jueves, 29 de abril de 2010

esperanzas otoñales

Las tardes de otoño son, por decir lo mínimo, nostalgias de la eternidad futura. El sol que abraza y se pasea por sobre los ocres y los dorados, mientras la siesta resiste la ablación de sus mejores perlas.
El jardín de mi casa se engalana, repentinamente, con estas florcitas (cuyo nombre desconozco por completo) para vestir la casa y arrancarla del frío de su modorra.

Hace unas cuantas semanas estoy compartiendo, en un breve espacio que tenemos en la radio local, una serie de charlas acerca de los sueños y el valor de aquellos objetivos de vida que Dios puso en nosotros y cuyo logro es de vital importancia para el progreso de la comunidad y de tremendo valor para el desarrollo de nuestras personas proyectándonos más allá de la inmediatez.
No es extravagante imaginar lo arduo que se vuelve, muchas veces, el encontrar las fuerzas para seguir adelante en medio de una realidad de “pronóstico reservado”. Cuando son escasas las señales indicando que haya otr
os compartiendo valores que uno pretende proponer. Es similar al esfuerzo que veo hacer a mi esposa cuando, por las tardes, le roba horas al descanso o a la intimidad familiar para ayudar con sus tareas y sus lecciones a algunos chicos que luchan con su inclusión escolar. La ingratitud, la indiferencia y hasta el desprecio suelen ser la retribución a esa entrega y dedicación. Y la tristeza no se retrasa en venir a advertirnos los sombríos futuros que estos gestos auguran. Como el otoño admite la irrevocable llegada del invierno.
Pero, unos días atrás, uno de los estudiantes del “apoyo escolar” le arrojó a mi esposa un baldazo de esperanza:
“Seño: yo tengo sueños. Yo quiero patinar, quiero cantar, y quiero ir a la universidad”.
Eso fue todo. Pocas palabras. Pero un enorme gesto que recarga las pilas, que renueva las fuerzas, que consuela y compromete. Fue el ramillete de crisantemos (ahora me enteré del nombre) brotando en el medio del otoño. Fue la siesta recostado sobre la alfombra dorada de hojas
secas. Fue el otoño aseverando que el invierno viene, pero que todavía hay sol, calor, caricia y esperanza.


sábado, 24 de abril de 2010

me permito preguntar


“…no se comete ningún crimen de irreverencia contra la fe del pueblo argentino por haber restituido al Estado lo que corresponde al Estado, una cosa es el patriotismo argentino, otra cosa el fanatismo clerical”.
Pablo Besson
No son pocas las notas y comentarios que circulan por innumerables medios alentando u oponiéndose a la inminente aprobación en Argentina de una ley que contemple la unión civil o el casamiento entre personas de un mismo sexo. No pretendo abundar en la fundamentación de una postura a favor o en contra de esos intentos, más allá de que queda muchísimo por decir a ese respecto ya que las argumentaciones han sido, hasta ahora, de una pobreza conceptual, en el mejor de los casos, preocupante.
Sí quiero comentar la perplejidad que me provoca la actitud de las iglesias evangélicas (entendiendo por tal no sólo la institución sino, especialmente, las personas integrantes de ellas). Pero me anticipo a señalar que la actitud que pretendo resaltar es consecuencia directa, más que de una perversidad condenable, de la ignorancia y la desidia con la que la los evangélicos nos hemos relacionado con la historia cercana, la propia inclusive.
Es bastante notoria la actitud adversa de los evangélicos argentinos hacia la posibilidad que gays y lesbianas encuentren la instancia que le dé amparo legal a su situación de pareja. Se sugiere, implícitamente, que aquellos que no se conforman a las normas éticas propuestas por esta iglesia, queden marginados de la ley, a pesar de que la mayoría de la población nacional no presente objeciones al respecto. Nos creemos, los evangélicos, en la obligación de peticionar a favor de la marginación de aquellos que no comparten nuestra fe: Si mi creencia me indica que Dios no aprueba alguna conducta, ella deberá ser prohibida o sancionada por las leyes.
Fue justamente esta actitud la que, a finales del siglo XIX, sostenían los opositores a la creación del Registro Civil en nuestro país. Hasta aquel momento, los nacimientos, matrimonios y defunciones, solo eran válidos si se conformaban a las condiciones impuestas por la Iglesia Católica. Los reconocimientos fuera de las exigencias del clero padecían todo tipo de dificultades para su aceptación y vigencia. Los promotores de la ley de creación del Registro Civil sostenían que no correspondía que quienes no adscribían a una confesión religiosa en particular se vieran impedidos de acceder a los beneficios legales que sí podían gozar los adherentes de aquella fe. Y justamente uno de los impulsores de esta ley fue el pastor bautista Pablo Besson, quien defendió públicamente en numerosos ámbitos el derecho de todo ciudadano a ser reconocido por el Estado Nacional, más allá de que su matrimonio, su bautismo o su sepelio no se condiga con lo que un grupo religioso propone para tal instancia.
Sin embargo, la de los adversarios de aquel evangélico que reconocemos y veneramos, es hoy la propuesta de los evangélicos argentinos –si se me permite tal generalización, no del todo justa–.
No entiendo por qué los evangélicos, como minoría, pretendemos que las leyes avalen nuestra posición, en desmedro de otra minoría, y contrariamente a la opinión mayoritaria de la ciudadanía.
Los evangélicos promovemos “marchas para Jesús” y “eventos evangelísticos” en espacios públicos. Reivindicamos nuestro derecho a hacerlo y reclamamos el apoyo de las autoridades para favorecer tales actividades. Pero cuando otras minorías se manifiestan en igual sentido, organizando “marchas” o “eventos públicos” promoviendo sus creencias y propuestas, se le reclama al Estado el cercenamiento del derecho a expresarse bajo parámetros similares. Flaco favor le hace a la propuesta de la iglesia evangélica el reclamo de censura para cualquier expresión contraria a su fe. De la misma manera, no es negando el derecho al amparo civil de parejas homosexuales como se promueve una convicción contraria a los propósitos de ese proyecto de ley. Se sostiene que la sanción de tal ley dará lugar a una catarata de peticiones supuestamente anticristianas (o sea, contraria a NUESTRA COMPRENSIÓN del cristianismo). En la misma dirección se podría opinar que el no favorecer la legislación de una situación ya existente en la sociedad derivará en la posterior exigencia de la iglesia que también se sanciones leyes que prohiban el matrimonio de un hombre con la ex pareja de su padre, o de un cristiano con una pagana (burdos ejemplos de la misma lógica con la que se pretende fundamentar la oposición a la unión civil).
Pero aún suponiendo que el reclamo de los evangélicos sea justo, me llama la atención la especial dedicación a este particular. La Biblia ni por asomo se ensaña con los homosexuales en la misma medida que los exabruptos de la iglesia. Antes, el reclamo bíblico es contra los avaros, los faltos de amor, los religiosos, los prevaricadores, mentirosos, corruptos, toda una serie de pecadores que son tolerados y hasta reconocidos con el beneplácito de nuestras iglesias hoy en día.
Dos defectos no menores saltan a la vista en las posturas que llegan a diario a nuestros escritorios. No son los únicos, ni los más graves, pero sí me llevan a opinar sobre la pobreza de la postura de los evangélicos. Se discursea sobre los fundamentos de la oposición de la iglesia hacia la homosexualidad, pero nada se dice sobre la postura de estas mismas iglesias hacia el rol del estado. ¿De dónde se deriva que porque yo estoy convencido de “A” y demuestro la validez de “A” según mis creencias, esa es razón suficiente para que el Estado Nacional legisle en función de mi creencia parcial?
En segundo lugar no he leído un solo argumento evangélico que contemple la cuestión de “género” (entre otras importantes omisiones). Lo grave de la situación es que la iglesia evangélica parece desconocer el tema. Parece suponer que la sexualidad y la genitalidad son lo mismo. Que se puede prescindir de la cultura a la hora de analizar o aplicar principios bíblicos a los temas de los que trata.
Estas dos deficiencias de la postura que los evangélicos difundimos son una muestra de la razón por la que los evangélicos somos vistos como una secta, de puertas para afuera, y actuamos como tal, de puertas para adentro.
O en palabras del ya citado:
“Poco le importa la triste situación de algunos que no pueden casarse conforme a las leyes meramente civiles. Pero son los individuos los órganos de la ciencia pública y los representantes de la división de los dominios civiles y eclesiásticos, es decir del derecho moderno”.
Pablo Besson
Seguramente la iglesia evangélica no logrará revertir lo que parece una conclusión inevitable: tarde o temprano la ley se sancionará. Pero sin duda lo que sí podríamos hacer, y no estamos logrando en el presente, es ENRIQUECER el debate.

martes, 13 de abril de 2010

Una sospecha pos pascual

De las nubes al barro
Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?». El les respondió: «No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra».
Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos.
Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir».
HECHOS DE LOS APÓSTOLES 1:6-11


Los, hasta horas antes, incrédulos discípulos, finalmente se convencen de que su señor vive, resucitó y ahora anda entre ellos. Casi sin darse cuenta la desesperación y angustia de los últimos días dio lugar a una nueva expectativa que no termina de tomar forma en sus mentes. Pero antes de obtener respuesta directa a sus interrogantes más inmediatos, Jesús asciende ocultándose, rápidamente, de su vista.
Mientras los cuellos se estiiiiran y los ojos se entrecierran y agudizan tratando de encontrar un resquicio entre las nubes para seguir viendo a Jesús, un par de varones/hombres/ángeles (¿?) (en todo caso: portadores de la voz de Dios) intentan disuadirlos de su actitud contemplativa.
La presencia de esos dos personajes es signifi
cativa. Decididamente no tienen aspecto fantasmagórico ni etéreo (tampoco esa característica es propia de la tradición hebrea). Son señalados como dos hombres, dos varones (ανδρες δυο). Tal vez sean ángeles y de allí sus vestiduras blancas, pero su aspecto no indica origen ultramundano. Tampoco lo indican sus palabras. Precisamente, su mensaje, refiere a lo contrario. A que dejen ya de estar pendiente del cielo porque Jesús va a volver de la misma manera. El ámbito de la vida de los seguidores de este Jesús resucitado, no debe ser ya la contemplación evasiva, sino la acción en esta tierra, que es ahora el espacio propio de Jesús: el lugar del que lo vieron ascender, y al que promete volver. Jesús mismo había utilizado esta imagen más de una vez en sus enseñanzas hacia ellos.
Tanto es así que la primera reacción de aquel grupo, reaccionando a estos últimos acontecimientos, es volver a reunirse y allí encaminar los pasos próximos de lo que en los siglos posteriores será conocido como “la iglesia cristiana”. Y, apresurada y torpemente, aquellos primeros pasos no parecen ser demasiado acertados o felices, pero es evidente la comprensión de la dimensión “terrestre” que debe adoptar la vida de los seguidores de Jesús resucitado. Ante la evidencia de esta nueva situación no cabe otra respuesta que la acción, ponerse manos a la obra. Aún ante la te
rminante indicación de quedarse a esperar la visitación del Espíritu Santo, hay que ponerse a hacer. Hay que actuar. Jesús está vivo, y está presente en nuestro accionar. Esa parece ser la convicción de este puñadito de (ahora) entusiastas creyentes.

¿Qué hace hoy la iglesia cristiana con la mirada perdida en el cielo, enferma de tortícolis por no ocuparse de otra cosa que ver un pedacito de Jesús, un milagrito de confort, una mera señalcita de su existenci
a y compañía? ¿Qué hace la iglesia que no entiende que Jesús se ocultó de la mirada física de los suyos para que lo veamos en la cotidianeidad, en los hechos y personas que cada día se cruzan a nuestro paso?
La ‘pos pascua’ es un llamado a poner los ojos en la realidad. A reconocer que el ámbito de acción del Jesús resucitado incluye
mi entorno inmediato. A no quedarse abstraído en lo cúltico sino, sin temor al error, ensuciarse las manos y los pies en el barro de las contradicciones del compromiso diario y esperar así, desde allí, al que vive para ser Señor de todo y de todos (faltos e incompletos), no ídolo y patrono de un pequeño grupo de enclaustrados (santos y autoexcluídos de la desafiante realidad).
La adoración que no va más allá de la contemplación no es sino autocomplacencia, religión, metal que resuena, platillo que retiñe… puro ruido.

jueves, 1 de abril de 2010

abril en ciernes

Con ganas de retomar el ritmo con ganas