viernes, 30 de enero de 2009

Lo prometido es deuda

Aquí está lo prometido, la segunda parte del comentario sobre la “ortodoncia”, como rebautizó Fabiana a este artículo. Ya recibí el comentario, también, que alude a lo dificultoso que resulta, para los faltos de gimnasia en este tipo de contenidos, la lectura de estas líneas. Justamente por ese motivo lo dividí en dos partes para que no se haga demasiado pesado. Pero esta segunda parte se vuelve más ágil, el autor nos grafica un poco más la materia de la que está tratando. Repito algunas líneas para que no se pierda la línea argumental de lo que viene tratando y si aguantaste hasta acá, leete esta segunda parte que vas a ver que está bueno.

La Seducción de la Ortodoxia

(parte II)

La ortodoxia –o gnosticismo cristiano– es la creencia prácticamente universal (entre los cristianos) de que para beneficiarse del favor de Jesús es preciso admitir una serie racional y muy específica de aseveraciones respecto de cómo funciona Dios. Ser cristiano no es, según esa visión, una postura personal de confianza en la capacidad de Jesús; no es una cuestión de posicionamiento moral, psicológico o espiritual. Para los partidarios de la nueva gnosis ser cristianos es asunto de la cabeza y de la razón; depende de la consistencia de nuestro discernimiento intelectual, demostrado por la filiación al conjunto apropiado de afirmaciones teológicas –en detrimento, naturalmente, de todas las otras.

Y es porque somos todos ortodoxólatras que entre la lectura de este párrafo y el anterior una iglesia en algún lugar se dividió y se crearon dos –cada una acentuando su propia versión de gnosis, el conocimiento apropiado que tiene poder para salvar. Gente que se sentaba en el mismo banco para celebrar culto estará a partir de este momento separada por el abismo de su fue inquebrantable en la necesidad de la creencia correcta. Habrán discordado irreparablemente sobre algún punto crucial de la sana doctrina: si la mujer tiene derecho a predicar, si Jesús visitó el infierno, si los milagros suceden hoy, si el arrebatamiento viene antes o después del milenio, si el Espíritu es derramado en una o dos ocasiones, si Jesús resucitó, si un hombre puede dormir abrazado a otro; si el cristiano se puede divorciar, abortar, asistir a la televisión, cortarse el cabello, tomar cerveza, oír rock satánico, leer ficción científica, usar preservativos, suicidarse; si es correcto usar crucifijos, votar a comunistas, encender una vela, comprar a crédito, dar el diezmo, hacer la señal de la cruz, llorar a los pies de una estatua, jugar a la lotería, bautizar niños, tener sexo antes, durante y después del casamiento. Una única cosa presentarán en común todos los grupos: la fe subyacente e implacable en la ortodoxia, el paradigma que presupone la supremacía y la necesidad de una única posición doctrinaria/teológica/ideológica formal y la consecuente demonización de las otras. Como decía Borges, les interesa menos Dios que refutar a los que niegan su versión de Él.

Esa confianza en los beneficios inherentes de una aprehensión intelectual adecuada de los mecanismos de Dios no podría estar más distante de la postura de Jesús, para quien sólo las comparaciones podían producir un vislumbre de la naturaleza del Reino y –más importante– todos los hombres pueden beneficiarse de la postura caballeresca de Dios, independientemente del acceso a cualquier conocimiento secreto o específico. La inescapable gracia de Dios, según Jesús, está cerca de actuar a favor no solo de los pecadores –lo que debería parecer por si mismo admirable– sino también de los incompetentes, de los deficientes, de los tontos, de los insensatos, de los inmaduros. La verdad fue escondida, garantiza Jesús, de los doctos y estudiosos y revelada a los más parvos de los discípulos. Para entrar el en Reino es necesario que nos volvamos “como niños” –condición que no denota, al contrario de lo que se piensa, un estado de inocencia, sino de incompetencia. Para beneficiarse del Reino es preciso ser incapaz. Se requiere no tener noción de lo que está sucediendo y no tener noción de cómo parar el proceso aparentemente irreversible del cual formamos parte. Es preciso ser capaz de parar la pelota y delegar el centro y la comprensión de lo que esta aconteciendo, a otro. Es preciso tener una vaga idea, no certeza. Fe, no creencias. Confianza en la suficiencia del caballerismo de Dios, no en el mérito arbitrario de la ortodoxia.

jueves, 29 de enero de 2009

Un cuentito de Benedetti

Me queda pendiente la segunda parte del “La seducción de la ortodoxia”, pero quería incluir, de pasadita, un cuentito, breve, del genial Mario Benedetti. Obviamente nunca se propuso hablar de la iglesia o de la actitud de muchos que deciden alejarse de una fe a la que circunstancialmente encuentran atractiva. Pero este relato me resulta muy gráfico de lo que ofrecemos a muchos que huyen de nuestro medio. No pretendo identificar culpas, ni errores, ni soluciones posible. Simplemente me parece un cuento magistralmente escrito, y me hizo pensar en mí y la iglesia de la que formo parte. Mi actitud y la de la iglesia de la que formo parte. Y, a lo mejor, a vos te sirve también. Si no te interesa pensar en nada, disfrutá el cuento.

Esa Boca

Su entusiasmo por el circo se venía arrastrando desde tiempo atrás. Dos meses, quizá. Pero cuando siete años son toda la vida y aún se ve el mundo de los mayores como una muchedumbre a través de un vidrio esmerilado, entonces dos meses representan un largo, insondable proceso. Sus hermanos mayores habían ido dos o tres veces e imitaban minuciosamente las graciosas desgracias de los payasos y las contorsiones y equilibrios de los forzudos. También los compañeros de la escuela lo habían visto y se reían con grandes aspavientos al recordar este golpe o aquella pirueta. Sólo que Carlos no sabía que eran exageraciones destinadas a él, a él que no iba al circo porque el padre entendía que era muy impresionable y podía conmoverse demasiado ante el riesgo inútil que corrían los trapecistas. Sin embargo, Carlos sentía algo parecido a un dolor en el pecho siempre que pensaba en los payasos. Cada día se le iba siendo más difícil soportar su curiosidad.

Entonces preparó la frase y en el momento oportuno se la dijo al padre: « ¿No habría forma de que yo pudiese ir alguna vez al circo? » A los siete años, toda frase larga resulta simpática y el padre se vio obligado primero a sonreír, luego a explicarse: «No quiero que veas a los trapecistas. » En cuanto oyó esto, Carlos se sintió verdaderamente a salvo, porque él no tenía interés en los trapecistas. « ¿Y si me fuera cuando empieza ese número? » « Bueno », contestó el padre, « así, sí».

La madre compró dos entradas y lo llevó el sábado de noche. Apareció una mujer de malla roja que hacía equilibrio sobre un caballo blanco. Él esperaba a los payasos. Aplaudieron. Después salieron unos monos que andaban en bicicleta, pero él esperaba a los payasos. Otra vez aplaudieron y apareció un malabarista. Carlos miraba con los ojos muy abiertos, pero de pronto se encontró bostezando. Aplaudieron de nuevo y salieron -ahora sí- los payasos.

Su interés llegó a la máxima tensión. Eran cuatro, dos de ellos enanos. Uno de los grandes hizo una cabriola, de aquellas que imitaba su hermano mayor. Un enano se le metió entre las piernas y el payaso grande le pegó sonoramente en el trasero. Casi todos los espectadores se reían y algunos muchachitos empezaban a festejar el chiste mímico antes aún de que el payaso emprendiera su gesto. Los dos enanos se trenzaron en la milésima versión de una pelea absurda, mientras el menos cómico de los otros dos los alentaba para que se pegasen. Entonces el segundo payaso grande, que era sin lugar a dudas el más cómico, se acercó a la baranda que limitaba la pista, y Carlos lo vio junto a él, tan cerca que pudo distinguir la boca cansada del hombre bajo la risa pintada y fija del payaso. Por un instante el pobre diablo vio aquella carita asombrada y le sonrió, de modo imperceptible, con sus labios verdaderos. Pero los otros tres habían concluido y el payaso más cómico se unió a los demás en los porrazos y saltos finales, y todos aplaudieron, aun la madre de Carlos.

Y como después venían los trapecistas, de acuerdo a lo convenido, la madre lo tomó de un brazo y salieron a la calle. Ahora sí había visto el circo, como sus hermanos y los compañeros del colegio. Sentía el pecho vacío y no le importaba qué iba a decir mañana. Serían las once de la noche, pero la madre sospechaba algo y lo introdujo en la zona de luz de una vidriera. Le pasó despacio, como si no lo creyera, una mano por los ojos, y después le preguntó si estaba llorando. Él no dijo nada. «¿Es por los trapecistas? ¿Tenías ganas de verlos?»

Ya era demasiado. A él no le interesaban los trapecistas. Sólo para destruir el malentendido, explicó que lloraba porque los payasos no le hacían reír.

Mario Benedetti

miércoles, 28 de enero de 2009

De predicaciones y ortodoxias

Hace no muchos días tuve la oportunidad de revivir una vieja sensación, y de ver resurgir una antigua pregunta que, desde hace mucho tiempo me visita. Estuve mirando un CD con predicaciones cocinadas para la televisión, de un músico y predicador (muy ‘Miaminesco’ el hombre y la producción), donde, al finalizar la predicación –poco bíblica, según mi particular comprensión– el orador estrella, mira con una afectada sonrisa a cámara, y, en primer plano, repite una oración en la que resume lo que los evangélicos llamamos la oración del pecador. Acto seguido retoma el ritmo Tinellesco de su alocución afirmando que la Biblia dice que si has hecho esta oración con sinceridad ya eres un hijo de Dios, ya eres salvo”. Podríamos aquí hablar mucho acerca de soteriología, acerca de Cristología, y otras varias logías. Y de alguna manera de eso se trata este blog, tal vez con otras palabras. Pero la pregunta que reflotó dentro de mí es la siguiente: ¿Dónde nace esa creencia de los evangélicos en aquella fórmula mágica de la oración del pecador? ¿Dónde tiene su origen, y por qué todavía hoy el 90 % de los evangélicos (es una cifra que sugiero yo, pero que creo que no debe distar mucho de esto, aunque es incomprobable) creemos en la eficiencia de una oración como un documento legal, en la incorporación de la salvación como una remera que compramos en la tienda y que guardamos en el cajón de la cómoda? ¿Cómo es que en tantos años de ejercer, estudiar y pensar nuestra fe seguimos sosteniendo un concepto bastante poco sostenible bíblicamente, acerca de la ‘conversión’ y la ‘salvación’?

Fue así que revolviendo las carpetas de Mis Documentos, llegué a una copia que tenía de un artículo del amigo Paulo Brabo (no amigo personal, pero me caen sumamente simpáticos los rumbos que intenta), en el que presenta algunas ideas que me parecen adecuadas para este blog y con las que sí coincido (en este caso).

Lo comparto en dos entradas, para que no se haga demasiado largo.

Aquí va, pues.

La Seducción de la Ortodoxia

(parte I)

La primera y más persistente imperfección de intentar robar el brillo de la originalidad de Jesús como es presentado en los evangelios, fue el gnosticismo. Calcado sin sutileza de la visión del mundo de las religiones de misterio, el gnosticismo cree, esencialmente, que la salvación está condicionada al acceso a un conocimiento secreto –la gnosis– a través de la cual el iniciado en los misterios de la religión puede conectarse con la divinidad y beneficiarse de ella. Algunos creen que el Apóstol escribió la mayor parte de sus cartas para combatir el arrastre de la mancha gnóstica en el sello virgen de la iglesia primitiva; otros juran a pie juntillas que Pablo no estaba, él mismo, inmune de su influencia, y que muchos de sus pasajes y argumentos promueven o presuponen la visión del mundo gnóstico.

Cierto es que ningún otro concepto ha perneado tan unánimemente y por tanto tiempo la mentalidad cristiana de todas las tendencias y estirpes como el de un conocimiento secreto –esto es, específico– como condición para la salvación. Con el tiempo, naturalmente, el gnosticismo fue demonizado con este nombre; entre los cristianos el conocimiento secreto pasó a ser llamado e idolatrado como creencia correcta –u ortodoxia, que es como se dice en griego.

La relación de los cristianos con la ortodoxia es primordialmente idolátrica. En última instancia, cristianos de todos los matices acabarán concordando en que no es una religión particular la que beneficia al adorador, sino algún aspecto de la bondad divina expresado en la vida, muerte y/o resurrección de Jesús. En la práctica, en tanto, todos intentarán convencerlo de que para beneficiarse de ese privilegio gratuito es necesario abrazar determinado conjunto muy específico de nociones al respecto de Dios, de la vida y de la salvación. A ese conjunto de “creencias correctas”, que ninguna facción cristiana tiene en común con la otra, es que se da el nombre fortuito de ortodoxia.

La pasión con la que los cristianos defienden sus puntos de vista unos contra otros refleja con precisión la extensión de su ortodoxolatría. Jesús es muy bueno en sí –pero sólo la ortodoxia salva, y nadie viene a Jesús si no es por ella.

La ortodoxia –o gnosticismo cristiano– es la creencia prácticamente universal (entre los cristianos) de que para beneficiarse del favor de Jesús es preciso admitir una serie racional y muy específica de aseveraciones respecto de cómo funciona Dios. Ser cristiano no es, según esa visión, una postura personal de confianza en la capacidad de Jesús; no es una cuestión de posicionamiento moral, psicológico o espiritual. Para los partidarios de la nueva gnosis ser cristianos es asunto de la cabeza y de la razón; depende de la consistencia de nuestro discernimiento intelectual, demostrado por la filiación al conjunto apropiado de afirmaciones teológicas –en detrimento, naturalmente, de todas las otras.

martes, 27 de enero de 2009

Sobre Mateo 25

No tengo muy presente de dónde conseguí estas líneas, pero tenía muchas ganas de compartirlas aquí.

Una parábola de Jesús

(Paráfrasis)

Tuve hambre,

Y tú formaste un club humanitario

Para discutir por mi problema.

¡Gracias!

Estuve en la prisión,

Y tú te retiraste silenciosamente

a tu linda capilla en el suburbio

¡Y oraste que yo fuese liberado!

Estuve desnudo,

Y tú meditaste seriamente

En la moralidad o la inmoralidad

De mi condición.

Estuve enfermo,

Y tú te arrodillaste

Y agradeciste a Dios

Por tu salud.

No tuve abrigo, y tú predicaste

Sobre “el refugio del amor de Dios”.

Estuve solo, y me dejaste

A fin de orar por mí.

¡Parecías tan santo!

¡Estabas tan cerca de Dios!

Pero todavía tengo mucha hambre

Y estoy solo

Y enfermo

Y con frío.

lunes, 26 de enero de 2009

Nosotros, los pollos suicidas

La localidad en la que vivo es un típico pueblo de la pampa argentina. No de la provincia, estamos en la provincia de Buenos Aires, en el municipio de Tandil, pero compartimos con gran parte de las provincias de Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos, la dependencia económica y cultural de la actividad agrícola ganadera. No me voy a meter en este momento con la cuestión de la soja. Lo que quiero contar es que ayer, domingo 25 de enero, tuvimos, por fin, un día de sonrisas generosas. Las caras estaban, hasta hace unos días, bastante poco amigables por causa del calorazo que estuvo haciendo, pero además, el perjuicio económico que estaba causando la sequía tenía a los chacareros y productores varios bastante malhumorados. Por supuesto que la culpa es de Dios, al menos así lo cree la mayoría de la gente. Parece ser que la lluvia no es responsabilidad divina. Vericuetos de la lógica popular que no alcanzo a comprender. Pero no vengo a ponerme en defensor de Dios porque no me interesa adherirme ni oponerme a la “casuística religiosa” que atribuye al Cielo favores o calamidades de manera arbitraria y absolutamente subjetiva.

El punto al que me quería referir en esta entrada es a una anécdota que trajo esta ola de calor (¿será técnicamente correcta esta definición?) de estas pampas. Se trata de la muerte de cientos de pollos provocada por las altísimas temperaturas, amplificadas por las precarias condiciones de los establecimientos. En un criadero cercano, según recibí el comentario, cayeron muertos 300 pollos. En una localidad próxima, otro criadero, perdió 500 pollos. Ante la desesperación que les provocaba el calor, según refiere el mismo informador, se daban de cabeza contra los alambrados de las jaulas. Resulta bastante gracioso pensar en semejante cuadro. La imagen de la pila de pollos muertos amontonados en un rincón, no lo es tanto.

La pregunta, casi automática, que surge de esa situación es la consabida si no es posible para el dueño malvender esos pollos antes de dejarlos morir y padecer la pérdida económica. Resulta algo difícil de comprender, pero bastante habitual a esta altura, enterarnos de productores que prefieren perder sus bienes, sus productos, su ganancia, antes de permitir que otro empresario, algún particular, o una entidad de bien público, se beneficien circunstancialmente a costa de lo que fue su pérdida circunstancial. Prefieren enterrar toneladas de zapallos podridos antes de donar un par de kilos al hospital del pueblo. ¿No se puede entregar aquello que de todas maneras está destinado a no conservarse? ¿No es preferible ganar otras cosas en base a entregar lo que de todas maneras perdería?

Y pido perdón por la alegoría (tal vez traída de los pelos). ¿No son nuestras iglesias, en muchos aspectos, montones de pollos suicidas que preferimos darnos contra las paredes de nuestros templos pero que decidimos quedarnos encerrados a morir antes que salir y abrirnos a las necesidades de los que están ‘afuera’?

-No, porque si nos mezclamos con el mundo vamos a perder…

¿Qué vamos a perder?

¿Identidad? ¿Espiritualidad? ¿Relevancia? ¿Santidad?

¿Qué vamos a perder que no estemos perdiendo ya y que no vayamos a terminar de perder muy pronto (mirando la progresión de la actual tendencia que está adoptando la iglesia evangélica de este lado del mundo)?

Me pareció leer por ahí, en algún lado, que “el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por causa de mí la salvará”. ¿Será que la tradicional (individualista y de salvación ultramundana) es la única lectura posible para esas palabras?

Tal vez la iglesia podría evitar su previsible consecuencia de montañas de pollos hediendo en algún rincón. Tales podredumbres se pueden esconder o negar. Pero el olor se siente.

sábado, 24 de enero de 2009

don Eduardo, abonado de mi escritorio

Tengo la extraña y herética sensación que nos necesitamos unos a otros para acercarnos al conocimiento de Dios. Reconozco y valoro el esfuerzo de hombres sabios, trabajadores e inspirados a lo largo de la historia que enriquecen nuestro acercamiento actual. Pero a cada generación le cabe aportar las miradas que su tiempo proponen. Pero noto que nuestra tendencia (la tendencia de nuestro tiempo) es a diversificar, a individualizar las áreas de investigación y de conocimiento. Esto en sí no es negativo sino inevitable. Pero me parece que nos está faltando volver a unificar los conocimientos. Los avances de cada área, de cada facultad, debería estar seguida de un intento de unificar ese avance al conjunto del saber general (suponiendo que tal cosa existe).

Bien, no hay manera que yo pueda hablar de esta cuestión a nivel científico. Me limito a hacerlo en mi ámbito de influencia. Estoy bastante lejos de los círculos teológicos académicos pero muy en contacto con la “teología de a pie”. De la evangélica principalmente, pero intento acercarme a otras.

Vuelvo al punto donde empecé estas líneas, y lo hago de la mano de Eduardo Galeano. E intento conservar la frescura que magistralmente retrata él en este textito. Conozco a muchos que consideran que su oficio consiste en asir al Inasible, en capturar al Eterno, en comprender al Incomprensible. Galeano me deja esta sensación latente: ¿y si, simplemente, nos ayudamos a mirar? No, no es simplista. Propongo que toda nuestra actividad teológica debería conservar, como elemento insustituíble, esa frescura. Esta frescura. Leelo y después me contás:

LA FUNCIÓN DEL ARTE

Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.

Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando. Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló antes sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.

Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre.

-¡Ayudame a mirar!

Eduardo Galeano, El Libro de los Abrazos

jueves, 22 de enero de 2009

el que avisa no es traidor

Una de las posibilidades que me brinda este espacio es el “choreo flagrante”. Quiero decir que uno quiera o no quiera, siempre va incorporando otras opiniones, otras miradas, cuestiones que le resultan interesantes y después de algún tiempo no las reconoce como adquiridas sino que las presenta como propias. Muchas veces estaremos ante un plagio velado (casi siempre), pero suele tratarse de un plagio inconciente. O una reformulación propia de ideas ya leídas u oídas. ¿Por qué lo que se llama ‘cover’ no es robo? Porque se reconoce la autoría del autor original. En el caso que estoy mentando no se puede realizar tal reconocimiento porque muchas veces uno ignora de dónde vino rodando aquella idea peregrina que encontró un pesebre en medio de las pajas de las ideas de uno.

Bien, toda esta explicación tiene como propósito advertir que bajo la etiqueta “choreo flagrante” intentaré citar comentarios, informaciones, datos de pelaje variopinto con las que no siempre coincidiré yo mismo, pero que por algún motivo me parece valioso compartirlo. No siempre podré dar crédito al autor o al lugar de procedencia. No obstante, cuando lo sepa, prometo intentarlo (demasiado vago el compromiso!!!).

Esta cita que comparto aquí tiene su autor al pie de la misma pero yo la leí aquí en http://www.baciadasalmas.com/


MITO Y METÁFORA


– La palabra “mito” significa “mentira” – comenzó él. – Un mito es una mentira.

– No, un mito no es una mentira. Una mitología completa es una organización de imágenes y narrativas simbólicas, metafóricas de las posibilidades de la experiencia humana y de la plena realización de una determinada cultura en un momento dado.

– Una mentira.

– Una metáfora.

– Una mentira.

Eso se extendió por veinte minutos. Percibí que el entrevistador no sabía de hecho lo que era una metáfora, y resolví tratarlo como él me estaba tratando.

– No, estoy diciendo que es una metáfora. Déme usted un ejemplo de metáfora.

– Voy a intentar. Mi amigo Juan corre muy rápido. Las personas dicen que él corre como una gacela. Eso es una metáfora.

– Eso no es metáfora. La metáfora es: Juan es una gacela.

– Eso es una mentira.

– Es una metáfora.

Y el programa acabó. ¿Qué sugiere ese incidente al respecto de nuestra comprensión popular respecto de la metáfora?

Me hizo reflexionar que la mitad de las personas en el mundo piensan que las metáforas de sus tradiciones religiosas, por ejemplo, son hechos. Y la otra mitad sustenta que no son hechos de ninguna manera. Como resultado tenemos personas que se consideran creyentes porque aceptan metáforas como hechos, y otros que se clasifican como ateos porque creen que las metáforas religiosas son mentiras.

Joseph Campbell, en Thou Art That


miércoles, 21 de enero de 2009

Ideas de los Arrabales

Hace poco, en la mesa de un café, charlando de otras cuestiones, alguien (citando un libro que estaba leyendo, o algo que había escuchado) deslizó la frase: “amamos la ortodoxia”. Acto seguido aclaró que necesitamos actualizarnos, actualizar las formas, etc, etc, pero que amamos la ortodoxia porque es la que nos condujo al lugar donde estamos, porque es la portadora de la verdad que poseemos.

En ese momento no se prestaba la ocasión para entablar ninguna discusión sobre el particular, pero la frase me quedó dando vueltas. Principalmente porque yo no amo la ortodoxia. Más aún, me esfuerzo por buscar lo contrario. No creo que Dios, nuestro conocimiento de Él y de la realidad toda pueda encorsetarse en lo que hasta ahora suponemos conocer y hemos dado reputación de aprobado. Creo que Dios “necesariamente” tiene que ser más amplio que nuestra ortodoxia. Y, por consecuencia, todo lo que nos falta saber o comprender de Él está más allá de nuestro terreno seguro, confirmado y canonizado.

La ortodoxia debe ser, entonces, un escalón, una herramienta, que me sirva para crecer en mi acercamiento al Eterno, al Infinito, al Incomprehensible (creo que esta palabra la acabo de inventar, pero la idea se entiende ¿no?).

No ando por la vida reciclando herejías, pero no se si por naturaleza o por pura deformación voluntaria siento atracción hacia aquellas afirmaciones proscriptas del panteón de la ortodoxia. Creo en un Dios y una fe capaz de salir airoso ante el ataque de la mayor furia intelectual o física. Creo en la iglesia que fue capaz de superar los golpes más devastadores y que sigue procurando cada día buscar el reino de Dios y su justicia en esta ambigüedad que conocemos como “el mundo”, en esta realidad tan real.

Un pastor brasileño (descalificado por la ortodoxia de su país) que me gusta mucho leer es Ricardo Gondim. Y un pensamiento suyo definió de manera genial esto que estoy tratando de decir en este blog. Su artículo se llama Habitamos en la periferia del conocimiento de Dios. Con una sencillez magistral nos dibuja la posición que nuestro conocimiento ostenta ante Dios.

Creo que vale la pena transitar este camino y seguir buscando profundizar cada vez más nuestro saber intelectual y práctico (léase: devocional) de Dios, pero siempre reconociendo el “universo” de nuestra experiencia: los arrabales del conocimiento de Dios.

Tal vez, el vivir en lo que Quique Pesoa llama “el interior del interior”, o sea en un pueblo dependiente de una ciudad del interior (es decir bastante alejado de los privilegios de “la city”), tal vez eso –decía– contribuye a tomar distancia de los centros, sean estos centros cívicos, sociales, y también del saber.

Gracias a Dios que está más allá de nuestras especulaciones, de nuestras herejías, y de nuestras inconsistencia.

¿Tendrá algo que ver esto con su invitación a vivir por fe?

martes, 20 de enero de 2009

Luther King cumplió los 80


Hoy, que el nuevo “Jefe Global” intenta usufructuar la memoria de uno de los hombres que a los evangélicos nos enorgullece y nos inspira, tal vez convendría recordarle a don Barak y a nosotros mismos alguna palabra de Martin Luther King. Por lo menos leerlo, y creernos por un ratito que intentamos aprender algo ¿no?


VIVOS, PERO EN REALIDAD MUERTOS

"Les digo a ustedes hoy, que si jamás han encontrado algo tan querido y precioso por el cual morirían, entonces no están capacitados para vivir.

Puede que tengan 38 años de edad, como yo, y un día, una gran oportunidad se pone de pie delante de ustedes y les llama a representar algún gran principio, algún gran asunto, alguna gran causa. Y usted se rehúsa a hacerlo porque tiene miedo.

Se rehúsa a hacerlo porque quiere vivir más tiempo. Tiene miedo de que pueda perder su empleo, o tiene miedo de que será criticado o de que perderá su popularidad, o tiene miedo de que alguien lo apuñalará o le disparará o bombardeará su casa. Así que se rehúsa a ponerse firme.

Pues, usted puede que continúe viviendo hasta que tenga noventa, pero está tan muerto a los 38 como a los noventa.

Y el cesar de la respiración en su vida es sólo el anuncio tardío de una muerte temprana de su espíritu.

Usted murió cuando se rehusó a defender lo correcto.

Usted murió cuando se rehusó a ponerse de pie por la verdad.

Usted murió cuando se rehusó a representar la justicia."

- Dr. Martin Luther King Jr., hablando en la Iglesia Bautista Ebenezer en Atlanta, 1967

lunes, 19 de enero de 2009

A confesión de parte...

Soy cristiano evangélico. Es más, ejerzo como pastor en una iglesia de esa filiación. Pero no logro evitar que aquellos que entablan un diálogo mááááás o menos profundo (tampoco pretendamos una intimidad apabullante) cuestionen de mi condición de tal. Tanto de pastor como de evangélico. Incluso alguno llegará a dudar del carácter cristiano de mis convicciones y mis prácticas. Esto no me asusta. Por momentos lo vivo como un elogio. Sin embargo me lleva a cuestionarme a mí mismo, y también a la supuesta "ortodoxia" que fija un cánon para establecer la condición de aprobada o raleada de alguna postura determinada.

Mis preguntas y mis dudas abarcan cuestiones de lo más variadas. No sólo tienen que ver con mi fe, sino también con gustos, con perspectivas, con certezas antiguas, con búsquedas renovadas...

Este blog, este espacio, pretende ser un pequeño espacio de busqueda común. Una mesa de café a la que invito a los amigos (y a los que quieren hacerse amigos) a pensar juntos en aquellas cosas que nos llaman la atención. Es un rincón de la tarde donde te comparto algo que leí y me gustó, o un pensamiento provocado por algún dato de la realidad, cosas con las que estoy de acuerdo o en desacuerdo, pero que me ayudan a pensar. Que cuestionan mis certezas y las ajenas. No tengo miedo de comprobar que todo lo que creo está equivocado. Es más, si así fuera, cuanto antes lo compruebe será mejor para mí. Y es por eso que me permito dudar, cuestionar las supuestas verdades irrefutables porque creo en Alguien más trascendente que el pensamiento humano, las ideologías y las doctrinas (la “sana”, las enfermas o las alienantes).

Es un intento, y el que entra y lo ve se da cuenta de eso inmediatamente.

Estamos trabajando…. Paciencia.

No conozco mucho estas cuestiones de los blogs y sus manejos, pero me gusta creer que puedo intentar algo por este medio, aunque más no sea para pensar en voz alta, para preguntarme sin miedo y compartir algunas sospechas de dónde puede andar algún rumbo que valga la pena seguir.