martes, 3 de febrero de 2009

Más preguntas preguntonas

Durante los últimos días tuve la alegría de disfrutar un campamento (cortito, por cierto) con un grupito de unos 30 jóvenes/adolescentes de una iglesia de Tandil. Las vivencias de esa actividad fueron muy lindas. Pero ahora, a la vuelta, me quedo pensando en un par de detalles que me sirven para proyectarlo a un nivel un poquito mayor. Pero son sólo eso, ideas y proyecciones antojadizas.

Este tipo de actividades (campamentos, retiros, etc) tienen la intención (a veces explícita, otras veces velada, muchas veces inconciente –en el sentido que ni los propios organizadores lo tienen presente–) de unir a los grupos, de proporcionar nuevos vínculos, de generar nuevas o mayores pertenencias. Son actividades muy valiosas y útiles para los grupos.

Ahora, si se me permite, voy más allá de la experiencia puntual, a generalizar un poco, para después volver con una aplicación más inmediata.

Sin ser sociólogo o antropólogo me animo a decir que una actividad de este tipo requiere una explicitación de sus propósitos y una direccionalidad a la hora de promover y defender la búsqueda de esos objetivos. Porque nos reunimos para fomentar algunas cosas dentro del grupo (ya no hablo de mi caso, sino de los grupos en general), para promover valores como la integración, la cooperación, el conocimiento mutuo y la solidaridad en base a necesidades y posibilidades dispares, pero si no lo provocamos de manera más o menos evidente lo que se logra es lo opuesto. Los grupos o subgrupitos se fortalecen y resaltan sus distancias con los demás; los menos favorecidos dentro del colectivo sienten cómo se magnifica esa condición; los más fuertes disfrutan de ejercer su fuerza “contenidos, avalados, resguardados”, por el contexto del grupo (el fuerte puede ser abusivo, injusto, salvaje sin que haya posibilidad de ser demandado penalmente, por ejemplo).

Digo todo esto porque lo miro tratando de aplicarlo a uno de los ámbitos que me preocupan, esto es la iglesia evangélica. ¿Cuáles son los propósitos reales de las actividades que nos convocan? Cuando digo reales no quiero decir que los propósitos que se enuncian son mentiras, pero si no hay un sustento en la promoción de tales enunciados, los motivos reales pasan a ser aquellos que efectivamente se consiguen. Entonces nos juntamos y acabamos abonando las diferencias; reconociendo el poder de los más fuertes o los más influyentes; instalando un mecanismo de legitimación para los dichos y los hechos (“sólo se respeta la opinión de aquel que… ); se provee de herramientas que defiendan el statu quo del grupo.

Obviamente no estoy descubriendo nada. Simplemente sugiero que podemos mirar un campamento de jóvenes, un retiro de iglesia o un culto regular de la congregación y observar si no estamos repitiendo estas cuestiones. Y, entonces, una vez más me pregunto: ¿Cuáles son los valores que estamos queriendo promover con estas actividades? ¿Será necesario multiplicar hasta desangrarnos los esfuerzos para que los “métodos santificados” cumplan con los objetivos que les queremos imponer? ¿Cuándo podemos empezar a cuestionar las estructuras que no sirven al Reino de Dios y su justicia? ¿Podremos crear nuevas herramientas que nos ayuden a vivir el evangelio en nuestra realidad, o, al menos, desechar aquellas que sólo prolongan lo que no queremos?

Tal vez podríamos intentar releer el capítulo 3 de Filipenses teniendo en cuenta esto. El apóstol llama basura (o algo más fuerte) a lo que había sido una herramienta santificada en otros tiempos. ¿Por qué? Porque el propósito no es venerar la herramienta sino hacerme del instrumento útil para ganar a Cristo y encontrarme unido a él. ¿Están nuestras iglesias dispuestas a perder TODO a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte? ¿O seguiremos funcionando según los parámetros lógicos y esperables de cualquier otro grupo humano?

Por lo pronto a mí mismo me cuesta mucho hacer algo de esto en el grupo del que formo parte, y en mi propia práctica.

Pero creo que la pregunta, de todas formas, vale. Sospecho que vale seguir ejerciendo la sospecha.

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