lunes, 6 de abril de 2009

Breve elogio de la amistad divina I

Cada vez que intentamos definir a Dios a partir de un aspecto o actitud predominante, caemos en una simplificación (función ineludible de cualquier definición) que no hace justicia al carácter divino; u optamos por caer en una definición tan amplia que termina incumpliendo su utilidad fundamental. Por eso toda conclusión en referencia a Dios es parcial, provisoria, y más descriptiva o utilitaria que precisa. Nos sirve para comprender una parte de la realidad pero sólo es válida para ese aspecto y hasta donde alcance la comprensión (intelectual, emocional, espiritual, etc) de tal intento. Dios siempre es más vasto que nuestras conclusiones o razonamientos.

Cuando nos ahondamos en la búsqueda del conocimiento de Dios nos encomendamos a una empresa frustrante: El mayor de nuestros éxitos solo será una victoria parcial. Generalmente insignificante en el marco del campo en cuestión.

Es por eso que el devoto se enfrenta a esta barrera que le impone la academia teológica, y lo limita a profundizar su conocimiento en el campo de la experiencia individual. Entonces, digo, no vale la pena ni meterse.

Escribo desde la plataforma del creyente promedio. Ni mi preparación académica, ni mi capacidad intelectual, ni mi “espiritualidad” me permiten elevar la mirada desde más allá del creyente promedio (suponiendo que tal espécimen exista).

Una vez más –como tantas– es Dios mismo quien rompe con esta magnífica justificación.

Si bien, todo lo propuesto con anterioridad podría sonar lógico, Dios viene a romper con esa lógica, con ese callejón. El desarrollo del pensamiento teológico es amplio y complejo en gran manera. Las voces y propuestas en tal sentido son tan variadas y extensas que requieren un conocimiento y pensamiento previo de lo más exigente. Pero ante lo abrumadora de la tarea por emprender es Dios mismo quien sale al encuentro de su buscador. Dios se muestra, una y otra vez, más que como objeto de estudio (que bien puede serlo) como el estudio mismo: el proveedor de los medios y promotor de la empresa. El que no permanece estático a la espera de sus eventuales conocedores y adoradores, sino el que participa activa y entusiastamente del camino de profundización del conocimiento suyo. Y siendo que tal empresa es, por definición, infinita, cada conocimiento parcial es un encuentro novedoso con el Dios a cuyo conocimiento se ha llegado. Y este conocimiento se vuelve punto de llegada y de partida en un desarrollo constante. Es así que conocer a Dios es buscarlo, y viceversa.

De ser válida esta proposición, nos pone ante un nuevo propósito en la búsqueda del conocimiento de Dios: Se supone que quien conoce a Dios, lo contempla en cada vez mayor profundidad y plenitud, y encuentra que tal conocimiento lo lleva a dorar a este Dios a quien ha conocido más.

En esa línea de pensamiento la respuesta natural al conocimiento de Dios es la adoración: Conozco a Dios y al contemplarlo desde un conocimiento mayor, tal conocimiento despierta la actitud de adorar al divino en virtud de estos nuevos conocimientos adquiridos. Pero si, como proponen estas líneas, Dios está (es) en el camino de búsqueda y al final del mismo (es medio y objeto de estudio teológico) entonces la respuesta natural al conocimiento de Dios es la amistad.

Al profundizar mi conocimiento de un Dios-Objeto de estudio mi reacción será: “¡Dios, que maravilloso conocer esto de vos! ¡Te adoro!”

Al profundizar mi conocimiento de un Dios-Objeto y medio de estudio mi reacción será: “¡Dios, que maravilloso conocer esto de vos! ¡Sigamos juntos! ¿Nos tomamos unos mates?”

Suena herético. Probablemente lo sea. En tal caso aguardo impaciente la hoguera ya que hace tiempo esta es mi manera de relacionarme con el conocimiento teológico. En lo especulativo, en lo académico, en lo devocional, encuentro a un Dios que no tiene como propósito que el hombre lo conozca para ofrecerle su pleitesía, sino para que le abra su corazón en amistad: para que le convide unos mates.

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