viernes, 18 de noviembre de 2011

del aséptico dogmatismo a la jodida ambigüedad


aséptico: Neutral, frío, sin pasión

“siglos de meticulosa elaboración para que un inveterado pueblerino venga con estas cuestiones…”
Algo bastante parecido a esto deben haber pensado en más de una ocasión los (¿decepcionados?) horrorizados religiosos judíos al considerar las atrocidades que este “cabecita” llegado del interior de una provincia menos ignorada que despreciada, acometía contra la ingeniería religiosa con la que generaciones de piadosos hombres habían bendecido a la nación judía y a la humanidad toda.
“Está tan claro. Tan santamente regulado. Podemos definir con tanta sencillez y exactitud el carácter de una acción y la condición espiritual de una persona, sin ambages ni medias tintas, y prescribir la receta religiosa que su condición amerite.”
Incluso los fariseos (el ala más “progre” de la casta religiosa judía del siglo I) estaban obnubilados con las preciosuras del sistema religioso que los orfebres de su nación habían desarrollado magníficamente.

“Para Dios no hay medias tintas. “Las cosas son blanco o negro. “El pecado es pecado”. Son frases que podríamos haber oído de sus bocas (también) en aquellos días.

Pero entonces entró en escena un inclasificable maestro llegado de una región mal reputada.
¿Quién es? Un campesino, de Nazaret, en Galilea, tierra de gentiles, impuros, más propensos a la herejía que al buen juicio.
¿Y cuál es el problema? ¿Es sabio, inteligente, popular? ¡Que siga adelante! No podrá reemplazar lo que tan bien establecido tenemos.
Parece, mi querido amigo, que eso hace.
Pues entonces… matémoslo. En nombre de nuestra religión.

Esta escenificación caricaturesca permanece vigente y vívida en la práctica religiosa actual. Veinte siglos después la religión mantiene sus pretensiones de imponer su esquema tabulado para considerar a personas, situaciones, y condición espiritual y vital de las gentes.
Y no está dispuesta a transigir. La iglesia ha desarrollado a lo largo de siglos esquemas que determinan qué es pecado (y qué no lo es) y cómo lidiar con esas situaciones. Estructuras de causa-efecto, mérito-demérito.

Quiero delinear esta incomodidad que Jesús le ocasiona a los sistemas religiosos con tres ejemplos bíblicos, de su propia referencia. Los acontecimientos de (los así llamados): la mujer adúltera, el buen samaritano, y la prostituta en casa de Simón.
En estos tres ejemplos comprobamos el elemento perturbador que Jesús le imprime a la fe. Todo lo que parecía rígido, nítido, incuestionable, es introducido bajo un marco de referencia distinto: la gracia de Dios. Ya no es “LA LEY” lo absoluto, sino que ésta ha de ser considerada con una nueva mirada.
La mujer adúltera, que a todas luces merece la lapidación, es mirada desde la gracia (cosa que aquel grupo de judíos fieles representantes de su religión ni se les pasó por la cabeza). Jesús no niega el pecado, ni justifica al pecador, pero la novedosa exigencia va en dirección a quien quiere intervenir y etiquetar la situación y sus actores. Jesús irrumpe en el escenario de la religión con los anteojos de la gracia. Y lo que antes era inapelable, axiomático, taxativo, ahora ya no se ve con tanta nitidez. Se complejiza la situación. Y, frente al nuevo desafío, la religión calla (¿por vergüenza? ¿por impotencia?) ante la gracia. Y llega el perdón y la oportunidad de una vida nueva para una mujer. La religión apedrea muy justamente, pero la gracia de Dios sobreabunda sobre el juicio y vivifica.
En la parábola del buen samaritano los representantes de la religión con toda razón y rectitud, se apartan del herido. No existen matices. Las normas exigen evitar todo tipo de contacto con el eventual impuro, o muerto (o –peor aún– ambas cosas). Pero la lógica de Jesús deja perplejo a su interlocutor, que no puede sino reconocer que la compasión obra más santamente que la religión.
Y en casa de Simón, una mujer pecadora (¡vaya eufemismo éste, que subraya la cuestión esencial del relato!) se acerca, toca, manosea, ultraja la reputación y los pies del huésped de honor de la casa. Simón es más generoso que los religiosos de los ejemplos anteriores. El sí admite que Jesús puede llegar a permitirse estos grados de tolerancia, de falta de protocolo y de relacionamiento espontáneo con una mujer. Lo que no es posible para él es que, a la vez, Jesús sea profeta. Existe lugar para la compasión y la empatía, pero no en el marco de la ley, tal y como él la entiende. La perturbadora lógica de la gracia irrumpe nuevamente para explotarle en las manos a la religión que comprueba que la gratitud, la misericordia, la gracia, no son parámetros relevantes en su propuesta salvífica.

Aquella diatriba inicial continúa exigiendo respuestas hoy en día. Matemos en nombre de la religión a cualquier Jesús que quiera perturbar la casuística del sistema montado para la manipulación del pecado y de las personas.
Aún hoy podemos someternos a la ingeniería religiosa que estigmatiza, exige, simplifica igualando para abajo, y esclaviza con cadenas dogmáticas. O podemos entrar en el terreno de la gracia, de la ambigüedad y la espiritualidad vital (de personas: no de libros ni de tabulaciones): el terreno del Reino, el terreno de Jesús.