Del inefable Paulo Bravo, otra vez molestando a la buena
gente…
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motivos para no ser cristiano (aún siendo lo correcto)
Ser cristiano requiere, como muchas veces se ha sugerido, estómago
fuerte. Aún siendo una propuesta para todos, esta cuestión no es para
cualquiera.
Hubo un tiempo en el que, para ser socialmente aceptado en occidente,
era requisito mostrar el certificado de bautismo. Hoy en día, gracias al cielo,
no es más así: nadie precisa ser cristiano solo por tratarse del hecho políticamente
correcto. Hay, además, motivos adicionales para abandonar esas ideas de seguir
cabalmente las enseñanzas de Jesús, si es que a usted le preocupan esas cosas.
Seleccioné diez, debe haber más.
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MOTIVOS PARA NO SER CRISTIANO
1.
PUREZA DE MOTIVOS. Algunas religiones, menos ambiciosas,
exigen un comportamiento impecable. El cristianismo requiere pureza interior de
motivos, que es algo infinitamente más difícil de alcanzar y que, tal vez,
nadie sea capaz de exhibir. De acuerdo con Jesús, no basta hacer lo correcto,
es necesario hacerlo con la motivación correcta. Y, tal vez peor y más común: basta
contemplar con simpatía la maldad para ser culpado de ella.
2.
DESAPEGO A COSAS MATERIALES. Pocas cosas caracterizan más la
predicación cristiana desde su inicio
que un salvaje desapego a las riquezas y otras distracciones palpables.
“No junten tesoros en la tierra”, recomendaba el análisis económico de Jesús,
que recordaba inclusive que es más fácil pasar un camello por el ojo de una
aguja que entrar un rico en el reino de los cielos. Los primeros cristianos creían:
vendían todo lo que poseían y se lo daban a los pobres, y de lo que le quedaba
a cada uno “ninguno consideraba exclusivamente suyo ninguna de las cosas que
poseía; todo les era común” (Hechos 4:32).
3.
RENUNCIA AL PODER. Un problema singular está en la
exigencia, reforzada continuamente en el Nuevo Testamento, de humildad y de
renuncia de todos los privilegios; inclusive (o especialmente) los privilegios
merecidos. “Sabéis que los gobernadores de los pueblos los dominan y que los líderes
ejercen autoridad sobre ellos. No será así entre ustedes; por el contrario,
quien quiera volverse grande entre ustedes, será el que los sirva; y quien
quiera ser el primero entre ustedes será su siervo” (Mateo 20:25-26). Aún
cuando la humildad era vista como una virtud políticamente correcta y la ambición
como un vicio de carácter, pocos efectivamente se acomodaban a esas duras
exigencias. Qué decir de hoy.
4.
AMAR A LOS ENEMIGOS. El Antiguo Testamento exigía lo
razonable: que tratásemos a nuestros vecinos con civilidad, aún cuando no lo
merecían –comportamiento
que garantiza, con cierta medida de esfuerzo, un mínimo de cohesión en la
sociedad–. Jesús perdió aparentemente todo el sentido de la proporción cuando
pidió que amásemos a nuestros enemigos y que intercediéramos delante de Dios
por los que nos odian. De nada sirve amar a los que nos aman, argumentaba él,
porque los más viles pecadores hacen lo mismo. Todo el mundo ama a quien lo
ama, y Jesús quería más que ese requisito mínimo: pedía sinceramente que fuésemos
“perfectos como Dios es perfecto” (Mateo 5:45, 48) –que fuésemos generosos como
Dios, que derrama el sol y la lluvia sin distinción sobre buenos y malos; sobre
merecedores y pecadores–. Esa exigencia suya permanece tan impopular hoy como
cuando fue pronunciada por primera vez. O, tal vez, más aún, ya que solo
tenemos pecadores y nadie se toma el trabajo de fingirse merecedor.
5.
PERDONAR PARA SER PERDONADO. El padre de Jesús no es dado a
negociaciones, pero en este tema, curiosamente, Él no se priva de hacerlo. El
perdón es gratuito desde que osamos extenderlo a los otros con la misma
disposición caballeresca. “Porque, si perdonan a los hombres sus ofensas, también
su padre celestial los perdonará, si por el contrario, no perdonan a los
hombres sus ofensas, tampoco su padre les perdonará sus ofensas” (Mateo 6:14,
15). Como se ve, somos todos imperdonables, pero la culpa no es de Dios.
6.
PUREZA SEXUAL. El sexo no era para los judíos el conflicto que se volvió para los a
través de los cristianos, pero una buena parte de consistencia en la conducta
sexual siempre fue medida de la experiencia cristiana. Con el tiempo, y por
motivos que no cabe discutir aquí, el pecado sexual se volvió, en el discurso
cristiano, el pecado por excelencia. Hoy en día el sexo fuera del matrimonio
es, en la práctica, la única conducta abierta no tolerada en una comunidad
cristiana evangélica. Ambición, ganancia deshonesta, mentira y rencor son
bienvenidos a los ojos vistas, pero si fuera usted a caer en la cama equivocada
o albergara pensamientos impuros, haga como el resto de nosotros y no levante
la perdiz. La única cosa que Jesús tiene que decir sobre esos asuntos es
continuamente “quien no tiene culpa en el auditorio arroje la primera piedra” y
“ve y no peques más”.
7.
PRATICAR LA
VIRTUD. Es creencia fundamental del cristianismo que somos
salvos de la condenación no como compensación por nuestros esfuerzos en el sentido de
practicar el bien, sino por la iniciativa gratuita e infundada de Dios, que
resolvió darnos el regalo que nadie tendría cómo lograr por merecimiento. A
pesar de eso, el énfasis en la práctica de la virtud –hacer el bien sin mirar a
quién– es la tecla que tocan continuamente los escritores del Nuevo Testamento.
Como se sabe, la virtud y la integridad son vistas hoy como flaqueza y vicio, y
es políticamente incorrecto siquiera mencionarlas en un contexto positivo. La
ley de Gerson revocó esas curiosidades de la historia.
8.
SEREMOS JUZGADOS POR NUESTROS ACTOS. “Porque
el Hijo del hombre va a venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles, y
entonces recompensará a cada uno conforme a lo que haya hecho” (Mateo 16:27). Parece contradicción,
pero la enseñanza del Reino es que somos aceptados por la gracia (esto es, no
por nuestros propios esfuerzos en hacer lo que es correcto) pero seremos
juzgados –cáigase de espaldas– por nuestra conducta. De un modo misterioso,
basta abrazas la gracia para ser aceptado incondicionalmente por ella (como le
sucedió a uno de los ladrones en la cruz); por otro lado, no basta, y el
discurso de Jesús requiere una tremenda consistencia en la conducta personal.
“Por qué me llamáis Señor Señor, y no hacéis lo que os mando? (Lucas 6:46).
9. LA INSENSATEZ DE LA GRACIA. Como si los escándalos antedichos no bastaran, está el
terrible inconveniente de que para ser cristiano es preciso tragarse la insensatez
de la gracia –la creencia en la actitud caballeresca y generosa por cual Dios
acepta y abraza a quien nosotros mismos excluiríamos y condenaríamos de
inmediato, irreversiblemente y con toda convicción. Nuestra tendencia natural
es mirar a los despreciables con desprecio, nunca con misericordia. Aceptar a
quién no merece ser aceptado no es solamente terriblemente exigente, es una
conducta que invita al más impiadosos ostracismo social. Nadie respeta a quien
no reclama respeto, y el cristianismo exige que adoptemos la peculiarísima noción
de que “la substancia de nuestra fe consiste en la convicción de que los fueras
de la ley, pecadores y criminales pueden llamar a Dios como Padre, y que las
prostitutas pueden entrar en reino de Dios antes que los religiosamente
respetables” (Brennan Mannigan). Ser cristiano es admitir un Dios que no se da
al respeto. Un Dios sin criterio. Un Dios vulgar. Definitivamente, no es para
quien tenga estómago débil.
10.
EXIGENCIA DE LA VIDA ENTERA. Finalmente, ser seguidor de Jesús
requiere vivir como él vivió, lo que no es poco, considerando cómo terminó él.
“Así como el Padre me envió, yo también los envío”, dijo Jesús a sus primeros
seguidores, y los más expertos entre ellos luego interpretaron la sentencia,
correctamente, como queriendo decir “yo los envío para dar sus vidas [por quien
no merece el esfuerzo]”. Ser cristiano requiere, infelizmente, todo, la vida
entera, el tiempo todo y hasta el fin. No hay términos medios, medias palabras,
tregua o feriado semanal. “Así, pues, todo aquel que entre vosotros no renuncia
a todo lo que tiene no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33). Según el mensaje
cristiano, entre tanto, no hay de hecho mejor negocio que perder la vida,
porque “quien quiera preservar su vida la perderá; y quien la pierda de hecho
la salvará” (Lucas 17:33)
Pero se trata, convengamos, de la enseñanza
de un sujeto idealista que decía cosas como “nadie tiene mayor amor que el de
dar la vida por sus amigos”. Si hay un mundo en el que esa invitación puede
resultar menos popular, es el nuestro.
Al creer en todo esto, si fuera
posible, lo correcto sería, naturalmente, hacerlo. Pero un motivo más para no
ser cristiano, si no quiere pagar el precio: Hoy en día nadie exige lo
impracticable de los otros ni de si mismo.
¿Hacer lo correcto?
Ya no está aquí quien lo dijo.