viernes, 26 de junio de 2009

la veda proselitista


En Argentina estamos en tiempo de elecciones. Las elecciones que deberían realizarse en el mes de octubre, merced a conveniencias del oficialismo, se adelantaron para este mes de junio, y se llevarán a cabo el próximo domingo. Razón por la cual, después de una lamentable seguidilla de actuaciones bochornosas por parte de candidatos de todas layas (como ya es costumbre no solo en mi país, ni en nuestra Latinoamérica, sino que prácticamente en todo este mundo) estamos llegando al final de la campaña proselitista.

Supuestamente comienza hoy, a las 8 de la mañana, un período en el que los candidatos, los partidos políticos, las empresas encuestadoras, los medios de comunicación, todos deben abstenerse de comentarios y gestos que podrían inducir a promover el voto a favor de este personaje, o en contra de aquel. Debe darse espacio a la reflexión. Al ensimismamiento para procesar toda la información recibida durante el último tiempo y votar a conciencia el próximo domingo.

Se me ocurrió sospechar que tal vez no sea así. Tal vez la veda política, estas escasas 48 horas sin publicidad proselitista, sea un período para volver a creer en la democracia. Todo el mundo sabe que la bajeza de la campaña no hace otra cosa que desmerecer a los candidatos y a sus propuestas. Y que, más que ayudar a fortalecer posturas particulares sólo sirven para multiplicar el desencanto general. Tal vez esta veda tenga como único objetivo ayudar a los pocos que todavía tienen una ilusa esperanza en estos procesos eleccionarios. Sacar a los políticos y sus verborrágicos bochornos del medio para que los que todavía pueden creer en el valor del sistema que mal llamamos democracia puedan reponerse, renovar sus fuerzas, y salir el domingo a la mañana camino al cuarto oscuro, renovada su fe. Al menos, por un tiempito más.

Probablemente venga bien compartir una cita que no va completamente en línea con el sentimiento que acabo de exponer, pero sí con elecciones, candidatos y votaciones varias.
Se le atribuye a Platón la célebre frase de efecto: “El castigo de quién no gusta de la política es ser gobernado por quién gusta de ella”.
No se trata de una reflexión particularmente brillante, ya que los hombres de alguna honra son, desde los inicios de los tiempos, perjudicados por los que son más inescrupulosos que ellos. Prefiero por esa razón incluir a la política en la regla más general de los chanchullos: los que no se rebajan a la infamia son constantemente asaltados por los que no dudan en embarrarse en ella.
El voto conciente es simplemente el que no ignora ese implacable mecanismo. El voto conciente no es el de quien canalizó acertadamente sus esperanzas; es el de quien va a votar suficientemente desilusionado.
Paulo Brabo

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