miércoles, 4 de marzo de 2009

peleándonos con cariño

Cuando un científico propone una teoría novedosa, un invento superador, un método más desarrollado, o cualquier aporte que considera de valía para la comunidad a la cual pertenece, no lo hace –como regla general– de manera excluyente. No considera su palabra como palabra final en la materia, sino como un aporte en la carrera superadora de su actividad. Propone su novedad como un nuevo intento. La somete a las críticas, a las pruebas, a cualquier testeo que sea requerido. Es más: lo desea. Cada nueva prueba, cada objeción refutada, vienen a confirmar su propuesta. Y el verdadero aporte de su propuesta no está en haber hallado la verdad final sobre la cuestión, sino en convertirse en la hipótesis a superar en el próximo estadio del conocimiento de tal área.

El deportista no aspira a quedar en la historia de su disciplina por haber instalado una marca que nadie se animó a superar, sino, justamente, por permanecer por encima de cada contrincante que intentó alcanzar o sobrepasar su registro.

Personalmente aspiro a una actitud similar dentro del ámbito cristiano. No renuncio a la posibilidad de llegar a participar de una comunidad en la que sus miembros no consideran la opinión de los demás como ataques, y la disidencia como descalificación. Donde nuestros precarios y provisorios conocimientos acerca de Dios y la fe son entendidos como tales. Donde cada individuo se sabe aportante de su porción de vida. Donde cada congregación se propone como nuevo modelo provisorio de encarnar la Buena Noticia de Dios para su comunidad en un momento concreto.

Por eso no entiendo –en realidad sí entiendo, pero rechazo– la obsesión por huir espantado a las nuevas propuestas, por cerrarse irracionalmente a las preguntas desafiantes. Por evitar el someter a juicio (generalmente –no siempre– amable y condescendiente) el paradigma vigente y sostenedor del presente sistema de organización y de poder.

¡Ahhhhhh! Ahora entendí

¿Qué dije?: sostenedor del presente sistema de poder.

No, claro, ahora sí. Ya me explico muchas cosas.

De todas maneras aquí dejo una cita para sumar a la discusión. No de esto último pero sí de la falta de apertura hacia las posturas desafiantes.

A pesar de todo el alboroto que se hace en el mundo respecto de las opiniones equivocadas, estoy obligado a hacer una corrección al respecto de la humanidad, diciendo que no existen tantos hombres engañados y opiniones erradas como se acostumbra suponer. No es que yo crea que la mayoría abrace la verdad; digo eso porque al respecto de las doctrinas que defienden con tanto celo, ellos no alimentan ninguna opinión, no dedican ningún tipo de reflexión. Pues si alguien se propusiera catequizar aunque fuera un poco de la mayor parte de los partidarios de la mayor parte de las facciones del mundo, acabaría descubriendo que ellos no tienen opinión propia al respecto de las cuestiones que tan ardientemente defienden; tendría menos razón aún para creer que ellos juzgan como su responsabilidad examinar los argumentos y pesar la probabilidad de la doctrina que abrazan. Esa gente está determinada a apegarse a la facción a la que fue fueron adosados por la educación o por el interés; a partir de ahí, como soldados del mismo ejército, demuestran su coraje y entusiasmo en la medida en que son conducidos por sus líderes, sin jamás llegar a examinar o a siquiera reflexionar al respecto de la causa por cual luchan.

Si la vida de un hombre demuestra que él no alberga interés serio por la religión, ¿qué es lo que nos haría pensar que él se quiebra la cabeza al respecto de las opiniones de la iglesia o se preocupa en examinar los fundamentos de esta o de aquella doctrina? Basta para él obedecer a sus líderes, tener lengua y mano prontas para apoyar la causa común, y mantenerse de esa forma aprobado delante de los que pueden otorgarle a él crédito, preferencia, o protección dentro de aquella sociedad. De esa forma los hombres se vuelven profesores y combatientes a favor de opiniones al respecto de las cuales nunca fueron convencidos y que nunca abrazaron de hecho; opiniones que no llegan ni de lejos a pasarles por la cabeza.

Por lo tanto aunque no se pueda decir que existen menos opiniones equivocadas e improbables de lo que comúnmente se juzga, es cierto que es un número menor de personas el que de hecho las abrazan y las confunden con la verdad.

John Locke, Essay Concerning Human Understanding (1689)

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