jueves, 18 de junio de 2009

Todo don perfecto viene de ...


Lo admito: soy un ingenuote. Soy carne de cañón para toda promoción que anda caminando cerca de mí. Hace un tiempo me di cuenta de esto y empecé a medirme en mis decisiones impulsivas. Pero no sé si por causa de algún condicionamiento emocional o por qué cuestiones, cada vez que se me ofrecen una serie de beneficios, una propuesta atractiva, una puertita interesante, me meto por ella DE CABEZAAAAAA.

Dentro del marco de la vida cristiana (entendiendo por esto el intento de considerar la mayoría de los aspectos de la cotidianeidad a luz del carácter y los propósitos de Dios)1 tenemos una tendencia (tal vez hija, nieta, o sobrina bastarda del positivismo) a considerar que las oportunidades favorables son regalos llegados directamente desde el cielo. La respuesta de Dios a nuestras necesidades la imaginamos siempre presentada en primorosos envoltorios. Es así que más de una vez me inscribí en círculos de lectores, en cursos de informática, en planes de aprendizaje de idioma… No compré tiempo compartido sólo porque no tuve ningún entusiasta vendedor que golpeara mi puerta (¡la misericordia del Padre es infinita!). Siempre convencido que esa maravillosa oportunidad que se abría a mis pies era un “don perfecto” enviado por Dios, regalador generoso por excelencia.

¿Cómo nos imaginamos al diablo? No, no te asustes, sigo hablando de lo mismo. ¿Qué imagen tenemos de aquel a quien personificamos y llamamos Satanás, Mandinga, Lucifer, etc, etc, etc,2? Hemos aprendido, merced a la educación bíblica que supimos conseguir, a no restringir al tal demonio a estereotipos perversos. Bien nos enseña la Biblia que puede presentarse ante nosotros como “ángel de luz”. ¿Por qué no pensar, entonces, que también puede presentársenos como “una ocasión maravillosa” de las tantas que este servidor compró a lo largo y lo ancho de sus cuatro décadas de experiencia?

No es difícil de aceptar el siguiente argumento: “Se me presentó una gran ocasión, y por aceptarla, me perdí otra posibilidad aún mejor que esa”. De donde sintetizamos que la buena ocasión era demoníaca y la mejor de origen divino. También esto lo he escuchado y creído muuuuuuuuuuchas veces. Pero será necesario admitir que las buenas ocasiones pueden ser satánicas, aún cuando no haya mejores opciones. Una oportunidad no necesita de su opción divina para calificar como satánica. No es, tampoco, difícil avanzar hasta la afirmación: “puede llegar a haber, entonces, situaciones en las que todas las opciones son diabólicas”. Y esto, de hecho, ocurre la mayor parte de nuestra vida.

Entonces intento encontrar espacio para formular un par de preguntitas:

¿Puede una buena ocasión no venir de parte Dios? ¿Puede ser que una buena oportunidad sea algo malo pero no porque nos hace perder algo mejor, sino por su propio peso? Debería aprender a no dejarme seducir por la tentación de equiparar, para estas situaciones, la salida ‘idónea, genial, oportunísima’ con la ‘respuesta, el regalo’ de Dios’.

El único propósito de estas líneas era proponer esta simple idea (que para muchos puede ser vieja, o recontra superada) que, creo, sigue vigente perniciosamente en la mente y la práctica de muchos cristianos con los que convivo. No todo lo bueno, viene de Dios. No siempre “la mejor opción” es el camino cristianamente adecuado.

¿Será muy herético parafrasear 2 Corintios 11:14 de la siguiente manera? “Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como “una excelente oportunidad”

1 Sí, ya sé, tampoco es una aclaración muy “aclaratoria”, pero alcanza para ubicarnos en lo que pretendo llamar de esa manera.
2 “¿Maradona no juega?” D Rabinovich dixit.

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