miércoles, 21 de enero de 2009

Ideas de los Arrabales

Hace poco, en la mesa de un café, charlando de otras cuestiones, alguien (citando un libro que estaba leyendo, o algo que había escuchado) deslizó la frase: “amamos la ortodoxia”. Acto seguido aclaró que necesitamos actualizarnos, actualizar las formas, etc, etc, pero que amamos la ortodoxia porque es la que nos condujo al lugar donde estamos, porque es la portadora de la verdad que poseemos.

En ese momento no se prestaba la ocasión para entablar ninguna discusión sobre el particular, pero la frase me quedó dando vueltas. Principalmente porque yo no amo la ortodoxia. Más aún, me esfuerzo por buscar lo contrario. No creo que Dios, nuestro conocimiento de Él y de la realidad toda pueda encorsetarse en lo que hasta ahora suponemos conocer y hemos dado reputación de aprobado. Creo que Dios “necesariamente” tiene que ser más amplio que nuestra ortodoxia. Y, por consecuencia, todo lo que nos falta saber o comprender de Él está más allá de nuestro terreno seguro, confirmado y canonizado.

La ortodoxia debe ser, entonces, un escalón, una herramienta, que me sirva para crecer en mi acercamiento al Eterno, al Infinito, al Incomprehensible (creo que esta palabra la acabo de inventar, pero la idea se entiende ¿no?).

No ando por la vida reciclando herejías, pero no se si por naturaleza o por pura deformación voluntaria siento atracción hacia aquellas afirmaciones proscriptas del panteón de la ortodoxia. Creo en un Dios y una fe capaz de salir airoso ante el ataque de la mayor furia intelectual o física. Creo en la iglesia que fue capaz de superar los golpes más devastadores y que sigue procurando cada día buscar el reino de Dios y su justicia en esta ambigüedad que conocemos como “el mundo”, en esta realidad tan real.

Un pastor brasileño (descalificado por la ortodoxia de su país) que me gusta mucho leer es Ricardo Gondim. Y un pensamiento suyo definió de manera genial esto que estoy tratando de decir en este blog. Su artículo se llama Habitamos en la periferia del conocimiento de Dios. Con una sencillez magistral nos dibuja la posición que nuestro conocimiento ostenta ante Dios.

Creo que vale la pena transitar este camino y seguir buscando profundizar cada vez más nuestro saber intelectual y práctico (léase: devocional) de Dios, pero siempre reconociendo el “universo” de nuestra experiencia: los arrabales del conocimiento de Dios.

Tal vez, el vivir en lo que Quique Pesoa llama “el interior del interior”, o sea en un pueblo dependiente de una ciudad del interior (es decir bastante alejado de los privilegios de “la city”), tal vez eso –decía– contribuye a tomar distancia de los centros, sean estos centros cívicos, sociales, y también del saber.

Gracias a Dios que está más allá de nuestras especulaciones, de nuestras herejías, y de nuestras inconsistencia.

¿Tendrá algo que ver esto con su invitación a vivir por fe?

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