero nos debatimos entre lo que fuimos y lo que somos. Entre lo que hicieron nuestros mayores y lo que nosotros queremos hacer. Entre lo que vemos y criticamos (léase: evaluamos críticamente, aprobamos o reprobamos), y lo que procuramos llevar a la altura de nuestros sueños. Nos manejamos en esa ambigüedad que el tango describe como: “La vergüenza de haber sido, y el dolor de ya no ser”.

Pero en la búsqueda de la identidad (que en cualquier colectivo ya es una cuestión bastante complicada), se nos complejiza el tema al considerar que somos también aquello que Dios ve en nosotros. Aquello que no se termina de consumar en nuestra vida cotidiana pero de lo que ya podemos experimentar algunos destellos. Aquella realidad que nos arrastra para el frente, tironeándonos desde adentro, pero que se debate con esta realidad pedestre que nos hunde en la tierra y la materia.

Mientras le daba permiso a estos divagues para que caminen un poquito, vino a mi mente aquella joyita que Dietrich Bonhoeffer compuso en su celda de muerte, en la que se debatió con ideas parecidas a estas, pero que supo resolver como solo un cristiano de su estatura podría.

Aquí les comparto, pues, esta “¿Quién soy?”, que también nos ayuda a preguntarnos como iglesia, como comunidad, como intento, como proyecto en construcción:

¿Quién Soy?

¿Quién soy? – Me preguntan a menudo –,

Que salgo de mi celda,

Sereno, risueño y firme,

Como un noble en su palacio.

¿Quién soy? – Me preguntan a menudo –,

Que hablo con los carceleros,

Libre, amistosa y francamente,

Como si mandase yo.

¿Quién soy? – Me preguntan también –

Que soporto los días de infortunio

Con indiferencia, sonrisa y orgullo,

Como alguien acostumbrado a vencer.

¿Soy realmente lo que otros afirman de mí?

¿O bien solo soy lo que yo mismo se de mí?

Intranquilo, ansioso, enfermo, cual pajarillo enjaulado,

Pugnando por poder respirar, como si alguien

Me oprimiese la garganta,

Hambriento de olores, de flores, de cantos de aves,

Sediento de buenas palabras y de proximidad humana,

Temblando de cólera ante la arbitrariedad y el menor agravio,

Agitado por la espera de grandes cosas,

Impotente y temeroso por los amigos en la infinita lejanía,

Cansado y vacio para orar, pensar y crear,

Agotado y dispuesto a despedirme de todo.

¿Quién soy? ¿Éste o aquel?

¿Seré hoy éste, mañana otro?

¿Seré los dos a la vez? Ante los hombres, un hipócrita,

Y ante mí mismo, un despreciable y quejumbroso débil?

¿O bien, lo que aún queda en mi se asemeja al ejército batido

Que se retira desordenado ante la victoria que creía segura?

¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí.

Sea quien sea, tú me conoces, tuyo soy, ¡Oh, Dios!

Dietrich Bonhoeffer