viernes, 3 de junio de 2011

El alegre postoperatorio de la esperanza escatológica

El alegre postoperatorio de la esperanza escatológica

(demasiado título para unos murmullos trasnochados)

En los últimos días tuve el privilegio y la mala fortuna de tener que sobrellevar la experiencia de un postoperatorio. Todavía me encuentro en esa instancia. Sufrí una intervención quirúrgica que me resolvió un importante problema en mi salud pero que no me tiene, aun, recuperado por completo. La gratitud y la alegría por haber superado el grave estado son una realidad, sin embargo el momento no deja de ser arduo de transitar. No fue el grave estado de salud, ni el gran dolor de las heridas lo que mayor dificultad me causó durante el tiempo transcurrido. Lo peor de todo (no ya desde la salud o el dolor, sino desde el estado anímico y general) fue el postoperatorio. Mientras estaba con el problema que reclamaba una operación estaba limitado, y debía acomodarme a lo que la situación me demandaba. Una vez operado se espera que ya esté sano, recuperado, y con las funciones a pleno. Pero, como todo el mundo sabe (a excepción del paciente impaciente) esto no sucede de manera inmediata. Uno ya está operado. Lo que estaba enfermo ya no está mal (o, como en mi caso, ya no está más). El mal fue erradicado y todo debería recuperar su funcionamiento natural. Lejos de suceder eso el cuerpo necesita muchos cuidados, y el dolor es intenso. El mal, en realidad causó bastante daño y la extracción de ese mal también afectó a órganos que fueron cortados, manipulados, desplazados y nuevamente acomodados, todo para permitir dar lugar a un nuevo y mejor estado. Pero mientras tanto cada movimiento me provoca dolor. No me puedo mover mucho ni hacer movimientos bruscos sin sentir un tirón que causa sufrimiento. No puedo hacer lo que quisiera, no puedo comer lo que quisiera, solo esperar el momento en que mi cuerpo recuperará su condición natural que, seguramente, será mejor incluso a la que ostentaba antes de la operación.

Se parece demasiado a la exasperante condición que vivimos los que creemos en la redención, en la futura restauración de todas las cosas. A esa expectativa dolorosa y esperanzada que vivimos los que creemos que transitamos el tiempo entre la victoria del crucificado y la consumación de su victoria final. La realidad futura es inminente, pero la presente todavía duele. No dudamos en cuanto al destino final de nuestra esperanza, pero la cotidianeidad es de insatisfacción, de frustración y, muchas veces, de dolor desesperante. Miramos y confiamos en la llegada de la luz plena, de la salud y la restauración de las entidades, de las formas y las esencias, de las expresiones y las intenciones, pero en el “mientras tanto” esta realidad, muchas veces, duele.

El postoperatorio duele, frustra y aconogoja. Pero el contexto en el que se da (al menos en este, mi caso) es uno de esperanzadora alegría, de anhelante convicción del bienaventurado porvenir. Un futuro asegurado por una realidad pasada, concreta, evidenciada en la historia, en la fe, y en mi carne.