miércoles, 28 de enero de 2009

De predicaciones y ortodoxias

Hace no muchos días tuve la oportunidad de revivir una vieja sensación, y de ver resurgir una antigua pregunta que, desde hace mucho tiempo me visita. Estuve mirando un CD con predicaciones cocinadas para la televisión, de un músico y predicador (muy ‘Miaminesco’ el hombre y la producción), donde, al finalizar la predicación –poco bíblica, según mi particular comprensión– el orador estrella, mira con una afectada sonrisa a cámara, y, en primer plano, repite una oración en la que resume lo que los evangélicos llamamos la oración del pecador. Acto seguido retoma el ritmo Tinellesco de su alocución afirmando que la Biblia dice que si has hecho esta oración con sinceridad ya eres un hijo de Dios, ya eres salvo”. Podríamos aquí hablar mucho acerca de soteriología, acerca de Cristología, y otras varias logías. Y de alguna manera de eso se trata este blog, tal vez con otras palabras. Pero la pregunta que reflotó dentro de mí es la siguiente: ¿Dónde nace esa creencia de los evangélicos en aquella fórmula mágica de la oración del pecador? ¿Dónde tiene su origen, y por qué todavía hoy el 90 % de los evangélicos (es una cifra que sugiero yo, pero que creo que no debe distar mucho de esto, aunque es incomprobable) creemos en la eficiencia de una oración como un documento legal, en la incorporación de la salvación como una remera que compramos en la tienda y que guardamos en el cajón de la cómoda? ¿Cómo es que en tantos años de ejercer, estudiar y pensar nuestra fe seguimos sosteniendo un concepto bastante poco sostenible bíblicamente, acerca de la ‘conversión’ y la ‘salvación’?

Fue así que revolviendo las carpetas de Mis Documentos, llegué a una copia que tenía de un artículo del amigo Paulo Brabo (no amigo personal, pero me caen sumamente simpáticos los rumbos que intenta), en el que presenta algunas ideas que me parecen adecuadas para este blog y con las que sí coincido (en este caso).

Lo comparto en dos entradas, para que no se haga demasiado largo.

Aquí va, pues.

La Seducción de la Ortodoxia

(parte I)

La primera y más persistente imperfección de intentar robar el brillo de la originalidad de Jesús como es presentado en los evangelios, fue el gnosticismo. Calcado sin sutileza de la visión del mundo de las religiones de misterio, el gnosticismo cree, esencialmente, que la salvación está condicionada al acceso a un conocimiento secreto –la gnosis– a través de la cual el iniciado en los misterios de la religión puede conectarse con la divinidad y beneficiarse de ella. Algunos creen que el Apóstol escribió la mayor parte de sus cartas para combatir el arrastre de la mancha gnóstica en el sello virgen de la iglesia primitiva; otros juran a pie juntillas que Pablo no estaba, él mismo, inmune de su influencia, y que muchos de sus pasajes y argumentos promueven o presuponen la visión del mundo gnóstico.

Cierto es que ningún otro concepto ha perneado tan unánimemente y por tanto tiempo la mentalidad cristiana de todas las tendencias y estirpes como el de un conocimiento secreto –esto es, específico– como condición para la salvación. Con el tiempo, naturalmente, el gnosticismo fue demonizado con este nombre; entre los cristianos el conocimiento secreto pasó a ser llamado e idolatrado como creencia correcta –u ortodoxia, que es como se dice en griego.

La relación de los cristianos con la ortodoxia es primordialmente idolátrica. En última instancia, cristianos de todos los matices acabarán concordando en que no es una religión particular la que beneficia al adorador, sino algún aspecto de la bondad divina expresado en la vida, muerte y/o resurrección de Jesús. En la práctica, en tanto, todos intentarán convencerlo de que para beneficiarse de ese privilegio gratuito es necesario abrazar determinado conjunto muy específico de nociones al respecto de Dios, de la vida y de la salvación. A ese conjunto de “creencias correctas”, que ninguna facción cristiana tiene en común con la otra, es que se da el nombre fortuito de ortodoxia.

La pasión con la que los cristianos defienden sus puntos de vista unos contra otros refleja con precisión la extensión de su ortodoxolatría. Jesús es muy bueno en sí –pero sólo la ortodoxia salva, y nadie viene a Jesús si no es por ella.

La ortodoxia –o gnosticismo cristiano– es la creencia prácticamente universal (entre los cristianos) de que para beneficiarse del favor de Jesús es preciso admitir una serie racional y muy específica de aseveraciones respecto de cómo funciona Dios. Ser cristiano no es, según esa visión, una postura personal de confianza en la capacidad de Jesús; no es una cuestión de posicionamiento moral, psicológico o espiritual. Para los partidarios de la nueva gnosis ser cristianos es asunto de la cabeza y de la razón; depende de la consistencia de nuestro discernimiento intelectual, demostrado por la filiación al conjunto apropiado de afirmaciones teológicas –en detrimento, naturalmente, de todas las otras.

2 comentarios:

  1. "Acto seguido retoma el ritmo Tinellesco de su alocución afirmando que “la Biblia dice que si has hecho esta oración con sinceridad ya eres un hijo de Dios, ya eres salvo”."

    Como hijo de cristiano, hice esa oración a los 6/7 años y comprendí que sólo en jesús esta la salvación ... Aprendí que Jesús es el hijo de Dios en la escuelita bíblica.
    Pero entendí que Jesús es el Cristo a los 15 años y le dije que lo necesitaba....

    ¿a que edad fui salvo? no lo sé... sólo se que como cre en el Hijo de Dios, tengo vida eterna y el perdón de mis pecados...

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  2. Está muy bien, eso es lo que digo. en general tenemos instalado que todo pasa por un acto legal/formal. y a eso yo me pregunto: ¿es así? ¿la biblia enseña eso? ¿No enseña, antes, cómo vos decís que el que cree que Jesús es el hijo de Dios tiene vida eterna y perdón de pecados?

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