jueves, 22 de diciembre de 2011

folleto de navidad: intento 2 (y último)


Los chicos jugaron, se divirtieron, anduvieron saltando y riendo para despedirse de esos dos días de campamento que habían disfrutado mucho, y les habían permitido conocer nuevos amigos. Algunos de ellos lo habían pasado realmente bien. Y con ese almuerzo final se estaban despidiendo de los amigos y de este encuentro que se empezaba a instalarse en sus memorias y sus corazones como un muy buen recuerdo. Después de terminar de comer las pizzas llegó un postre que no esperaban. Y Santiago, mientras recibe su porción de gelatina con cerezas, desde la alegría y la gratitud, encuentra las palabras exactas para darle expresión a su asombro:¡Pero esto parece Navidad!
Habrá que corregirlo a Santiago: No parece navidad, lo es.
La madre Teresa de Calcuta dijo que:
Es navidad cada vez que sonríes a un hermano y le tiendes la mano.
Es navidad cada vez que estás en silencio para escuchar al otro.
Es navidad cada vez que no aceptas aquellos principios que destierran a los oprimidos al margen de la sociedad.
Es navidad cada vez que esperas con aquellos que desesperan en la pobreza física y espiritual.
Es navidad cada vez que reconoces con humildad tus límites y tu debilidad.
Es navidad cada vez que permites al Señor renacer para darlo a los demás.

La navidad no es, no puede ser, una mera fecha del almanaque ni una fiesta del consumismo egoísta. La navidad no es, y no podemos permitir que sea, solo un tiempo de celebrar lo que tenemos y de llorar lo que nos falta (y los que nos faltan).
La navidad no es, y no debe ser, una fecha que señale lo que se termina, lo que se deja atrás. Navidad debe ser un tiempo de nacimiento, de renuevo, de mirar hacia lo que está comenzando a ser. Navidad es el nacimiento de Jesús, Dios Hijo en medio de los hombres. Y celebramos en navidad que ahora hay esperanzas de vida eterna para todos. Para religiosos y seculares, para eclesiásticos y laicos, para potentados y desposeídos, para sabios y –especialmente– para legos, para expertos y –fundamentalmente– para niños. Una vida eterna que no comienza el día de nuestro velorio sino que comienza hoy, aquí y ahora. La buena noticia de la navidad no es que nuestra vida necesita cambiar porque así como va no nos lleva a un buen final (eso, ni siquiera, es noticia), sino que esa fiesta, ya está presente entre nosotros. Que Jesús es nuestra celebración. Que en Él hay vida, gozo, paz y esperanza.
Podemos celebrar la navidad hoy y cada día, no solo levantando la copa y compartiendo regalitos, sino: sonriendo al hermano y tendiéndole la mano; escuchando en silencio al otro; comprometiéndonos a desterrar la opresión; esperando con aquellos que desesperan en la pobreza física y espiritual;reconociendo nuestros límites y debilidad; permitiendo a Dios renacer en nosotros, arrepintiéndonos de nuestros errores y maldades, e invitándolo a ser el director de nuestras vidas, el que haga nuevo nuestro corazón y nuestros deseos, nuestras intenciones y nuestra voluntad, el que nos haga renacer como trabajadores de la construcción de una realidad más justa, más digna y más feliz.

martes, 20 de diciembre de 2011

Folleto de navidad: intento 1


Marcos sale de casa con su mamá y en seguida se ponen a repartir unos últimos saludos a algunos vecinos y amigos, antes de volver a juntarse para la cena de nochebuena.

Todos los años hacen más o menos lo mismo. Preparan las cosas temprano, y antes de la cena visitan a alguna gente querida, toman unos mates con ellos al calor de la tarde de diciembre, celebran algún brindis, abrazos que van y vienen, saludos y buenos deseos con los amigos de todos los años.

En casa ya está todo listo: los arreglos de la mesa, la comida que van a compartir, y un par de paquetitos con regalos para los más chicos. Marcos creó escuchar por ahí que hasta es posible que este años haya helado para el postre, porque su papá estuvo haciendo algunas changas y así entró un podo más de dinero a la familia, para permitirles disfrutar de “ese lujo” no muy habitual en su casa.

Pero al pasar por la vereda de la casa de Martín (un compañero de fútbol), reciben el saludo de la gente de la casa y la invitación a pasar y compartir con ellos unos minutitos.

Una vez adentro, marcos se queda mudo. No le alcanzan los ojos para apreciar todos los brillos, luces y ornamentos dispuestos para la ocasión. Pero lo que más alo asombra es la abundancia de la mesa que espera para la cena. ¡Qué cantidad de vajilla, comida, bebida, confituras, postres, exquisiteses…! Así que Marcos, finalmente, saca sus conclusiones y pregunta: ¿Toso eso van a comer? ¿Tanta hambre tienen?

La pregunta parece graciosa, inocente, y descolgada. Pero no está falta de sentido común.

Cuando llenamos nuestra casa de luces y chirimbolos…, cuando llenamos nuestro árbol de regalos y paquetitos…, cuando llenamos nuestra mesa de comida y nuestra heladera de alcohol…, ¿cuál es el hambre que estamos queriendo saciar?

Es evidente que no vamos a comer tooooooodaaaaa esa comida, ni necesitamos semejante parafernalia para una cena. Es evidente que hay una necesidad interior que estamos intentando llenar con fiesta, con ruido, con comida, con gastos exagerados y abundancia de palabras vacías.

¿Qué hambre estás queriendo saciar en esta navidad?

En navidad celebramos el nacimiento de Jesús. La manifestación de Dios Hijo en Belén. Seguramente tenés por ahí cerca una tarjeta o unos adornos con la escena del pesebre. ¿Sabías que Belén significa Casa de Pan? En navidad recordamos que Jesús, el pan de vida*, tendió el puente que nos conecta con el cielo, con la vida eterna, con dios, de manera definitiva. Jesús es la provisión de dios para lesa sed y ese hambre profunda del alma que ningún otro alimento puede saciar.

Podes seguir intentando llenar tu vacío con regalos, con placeres, con vicios, con afectos, con cuestiones sanas o dañinas. Pero tan solo al invitar a Jesús a ser el Señor de tu vida vas a experimentas la saciedad e esa angustia profunda, íntima, existencial, que Dios quiere resolver en vos, y que necesitás suplir para alcanzar tu verdadera dimensión humana.

¡Que esta navidad sea la fiesta del alimento eterno para tu corazón, y del bridis por la felicidad nacida en tu corazón por el pan de vida, viviendo en vos!


* Evangelio según San Juan 6:35

viernes, 18 de noviembre de 2011

del aséptico dogmatismo a la jodida ambigüedad


aséptico: Neutral, frío, sin pasión

“siglos de meticulosa elaboración para que un inveterado pueblerino venga con estas cuestiones…”
Algo bastante parecido a esto deben haber pensado en más de una ocasión los (¿decepcionados?) horrorizados religiosos judíos al considerar las atrocidades que este “cabecita” llegado del interior de una provincia menos ignorada que despreciada, acometía contra la ingeniería religiosa con la que generaciones de piadosos hombres habían bendecido a la nación judía y a la humanidad toda.
“Está tan claro. Tan santamente regulado. Podemos definir con tanta sencillez y exactitud el carácter de una acción y la condición espiritual de una persona, sin ambages ni medias tintas, y prescribir la receta religiosa que su condición amerite.”
Incluso los fariseos (el ala más “progre” de la casta religiosa judía del siglo I) estaban obnubilados con las preciosuras del sistema religioso que los orfebres de su nación habían desarrollado magníficamente.

“Para Dios no hay medias tintas. “Las cosas son blanco o negro. “El pecado es pecado”. Son frases que podríamos haber oído de sus bocas (también) en aquellos días.

Pero entonces entró en escena un inclasificable maestro llegado de una región mal reputada.
¿Quién es? Un campesino, de Nazaret, en Galilea, tierra de gentiles, impuros, más propensos a la herejía que al buen juicio.
¿Y cuál es el problema? ¿Es sabio, inteligente, popular? ¡Que siga adelante! No podrá reemplazar lo que tan bien establecido tenemos.
Parece, mi querido amigo, que eso hace.
Pues entonces… matémoslo. En nombre de nuestra religión.

Esta escenificación caricaturesca permanece vigente y vívida en la práctica religiosa actual. Veinte siglos después la religión mantiene sus pretensiones de imponer su esquema tabulado para considerar a personas, situaciones, y condición espiritual y vital de las gentes.
Y no está dispuesta a transigir. La iglesia ha desarrollado a lo largo de siglos esquemas que determinan qué es pecado (y qué no lo es) y cómo lidiar con esas situaciones. Estructuras de causa-efecto, mérito-demérito.

Quiero delinear esta incomodidad que Jesús le ocasiona a los sistemas religiosos con tres ejemplos bíblicos, de su propia referencia. Los acontecimientos de (los así llamados): la mujer adúltera, el buen samaritano, y la prostituta en casa de Simón.
En estos tres ejemplos comprobamos el elemento perturbador que Jesús le imprime a la fe. Todo lo que parecía rígido, nítido, incuestionable, es introducido bajo un marco de referencia distinto: la gracia de Dios. Ya no es “LA LEY” lo absoluto, sino que ésta ha de ser considerada con una nueva mirada.
La mujer adúltera, que a todas luces merece la lapidación, es mirada desde la gracia (cosa que aquel grupo de judíos fieles representantes de su religión ni se les pasó por la cabeza). Jesús no niega el pecado, ni justifica al pecador, pero la novedosa exigencia va en dirección a quien quiere intervenir y etiquetar la situación y sus actores. Jesús irrumpe en el escenario de la religión con los anteojos de la gracia. Y lo que antes era inapelable, axiomático, taxativo, ahora ya no se ve con tanta nitidez. Se complejiza la situación. Y, frente al nuevo desafío, la religión calla (¿por vergüenza? ¿por impotencia?) ante la gracia. Y llega el perdón y la oportunidad de una vida nueva para una mujer. La religión apedrea muy justamente, pero la gracia de Dios sobreabunda sobre el juicio y vivifica.
En la parábola del buen samaritano los representantes de la religión con toda razón y rectitud, se apartan del herido. No existen matices. Las normas exigen evitar todo tipo de contacto con el eventual impuro, o muerto (o –peor aún– ambas cosas). Pero la lógica de Jesús deja perplejo a su interlocutor, que no puede sino reconocer que la compasión obra más santamente que la religión.
Y en casa de Simón, una mujer pecadora (¡vaya eufemismo éste, que subraya la cuestión esencial del relato!) se acerca, toca, manosea, ultraja la reputación y los pies del huésped de honor de la casa. Simón es más generoso que los religiosos de los ejemplos anteriores. El sí admite que Jesús puede llegar a permitirse estos grados de tolerancia, de falta de protocolo y de relacionamiento espontáneo con una mujer. Lo que no es posible para él es que, a la vez, Jesús sea profeta. Existe lugar para la compasión y la empatía, pero no en el marco de la ley, tal y como él la entiende. La perturbadora lógica de la gracia irrumpe nuevamente para explotarle en las manos a la religión que comprueba que la gratitud, la misericordia, la gracia, no son parámetros relevantes en su propuesta salvífica.

Aquella diatriba inicial continúa exigiendo respuestas hoy en día. Matemos en nombre de la religión a cualquier Jesús que quiera perturbar la casuística del sistema montado para la manipulación del pecado y de las personas.
Aún hoy podemos someternos a la ingeniería religiosa que estigmatiza, exige, simplifica igualando para abajo, y esclaviza con cadenas dogmáticas. O podemos entrar en el terreno de la gracia, de la ambigüedad y la espiritualidad vital (de personas: no de libros ni de tabulaciones): el terreno del Reino, el terreno de Jesús.



martes, 12 de julio de 2011

aprendiz de salmista


a lo largo de un par de meses estuvimos mirando hacia la vida de David, según la Biblia desarrolla aspectos biográficos de esta figura. Seleccionamos algunos fragmentos de su historial para intentar obtener algunos elementos que signifiquen un aporte a nuestra comprensión de la vida de fe.
Fue un tiempo interesante y una experiencia enriquecedora. En uno de los últimos encuentros animé a los demás a escribirle a Dios sus emociones y sus sensaciones, imitando la sensibilidad ante la vida que evidenció David. Y, sorpresivamente para mí, me encuentro con la grata sorpresa que alguien respondió con esta explosión de ternura:


MI PRIMER SALMO (como los de David)

No hay nadie más poderoso que vos,
el mejor cuidador del mundo sos.
Me ofrecés “Ibupirac” si me da toz;
si tengo hambre, me das atún y arroz

Sos el ser mas bueno,
me llegás a dar todo lo que deseo.
Cuando me excedo hasta pido un reno
pero sólo me lo das si para mí es bueno.
Eso es porque me cuidás,
me protegés, ayudás, amás.

Nunca te voy a llegar a agradecer
por la mañana y el atardecer,
por mi familia y su forma de ser,
por la gente que me ayuda a ver
lo que vos querés para mí.
Tal vez no lo llego a entender
pero de una cosa estoy segura
y es que si soy una arcilla dura
nunca voy a estar a la altura
de acercarme a tu hermosura
y poder ser una ovejita pura.

P. (13 años)

viernes, 3 de junio de 2011

El alegre postoperatorio de la esperanza escatológica

El alegre postoperatorio de la esperanza escatológica

(demasiado título para unos murmullos trasnochados)

En los últimos días tuve el privilegio y la mala fortuna de tener que sobrellevar la experiencia de un postoperatorio. Todavía me encuentro en esa instancia. Sufrí una intervención quirúrgica que me resolvió un importante problema en mi salud pero que no me tiene, aun, recuperado por completo. La gratitud y la alegría por haber superado el grave estado son una realidad, sin embargo el momento no deja de ser arduo de transitar. No fue el grave estado de salud, ni el gran dolor de las heridas lo que mayor dificultad me causó durante el tiempo transcurrido. Lo peor de todo (no ya desde la salud o el dolor, sino desde el estado anímico y general) fue el postoperatorio. Mientras estaba con el problema que reclamaba una operación estaba limitado, y debía acomodarme a lo que la situación me demandaba. Una vez operado se espera que ya esté sano, recuperado, y con las funciones a pleno. Pero, como todo el mundo sabe (a excepción del paciente impaciente) esto no sucede de manera inmediata. Uno ya está operado. Lo que estaba enfermo ya no está mal (o, como en mi caso, ya no está más). El mal fue erradicado y todo debería recuperar su funcionamiento natural. Lejos de suceder eso el cuerpo necesita muchos cuidados, y el dolor es intenso. El mal, en realidad causó bastante daño y la extracción de ese mal también afectó a órganos que fueron cortados, manipulados, desplazados y nuevamente acomodados, todo para permitir dar lugar a un nuevo y mejor estado. Pero mientras tanto cada movimiento me provoca dolor. No me puedo mover mucho ni hacer movimientos bruscos sin sentir un tirón que causa sufrimiento. No puedo hacer lo que quisiera, no puedo comer lo que quisiera, solo esperar el momento en que mi cuerpo recuperará su condición natural que, seguramente, será mejor incluso a la que ostentaba antes de la operación.

Se parece demasiado a la exasperante condición que vivimos los que creemos en la redención, en la futura restauración de todas las cosas. A esa expectativa dolorosa y esperanzada que vivimos los que creemos que transitamos el tiempo entre la victoria del crucificado y la consumación de su victoria final. La realidad futura es inminente, pero la presente todavía duele. No dudamos en cuanto al destino final de nuestra esperanza, pero la cotidianeidad es de insatisfacción, de frustración y, muchas veces, de dolor desesperante. Miramos y confiamos en la llegada de la luz plena, de la salud y la restauración de las entidades, de las formas y las esencias, de las expresiones y las intenciones, pero en el “mientras tanto” esta realidad, muchas veces, duele.

El postoperatorio duele, frustra y aconogoja. Pero el contexto en el que se da (al menos en este, mi caso) es uno de esperanzadora alegría, de anhelante convicción del bienaventurado porvenir. Un futuro asegurado por una realidad pasada, concreta, evidenciada en la historia, en la fe, y en mi carne.


martes, 10 de mayo de 2011

metiendo el cuchillo hasta la empuñadura


¡Por fin las iglesias se animan a hablar de temas ríspidos! Durante mucho tiempo nos tocó convivir con iglesias que preferían evadirse y refugiarse en su nube ultramundana y en su salvación “made in Hollywood”, para no embarrarse los pies con la cotidianeidad que pega y duele. Hoy encontramos iglesias que por fin asumen el desafío histórico y, con decisión y vocación profética, deciden empezar a hablar de los asuntos en los que propios y extraños quieren y necesitan oír la voz de la iglesia.
Ahora sí escuchamos hablar de género y elección sexual, de aborto, de eutanasia, de corrupción institucional y cotidiana, de violencia estructural y simbólica, de los desafíos cotidianos y triviales aunque intrincados, y de los conflictos existenciales del hombre y la mujer de hoy.
¡¡¡Pero eso sí …!!! (diría Mex) Se habla de todos esos temas, pero así, exactamente de la misma manera, con el mismo compromiso, profundidad y valentía con que Luis María Pescetti encara esta cuestión tan difícil de abordar: ¿Cómo se hacen los niños?

viernes, 6 de mayo de 2011

cuánto... en cuatro líneas


lo leí, me gustó, lo releí y me gustó todavía más.
Reconozco mi ignorancia en cuanto a las ideas y la vida de este buen Shillito. Pero me parece muy piola compartirlo y disfrutarlo juntos, si da.

Los otros dioses eran fuertes; pero Tú fuiste débil;
Llegaron cabalgando, pero Tú te tambaleaste hasta el Trono;
Pero a nuestras heridas sólo las heridas de Dios pueden hablar,
y ningún dios tiene heridas sino solo Tú.

Edward Shillito

miércoles, 4 de mayo de 2011

Chau, bis


otro "pariente" homenajea a Sábato con el recuerdo tierno.

MI OTRO PADRE
Se murió. Y sí, se murió Ernesto, mi otro padre. A sus casi cien años morir no es una sorpresa pero no es menos pena. Acaso más tranquila ya que es natural a la vida que alguna vez termina.
Me enseñó- y no significa que aprendí- a no ser ingrato, a no ceder a la frivolidad, a no escribir sin sentimiento, a no privilegiar la vigilia sino el sueño. Y a no subir un escalón más si todavía no pisé fuerte el esca
lón de abajo. Junto a él compartí momentos de los cuales siempre me llevé algo, y no sé si lo compensé con alguna migaja.
Es la historia la que después teje la ubicación del muerto en este o aquel lugar, o lo desvanece o lo sepulta. La historia –se sabe- es injusta e imperfecta y se cuelan en ella conspiraciones que no siempre la verdad resiste. Hay en la historia héroes que deberían ser villanos. Si por mí fuera a Ernesto lo ubicaría alto. En la literatura, en el pensamiento, en el humanismo y en la política.
De alguien que vive casi toda una vida en la misma y sencilla casa, en Santos Lugares; en el mismo barrio, junto a los mismos vecinos y a los mismos árboles y plantas; de alguien que amó a los perros y los gatos, a los pájaros, a los escarabajos mínimos y los terrones de tierra de su j
ardín siendo millonario de tentaciones y de rangos, no hay que dudar: hay que cerrar los ojos y entregarse.
Siempre lo vi usar durante décadas el mismo par de zapatos porque le gustaban. Es un hombre. Insisto, no “fue” un hombre sino que “es”. Porque deja su molde entre nosotros.
No hace falta ser culto ni erudito –pero hace falta ser justo- para darse cuenta que era excepcional como es excepcional en la fauna un ejemplar que aún arriesgándose y exponiéndose, y sin traicionarse, inscribe su marca entre muchas. Su récord de supervivencia no es un dato
menor: “voy a vivir hasta los cien años. Tengo sangre albanesa”, decía cuando ya tenía ochenta. Le faltaron dos meses para cumplir el siglo y nadie podrá decir que no culminó su proeza etárea.
Cuando con Borges estuvieron uno frente al otro en 1974, estando yo allí como testimonio, sé de su conciencia del genio del otro, sé de su comprensión de las diferencias vitales que les concernían y de cómo prefirió superarlas para acentuar las coincidencias. En tanto tiempo transcurrido se le murieron su mujer y un hijo; se le murieron perros y plantas y vecinos del barrio. La larga vejez deja en solitario porque los de su gener
ación se mueren antes. Era fuerte como una fibra vegetal y tierno como un campesino sin hectáreas. Alcanzó la hazaña sin igual de cruzarse de las altas matemáticas a la alta estética literaria.
Escribió ficciones y ensayos, tangos, poemas, cuentos, testimonios y crónicas. Fue fotógrafo y pintor, actor y jardinero. Le resultó natural ser un hombre. Lo único que no fue es mediocre.
Orlando Barone, 1 de mayo de 2011.
una linda sinopsis rapidita AQUI

sábado, 30 de abril de 2011

Chau Tío


Se muere Sábato y es como un amigo de la familia que también se va. Mi papá no podía mencionar 4 frases seguidas sin mencionarlo. Tanto es así que en los últimos tiempos ya nos cruzábamos miradas con los demás integrantes de la sobremesa para ver quién adivinaba a qué cita de Sábato estaba por aludir. Tengo sus libros en una biblioteca impregnada de olor a tabaco, los libros y la biblioteca de mi papá. Y ese olor penetrante, es el olor de Sábato. Porque es el olor de las charlas con mi papá.
Con la partida de Sábato se muere otro pedacito de mi papá. Otro pedacito de un país lleno de contradicciones que fue. Otro pedacito de una manera de soñar, de pensar, de construir, de creer, que todavía no terminamos de entender y, por ende, no terminamos de valorar y aprovechar.
Así como tantas veces nos cansaba la repetitiva mención de "citas Sabatinas", llegará la hora de asimilarlo para incorporarlo y crecer, para que siendo parte de nuestro fertilizante nos ayude a parir nuestros propios brotes.
Perdón. Otra vez, sin darme cuenta, terminé hablando de mi papá.


RECUERDO DEL HOMBRE QUE SE REUNÍA CON LOS ANÓNIMOS
Ernesto Sábato era un hombre triste; de tan triste parecía que esa era su naturaleza; más que su cuerpo, su mirada, sus palabras, más que todo eso, Sábato era físicamente triste. Y, sin embargo, siempre que lo recuerdo lo veo pidiéndole a Jorge Valdano, su paisano ex futbolista, que le diera un puñetazo en el estómago: “Para que compruebe lo fuerte que estoy”. Y estaba fuerte, hasta hace algunos años; entonces volvió a España, con su compañera, Elvira Rodríguez Fraga, como si se viniera a despedir de este país; al volver a Buenos Aires, a Santos Lugares, escribió un diario, Antes del fin, que complementaba otro libro suyo en el que hacía los diarios de su vejez viajando por este país viejo.
Pero a la vuelta ya se hizo tan mayor su tristeza que convirtió su cuerpo, su memoria y su deseo en pura melancolía, y se fue deteriorando su salud, sin que nunca pudiera pensarse que aquel cuerpo del que tanto se quejaba lo fuera a traicionar, algo que acaba de hacer, para su liberación, quizá, pero también para su congoja. Pues, a pesar de las apariencias, las que él hacía explícitas y las que se le notaban en las oquedades pocas veces risueñas de sus ojos, Ernesto Sábato era también un cascarrabias que amaba la vida, un hombre capaz de alternar su preocupación por la ceguera (la suya, la que lo amenazaba) con las bromas y los dimes y diretes que le gustaba levantar para hablar de la clase literaria a la que pertenecía de lleno pero a regañadientes.
Hace unos días Elvira González Fraga me llamó; ella lleva con la ilusión inmarchitable y con un sentido del humor que siempre contrastó con el pesimismo de su compañero, la Fundación Ernesto Sábato, incrustada en lo más bello de Palermo, el barrio de las librerías y de los escritores de Buenos Aires. Ella era consciente de las enfermedades que la edad otorga a los cuerpos humanos, pero aún así, consciente también de que su compañero había pasado por una bronquitis fastidiosa, aún no era la hora. Y desde la fundación preparaba el homenaje que se le debe al centenario de Sobre héroes y tumbas. El centenario se cumple el 24 de junio, y para ese día ella creía que el agasajo universal tendría presente al escritor de Santos Lugares.
Ya no puede ser. La muerte de Sábato es un trago amargo y simbólico de la Argentina y de la literatura. Él representa a Argentina, con todas las contradicciones que en él actuaron en la baja frecuencia y que también machacaron a Jorge Luis Borges, algunas veces su amigo, y casi siempre su oponente; sobre ellos, de maneras distintas, cayeron los denodados latigazos que ese país le ha dado a la razón para despojar a los hombres de la serenidad de la discusión o el desacuerdo. Esas contradicciones se han reflejado en estos dos titanes ahora ya desaparecidos. Las heridas están en los libros, incluso en las entrevistas que se hicieron juntos y también en los desplantes que se hacían en público y en privado. Hay un libro en el que ambos se enzarzan a hablar de la literatura, de Dios y del diablo, y aunque no se quisieron nunca del todo, ahí se ve que en ambos hay una ternura que acaso es el sustento de la inquietud común: ¿para qué tanto lío si hemos de morir y no quedará ni una línea, ni siquiera un verso sencillo?
Pero ahora que toca certificar el fin de Sábato conviene recordar más su literatura que esas escaramuzas que uno aceptó como riesgos del destino y que el otro, el que acaba de fallecer, convirtió en el trampolín de una decisión civil que lo marcó como un héroe de una Argentina nueva que no acaba de ser nunca una Argentina verdaderamente renovada. Y su literatura, la de Sábato tiene en las contradicciones del ser humano, en los miedos al vacío que convivieron también en su pintura, la esencia de sus imaginaciones, que fueron tan oscuras como las predicciones que él hacía del destino de los hombres, condenados a la ceguera, a la mezquindad y al olvido. El túnel y Sobre héroes y tumbas son como el trasunto de esa oquedad rabiosa de sus ojos. Él quería desaparecer y estar. Una vez, en el restaurante Casa Lucio de Madrid, donde había querido comer huevos estrellados, cantamos juntos, con Elvira González Fraga, una milonga argentina de Reguera, creo: “Se me está haciendo la noche/ en la mitad de la tarde/ no quiero volverme sombra/ quiero ser luz y quedarme”. Sábato hizo suyos esos versos, pues él, que ya llevaba avanzados los 90, quería quedarse, seguir, estar, terminarse esos huevos estrellados, seguir viaje a Galicia, a Sevilla, volver a Argentina, vivir, aunque ya su estómago no estuviera tan firme como cuando le pidió a Valdano que le golpeara la barriga, “si viera lo fuerte que está”.
En sus diarios españoles (España en los diarios de mi vejez, Seix Barral), escribió esta entrada: “Cuando siento que me falta tanto de lo que gocé en otras épocas, me queda esto, agarrar un papel o sentarme a mi vieja máquina de escribir, vieja y compañera, y anotar esto, esto quizá sin importancia, pero que me hace sentir reunido con los anónimos y sin embargo, por algún misterio, cercanos lectores que estos papeles tendrán”.
Quería desaparecer, eso está en sus libros, pero quería quedarse, eso estaba en su mirada herida que ahora se acaba de apagar. Ernesto Sábato, un titán disminuido siempre por la constancia rabiosa de su melancolía.

Juan Cruz, para diario EL PAÍS

el artículo original de El País Aquí

viernes, 8 de abril de 2011

Había una vez más...

El plan de salvación

Una vez más (¿y van…?) me encuentro con una presentación, más o menos novedosa, de un esquema harto repetido de lo que se supone sea la esencia del evangelio, la síntesis de lo que la humanidad necesita saber y apropiarse para acceder a la vida eterna.
Una vez más (¿y van…?) me quedo petrificado externamente y excitado internamente porque a pesar de creer y adscribir a esas verdades, me rehúso a la mecanización del obrar de aquel Viento que no se sabe de dónde viene ni adónde va. Me revelo ante mi propia irreverencia hacia la obra y la invitación de Dios en su obrar redentor.
Una vez más (¿y van…?) me cuestiono, ante la inminencia de la celebración que llamamos “Semana Santa”, “Pascua”, “Pascua de resurrección”, o etcéteras varios, qué es lo que debo compartir en esta fecha a los cristianos que me acompañan y a los no cristianos/no creyentes/no practicantes que esperan alguna palabra de mi parte. Como cristiano que procura servir a Dios en el servicio a la gente de su lugar y su tiempo ¿cuál será mi actitud y mi mensaje?
Una vez más (¿y van…?) me convenzo de que el mensaje a compartir es el consabido de Mateo 28.
Acercándose Jesús, les dijo: "Toda autoridad Me ha sido dada en el cielo y en la tierra. "Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden (he aquí)! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo."
Si de alguna manera cabe resumir, o señalar una cuestión medular del evangelio por la cual entrar a considerar todo el mensaje de la Biblia, si de alguna manera podemos resumir en un concepto, en un grupo de versículos bíblicos dónde hay una puerta para acceder a todo el consejo de Dios para la humanidad y para el hombre, está en estos versículos.
¿Cuál es el centro del mensaje cristiano? ¿Cuál es la síntesis de la salvación que Dios ganó y convida al ser humano? El que figura en los últimos versículos de Mateo 28.
¿Que estamos separados de Dios y necesitamos su intermediación para el perdón de nuestros pecados? Cierto. ¿Que necesitamos reconocer nuestra condición de enemigos y recibir la amistad ganada en la cruz? También. ¿Que en el aprender con la iglesia y comprometernos públicamente con la muerte y resurrección de Jesús participamos del Reino de Dios? Por supuesto. ¿Que buscando a Dios y creciendo en la comprensión de su consejo hay mayor noción de la vida espiritual? Dale que va. Pero el aspecto central de la salvación que la Biblia nos describe, la cuestión medular de aquello que encontramos en las Escrituras como salvación no es la referencia a una vida futura en el cielo, con los angelitos y las calles de oro. No se acerca ni por asomo a que vamos mal y si no hacemos algo para zafar, el futuro ultramundano es tenebroso. Lo medular del mensaje evangélico es y debe ser Jesucristo. “Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” La invitación principal no es a comprar boletos para un cielo futuro y probable. El convite de la Biblia no es a adquirir un certificado de ubicación preferencial en un eventual reparto de palcos. La salvación de la Biblia es andar con Jesús todos los días hasta el fin del mundo. No soñar con un futuro paradisíaco, sino a andar en una novedad de vida ya.
La salvación no se puede sintetizar en una serie de premisas doctrinales, sólo se puede concentrar en una persona, el Salvador. Es su vida en nosotros, su compañía constante, su apoyo y respaldo lo que nos invita la Biblia. Ni cuatro leyes, ni diez verdades, ni 40 principios. Una persona, un Señor que nos convida su amistad, para salvarnos en ese caminar juntos. El plan de Dios para nuestra salvación consiste en que Jesús esté con nosotros, todos los días, hasta el final último.


jueves, 17 de marzo de 2011

de relicarios, pancartas y pertinencias

En el transcurso de estos días me tocó trabajar con unos grupos de adolescentes, y compartimos con ellos una cuestión harto conocida, pero no por ello falta de interés y curiosidades. Abordamos un aspecto del hecho que nuestra comprensión y valoración de algunas palabras nos condiciona en cuanto a nuestra aproximación al objeto que esa palabra designa. Fue así que escuchamos una canción en la que el artista rezonga ante la rutina, y la monotonía generalizada. Y de manera muy poética y musical nos captura y conduce a la misma sensación para instarnos a combatir esa rutinaria postura de aceptación y acomodamiento a situaciones indeseables. ¡Abajo la rutina, pues! ¡Nos da ganas de gritar a coro y maldecir a la muy desgraciada rutina, indeseable, BASUUURA!
Sin embargo, la misma palabra tiene una serie de significados y usos que nos la señalan como algo útil y valioso. La palabra rutina puede significar algo pesado, sombrío y repudiable, pero también, si pensamos en una rutina de entrenamiento, pasamos a entenderla como una herramienta para alcanzar un objetivo y evaluar nuestro progreso (o la falta de él). Podemos, también, pensar en la rutina que desempeña un artista, con lo que la palabra vendría a designar una seguidilla de hechos artísticos que son la plataforma para que el talento encuentre el ámbito propicio para manifestarse. Una rutina de estudios es el programa (la ruta) que prefijo para llegar al objetivo propuesto y deseado. Y, conforme la mirada que tengamos hacia la expresión “rutina”, o conforme la definición a la que hagamos referencia o adhiramos, esto implicará una carga valorativa y emocional hacia esa palabra y hacia lo que ella designa.

Creo que una parte fundamental de nuestra misión cristiana es la de redefinir para nuestra generación, contexto social, cultura, el contenido que la iglesia le atribuye al concepto de cristianismo, y a las diferentes expresiones y manifestaciones de su fe. Así como salvación no representa la misma situación y posee igual carga valorativa y emotiva para los profetas del s VIII aC que para Pablo en su epístola a los Romanos, tampoco “cristianismo” puede ser lo mismo para los europeos de la edad media que para los sudamericanos del s XXI. De no entenderlo así corremos el riesgo de que nuestras consignas se transformen en slogans vacíos, o marquesinas confeccionadas y valoradas en otros tiempos y culturas sin alcanzar el impacto emocional y conceptual que las buenas noticias deben representar para cada unidad espaciotemporal. No es solo cuestión de semántica sino de acompañar las renovadas autorevelaciones de un Dios vivo en una sociedad cambiante.
Sin romper y reelaborar algunas pancartas nos transformamos lentamente en perpetuadotes de una religión. En transplantadotes de doctrinas cuyo valor emotivo y conceptual (originalmente impactante y pertinente) se fue perdiendo o desgastando en el trayecto. Sin una actitud crítica hacia las propias creencias y prácticas (tanto como la que se tiene hacia las creencias y la práctica de “las puertas del tempo hacia fuera” –lo que algunos, tapándose la nariz, llaman ‘el mundo’–) la fe se vuelve irrelevante, y los practicantes de ella una serie de adoradores de reliquias.
No se trata de aggiornar la religión para acompañar los nuevos tiempos sino de vivir las verdades eternas y comprometernos con la comunidad en la que esa verdad –el logos de Dios– vive, para pintar pancartas renovadas, con una caligrafía pertinente y relevante, para anunciar un mensaje y unas consignas encarnadas en nosotros, carteles vivientes, convites de fe, acción y compromiso.

miércoles, 9 de marzo de 2011

por la cornisa

Me pone muy nervioso encontrar a Sandra -mi esposa- cuando está cocinando y elige para trabajar los escasos 10 cm de mesada que quedan entre la bacha y el borde interno. Le digo que es una temeraria, que le encanta caminar por la cornisa y que disfruta con esa proximidad al abismo. Tampoco es para tanto, pero esa exageración nos asegura un momento de diversión.
En estos días yo anduve cavilando por la cornisa. Estuve tratando con cuestiones que para otros serán superadas y nímias, pero que a mí, mirando mi historia, considerando de dónde vengo, no dejan de causarme cierto vértigo al comprobar la distancia de aquellas seguridades infantiles de la fe.
Por eso me gustó repasar, una vez más, esta poesía del obispo Federico Pagura que me reconforta y me reconcilia con lo más elemental y lo más profundo de mi fe: Jesucristo.
Para renovar el compromiso, para restaurar las fuerzas, para fortalecer el valor, para exorcizar los desánimos, les convido esta canción de fe, compromiso y alegría.

NUESTRAS LEALTADES
Federico J Pagura

Porque él venció, en la muerte, la conjura
de las malignas fuerzas de la historia,
seguimos no a un héroe ni a un mártir,
seguimos al Señor de la victoria.
Porque él al pobre levantó del lodo
y rechazó el halago del dinero,
sabemos dónde están nuestras lealtades
y a quién habremos de servir primero.

Porque él habló de cruz y la cargaba;
de senda estrecha y la siguió sin pausa;
seguir sus huellas es nuestro camino,
con él sembrarnos: esa es nuestra causa.
Porque él habló del Reino sin cansancio
y nos llamó a buscarlo una y mil veces;
debemos hoy, entre mil reinos falsos
buscar el único que permanece.

Porque él es el Señor del universo,
principio y fin del mundo y de la vida,
nada ni nadie usurpará su trono
ni detendrá su triunfo y su venida.

Por eso, pueblos de esta tierra hermosa,
que han conocido siglos de opresiones,
afirmen sus espaldas agobiadas
y eleven al Señor sus corazones.

Y todos los cristianos, sin distingos,
que hemos usado en vano el Nombre Santo,
enderecemos presto los caminos,
antes que nuestras risas se hagan llanto.
Porque él vendrá por sendas conocidas
o por ocultos rumbos ignorados,
y hará justicia a pobres y oprimidos
y destruirá los antros del pecado.

Y entonces sí, la iglesia verdadera,
la que dio santos, mártires, testigos,
y no inclinó su frente ante tiranos
ni por monedas entregó a sus hijos,
ha de resplandecer con esa gloria
que brota no del oro ni la espada,
pero que nace de esa cruz de siglos
en el oscuro Gólgota enclavada.



miércoles, 16 de febrero de 2011

sacudiendo la modorra

Ed René Kivitz es un tipo muy interesante, que viene a complicarnos la vida con cuestiones que nos dejan a la deriva en más de un aspecto. Pero que busca siempre sumar, construír, encontrar caminos que nos alejen de algunas cuestiones viciadas de obsolecencias pero en la procura de alcanzar mejores puertos. Un tipo duro y lúcido.
Esta cita está tomada del blog que traduce Gabriel Ñanco, llamado Otra Espiritualidad y que actualmente está un poco desactualizado, pero quien no lo conoce va a encontrarse con cosas muuuuuy interesantes.


NUESTRO DESTINO por Ed René Kivitz

Una de las cosas más estúpidas que creí, en términos de religión, fue que la composición de la población del cielo podía ser mensurada por el número de personas que dieron el “sí” a un llamado de conversión a Jesucristo hecho en base a la tradición del cristianismo protestante evangélico angloamericano. Traduciendo: si tú crees que irán al cielo solamente las personas que aceptan a Jesús como salvador después de oír el evangelio predicado a partir de la cultura angloamericana, entonces estás en problemas: tu cielo es demasiado pequeño; tu Dios es demasiado pequeño; tu Cristo es demasiado pequeño; tu evangelio es demasiado pequeño; tu Espíritu Santo es demasiado pequeño; tu universo de comunión es demasiado pequeño; tu proyecto existencial es demasiado pequeño; tu peregrinación espiritual es demasiado pequeña.
Es urgente que se articule otra manera
de convocar a las personas para que se dirijan camino al cielo. Una convocatoria que considere que “no todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” – palabras de Jesús. Una convocatoria que resignifique el concepto de cielo, que debe dejar de ser un lugar geográfico en otro mundo para donde se va después de muerto, para significar una dimensión de relación con el Dios Eterno para la experiencia continua del proceso de humanización: estar en Cristo, ser como Cristo, ser Cristo. Con eso quiero decir que el llamado para aceptar a Jesús como salvador como credencial para ir al cielo no es la mejor convocatoria. La mejor convocatoria espiritual cristiana no es una migración de un lugar para otro, sino de un estado de ser para otro. Nuestro destino no es el cielo. Nuestro destino es Cristo. Y estoy convencido de que mucha gente va a llegar allá aunque nunca hayan escuchado el plan de salvación desarrollado por los teólogos sistemáticos angloamericanos.

domingo, 6 de febrero de 2011

conflicto en tres actos, y una salida provisoria

ESCENA 1
Mientras esperábamos que Miguel llegara a la casa a la que había ido a entregar un trabajo, su esposa me mostraba las plantas que habían comprado en la semana y habían plantado el día anterior. Emocionada, me contó que una vez realizada la compra, el dueño del vivero les regaló “esas dos plantitas de ahí”.
- Se llaman Salvia –me dijo–, y el hombre nos dijo que la particularidad de estas plantitas es que atraen a los colibríes. Las plantamos ayer a la mañana, y a la tarde ¿sabés que tenía? ¡un colibrí!

ESCENA 2
Graciela nos ayuda con unos pequeños detalles para terminar de acomodar el salón antes de empezar nuestra reunión aquel domingo. No contenta con eso saca de su bolso algo que había traído para compartir con los eventuales asistentes a aquella reunión, sabiendo que es nuestra costumbre convidar con mate a los que van llegando, mientras se acomodan y esperamos el horario de comienzo. Ante mis “reproches” por aquel acto generoso, me veo sorprendido por un contraataque que me deja desarmado:
- Pero si vos mismo me enseñaste la frase que decía tu papá: “Que tu mano llegue antes que tu ofrecimiento”.

ESCENA 3
Mientras sé que los chicos que están armando toda la movida para la fiesta del cumpleaños de la radio, me debato entre mis pocas ganas de sacar un rato del poco tiempo que tengo y la ayuda que sé, les va a veni
r más que bien de mi parte. Realmente no tengo muchas ganas, estoy cansado, me quedan cosas por terminar de hacer, tengo un buen número de excusas sumamente válidas como para no hacer el esfuerzo que, de todas maneras ya sé, finalmente voy a hacer.
Y ¿por qué?
¿Por qué no tengo ganas de ir, cuando sé que puedo ayudar?
¿Por qué sé que de todas maneras, aunque después me arrepienta, voy a ir a hacer lo que esté a mi alcance, aunque no sea mucho?


Mientras preparo el programa de radio para este domingo, resuenan en mí las palabras del cuento de Eduardo Sacheri “Geografía de tercero”. Es un cuentazo y no cometeré la irreverencia de arruinarlo aquí con una sinopsis ligera e injusta. Pero baste con decir que el cuento versa sobre el recuerdo que somos capaces de imprimir en la memoria de otros, y qué hacer con la memoria emocional que otros imprimieron en nosotros.

Y es así que me descubro a mí mismo reflexionando
–logro más que laudatorio para un cuento– ¿Cómo voy a ser recordado por otros, el día que ya no esté aquí? ¿Cómo me recuerdan, con qué gesto mencionan mi nombre mis ex compañeros de trabajo, de estudios, mis vecinos de barrios anteriores?
Me encantaría saber si fue cambiando esa imagen con el transcurrir del tiempo. Creo que lo deseable sería que ese recuerdo fuera mejorando de lugar en lugar. Supongo, en principio, que lo esperable sería que mis vecinos y contactos de estos tiempos reciban a un mejor Lubi que el que recibieron sus predecesores.
Hoy me apuro para terminar de preparar mis cosas (lo que, por lo
general, suelo hacer lentamente) porque alguien espera un poco de mi ayuda en un evento que me involucra de manera no muy directa. Y preferiría desentenderme del compromiso pero me obligo a estar disponible para estos amigos.
Quiero ayudar, pero para hacerlo necesito luchar conmigo mismo, porque no quiero ayudar. ¿Quién le enseñó al colibrí a salir volando derechito hacia la Salvia? ¿Por qué me cuesta tanto tener la misma predisposición para con el servicio, cuando la decisión está?
Finalmente… ¿cuál soy? ¿el que quiere quedarse o el que quiere ir?
Me reniego, en parte, por esta lucha interna que me mortifica por momentos. Pero me alegro, celebro la realidad de ser humano. De ser imperfecto y perfectible. De no ser el colibrí que sale impelido por su mandato genético. Me gozo en la realidad de saberme “socio” de Dios que me convoca a transformar juntos esta realidad propia que me confronta.

¿Cuál soy?
Provisoriamente me afilio a la sentencia que me gustaría fuera la definición más acertada: “somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”