viernes, 30 de enero de 2009

Lo prometido es deuda

Aquí está lo prometido, la segunda parte del comentario sobre la “ortodoncia”, como rebautizó Fabiana a este artículo. Ya recibí el comentario, también, que alude a lo dificultoso que resulta, para los faltos de gimnasia en este tipo de contenidos, la lectura de estas líneas. Justamente por ese motivo lo dividí en dos partes para que no se haga demasiado pesado. Pero esta segunda parte se vuelve más ágil, el autor nos grafica un poco más la materia de la que está tratando. Repito algunas líneas para que no se pierda la línea argumental de lo que viene tratando y si aguantaste hasta acá, leete esta segunda parte que vas a ver que está bueno.

La Seducción de la Ortodoxia

(parte II)

La ortodoxia –o gnosticismo cristiano– es la creencia prácticamente universal (entre los cristianos) de que para beneficiarse del favor de Jesús es preciso admitir una serie racional y muy específica de aseveraciones respecto de cómo funciona Dios. Ser cristiano no es, según esa visión, una postura personal de confianza en la capacidad de Jesús; no es una cuestión de posicionamiento moral, psicológico o espiritual. Para los partidarios de la nueva gnosis ser cristianos es asunto de la cabeza y de la razón; depende de la consistencia de nuestro discernimiento intelectual, demostrado por la filiación al conjunto apropiado de afirmaciones teológicas –en detrimento, naturalmente, de todas las otras.

Y es porque somos todos ortodoxólatras que entre la lectura de este párrafo y el anterior una iglesia en algún lugar se dividió y se crearon dos –cada una acentuando su propia versión de gnosis, el conocimiento apropiado que tiene poder para salvar. Gente que se sentaba en el mismo banco para celebrar culto estará a partir de este momento separada por el abismo de su fue inquebrantable en la necesidad de la creencia correcta. Habrán discordado irreparablemente sobre algún punto crucial de la sana doctrina: si la mujer tiene derecho a predicar, si Jesús visitó el infierno, si los milagros suceden hoy, si el arrebatamiento viene antes o después del milenio, si el Espíritu es derramado en una o dos ocasiones, si Jesús resucitó, si un hombre puede dormir abrazado a otro; si el cristiano se puede divorciar, abortar, asistir a la televisión, cortarse el cabello, tomar cerveza, oír rock satánico, leer ficción científica, usar preservativos, suicidarse; si es correcto usar crucifijos, votar a comunistas, encender una vela, comprar a crédito, dar el diezmo, hacer la señal de la cruz, llorar a los pies de una estatua, jugar a la lotería, bautizar niños, tener sexo antes, durante y después del casamiento. Una única cosa presentarán en común todos los grupos: la fe subyacente e implacable en la ortodoxia, el paradigma que presupone la supremacía y la necesidad de una única posición doctrinaria/teológica/ideológica formal y la consecuente demonización de las otras. Como decía Borges, les interesa menos Dios que refutar a los que niegan su versión de Él.

Esa confianza en los beneficios inherentes de una aprehensión intelectual adecuada de los mecanismos de Dios no podría estar más distante de la postura de Jesús, para quien sólo las comparaciones podían producir un vislumbre de la naturaleza del Reino y –más importante– todos los hombres pueden beneficiarse de la postura caballeresca de Dios, independientemente del acceso a cualquier conocimiento secreto o específico. La inescapable gracia de Dios, según Jesús, está cerca de actuar a favor no solo de los pecadores –lo que debería parecer por si mismo admirable– sino también de los incompetentes, de los deficientes, de los tontos, de los insensatos, de los inmaduros. La verdad fue escondida, garantiza Jesús, de los doctos y estudiosos y revelada a los más parvos de los discípulos. Para entrar el en Reino es necesario que nos volvamos “como niños” –condición que no denota, al contrario de lo que se piensa, un estado de inocencia, sino de incompetencia. Para beneficiarse del Reino es preciso ser incapaz. Se requiere no tener noción de lo que está sucediendo y no tener noción de cómo parar el proceso aparentemente irreversible del cual formamos parte. Es preciso ser capaz de parar la pelota y delegar el centro y la comprensión de lo que esta aconteciendo, a otro. Es preciso tener una vaga idea, no certeza. Fe, no creencias. Confianza en la suficiencia del caballerismo de Dios, no en el mérito arbitrario de la ortodoxia.

3 comentarios:

  1. ¿Esto te parece ser hereje?

    http://apocrifasia.blogspot.com

    (leé la primer entrada de todas)

    ResponderEliminar
  2. me parece que no es tan importante qué es herejía sino para quién. y sobre todo perderle miedo al 'control' y poder de la seudo ortodoxia.
    me encantó tu blog.

    ResponderEliminar
  3. me parece que no es tan importante qué es herejía sino para quién. y sobre todo perderle miedo al 'control' y poder de la seudo ortodoxia.
    me encantó tu blog.

    ResponderEliminar

Dejá aquí tu comentario, o tu sospecha: