lunes, 2 de marzo de 2009

¿Quién estoy? ¿Dónde soy?


La localidad en la que vivo es un pequeño centro urbano rodeado de campo y sierras por todos lados. Depende institucionalmente del partido de Tandil, o departamento, según la denominación en otras regiones. No está totalmente urbanizada, en el sentido sociológico de la expresión. Quiero decir que los valores, el ritmo y las urgencia de las ciudades (principalmente la ciudad de Buenos Aires) llegan a imponerse en estos pagos, también, pero demoran un poco más que en sociedades más mediatizadas: en lugares donde pesa más la opinión del conjunto que la de algunos personajes referentes y legitimadores de creencias y conductas. Todo esto, tan rebuscado de expresar, es para decir que aquí, en Vela, todavía conviven muchas cuestiones caducadas, simbólicas, formales pero que no tienen valor funcional en la vida cotidiana.

A ver si consigo expresarlo mejor con el ejemplo al que me quiero referir.

En nuestra localidad hay muchas veredas con esas argollas que podemos observar en la foto. ¿Para qué sirven? Elemental: para atar el caballo. Esas argollas pertenecen a la vida de esta localidad hace algunas varias décadas atrás. Hoy nadie anda a caballo dentro de lo que es el casco urbano (unas 30 manzanas). Si, eventualmente, alguien llega a caballo a una de estas calles, no se le ocurre enlazarlo en esas argollas sino que lo hace en algún árbol o poste de luz. Nadie usa esas argollas. Sin embargo ellas siguen ahí, y le dan una pincelada pintoresca a nuestro paisaje. Nadie las quita porque no molestan. Resultan más inútiles que antiestéticas, lo que les habilita una momentánea supervivencia.

Nos recuerdan lo que esta localidad fue hace no tanto tiempo. Nos mantienen apegados a nuestra historia cercana. Nos dicen que las 4x4 y los cuatriciclos desplazaron a esos caballos más rápido que lo que el asfalto al empedrado y las veredas embaldosadas.

Esa foto melancólica me mal lleva por ideas rebuscadas. Se me dio por pensar que los cristianos evangélicos cargamos con un presente más o menos parecido al de las vereditas velenses. Todavía vamos cargados de ornamentos litúrgicos, doctrinales, gestuales, de una realidad a la que ya no suscribimos. Muchos los siguen dejando porque no se dan cuenta que ni ellos mismos serían capaces de sostenerlos con argumentos valederos, llegado el caso. Otros, porque “total no molestan”. Otros por desidia (que muchas veces no es otra cosa que un disfraz de la cobardía). Pero nos debatimos entre lo que fuimos y lo que somos. Entre lo que hicieron nuestros mayores y lo que nosotros queremos hacer. Entre lo que vemos y criticamos (léase: evaluamos críticamente, aprobamos o reprobamos), y lo que procuramos llevar a la altura de nuestros sueños. Nos manejamos en esa ambigüedad que el tango describe como: “La vergüenza de haber sido, y el dolor de ya no ser”.

Pero en la búsqueda de la identidad (que en cualquier colectivo ya es una cuestión bastante complicada), se nos complejiza el tema al considerar que somos también aquello que Dios ve en nosotros. Aquello que no se termina de consumar en nuestra vida cotidiana pero de lo que ya podemos experimentar algunos destellos. Aquella realidad que nos arrastra para el frente, tironeándonos desde adentro, pero que se debate con esta realidad pedestre que nos hunde en la tierra y la materia.

Mientras le daba permiso a estos divagues para que caminen un poquito, vino a mi mente aquella joyita que Dietrich Bonhoeffer compuso en su celda de muerte, en la que se debatió con ideas parecidas a estas, pero que supo resolver como solo un cristiano de su estatura podría.

Aquí les comparto, pues, esta “¿Quién soy?”, que también nos ayuda a preguntarnos como iglesia, como comunidad, como intento, como proyecto en construcción:

¿Quién Soy?

¿Quién soy? – Me preguntan a menudo –,

Que salgo de mi celda,

Sereno, risueño y firme,

Como un noble en su palacio.

¿Quién soy? – Me preguntan a menudo –,

Que hablo con los carceleros,

Libre, amistosa y francamente,

Como si mandase yo.

¿Quién soy? – Me preguntan también –

Que soporto los días de infortunio

Con indiferencia, sonrisa y orgullo,

Como alguien acostumbrado a vencer.

¿Soy realmente lo que otros afirman de mí?

¿O bien solo soy lo que yo mismo se de mí?

Intranquilo, ansioso, enfermo, cual pajarillo enjaulado,

Pugnando por poder respirar, como si alguien

Me oprimiese la garganta,

Hambriento de olores, de flores, de cantos de aves,

Sediento de buenas palabras y de proximidad humana,

Temblando de cólera ante la arbitrariedad y el menor agravio,

Agitado por la espera de grandes cosas,

Impotente y temeroso por los amigos en la infinita lejanía,

Cansado y vacio para orar, pensar y crear,

Agotado y dispuesto a despedirme de todo.

¿Quién soy? ¿Éste o aquel?

¿Seré hoy éste, mañana otro?

¿Seré los dos a la vez? Ante los hombres, un hipócrita,

Y ante mí mismo, un despreciable y quejumbroso débil?

¿O bien, lo que aún queda en mi se asemeja al ejército batido

Que se retira desordenado ante la victoria que creía segura?

¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí.

Sea quien sea, tú me conoces, tuyo soy, ¡Oh, Dios!

Dietrich Bonhoeffer

5 comentarios:

  1. Me gustó mucho este artículo.
    La analogía con las argollas de atar al caballo doctrinal es muy original y descriptiva. Las dejamos por recuerdo a la identidad que tuvimos alguna vez y que si la quitásemos del todo, notaríamos su falta aunque ahora mismo no notáramos su presencia.

    Gracias por lod e Bonhoeffer.
    Dibelius pudo haber estado ahí (Ojalá hayas visto la película "Amén" de Costa Gravras) pero no estuvo, siendo que estaba encargado de la representatividad protestante en la Alemania nazi. Le tocó a Bonhoeffer ser asesinado. Dibelius estaba atado a la argolla, la lustraba todos los días. Mientras Bonhoeffer no tenía vergüenza al extremo dolor de estar "Cansado y vacio para orar, pensar y crear, agotado y dispuesto a despedirme de todo."
    Y por eso Bonhoeffer es mejor padre nuestro de cristiandades sin argollas de atar caballos que el purisimo cobarde e indiferente Martin Dibelius, que hacía gestitos de solidaridad institucional sin meter el cuero entero. Se quiso salvar y se salvó. La argolla en la vereda a veces da seguridades...

    Gracias!

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  2. Gracias por tu comentario, Gabriela. No vi la película y ya mismo me la estoy anotando en mi lista de tareas por cumplir. Pienso que hay muchos motivos más, que oscilan entre los más valederos a los más insólitos, por los que dejamos las argollas ahí. Tal vez en otro momento podamos seguir con ese tema. Pero si no empezamos por reconocerlas no vamos a ir muy lejos. Tu comentario me hace acordar a "No te salves", de Benedetti. La salvación pedorra que a veces proponemos. La salvación que nos condena.
    Un abrazo.

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  3. Interesante la comparación con las argollas, una linda alegoría -método no aplicable a la Biblia pero si a la vida (¡¿?!).
    También hay que señalar, que lo que podemos ver como argollas ya inútiles, puden servirle a muchos que todavía andan a caballos (sencillamente porque a diferencia de nos, nunca puedieron comprarse una 4x4). La verdad que me produce más miedo el remover sin amor (y sin la mirada del prójimo)las argollas viejas, que las argollas mismas....

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  4. Odiseo: la alegoría, si mal no entiendo, es una figura literaria de la que la propia Biblia hace uso, por lo tanto supongo que cuando la propia Biblia la propone no sólo es válida sino que es la única valida. Con respecto a lo segundo coincido con vos, pero el problema no está en dejar o remover argollas, sino en la falta de amor.

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  5. La alegoría es un tropo lingüistico del que la Biblia es inocente. Ya existía antes de su Escritura, en cualquier cultura que tuviese una poducción literaria de cierta profusión. El tropo de la alegoría no tiene nada que ver con el método hermenéutico alegorista de interpretación bíblica. Claro que es válida la alegoría para la vida misma, que es la mayor parte del día una enorme alegoría de los sentidos.
    Que ensalada de Odiseo bla bla entre tropo literario alegorico y método interpretativo bíblico alegorista. Quizás otro producto argollero...

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