viernes, 31 de julio de 2009

Nostalgias del futuro

Hace unos días tuve ocasión de visitar, por minutos nada más, un barrio de otra ciudad, en el que me inundó un aire de plenitud. Andaba apurado y no tenía ocasión de detenerme más que unos minutos. Me paré en una esquina y miré el paisaje urbano de unas cuadras del barrio donde viví hasta hace algunos años. Las caras más o menos familiares (una década más avejentadas), las casas prácticamente intactas, los negocios sólo parcialmente renovados. Con la mirada puesta allá (en ese ningún lugar que miramos cuando vemos todo) me visitó una repentina satisfacción. Suspiré con una sonrisa profunda y me dije: “En este lugar fuimos felices”. Esa era la etiqueta de la postal. Recordé en ráfaga los momentos vividos en ese barrio: momentos difíciles muchas veces, conflictivos, tristes también, social y económicamente muy duros, por aquellos años… pero llenos de pujanza, de descubrimientos, de amigos, de encuentros, de felicidad. No me dio ganas de volver el tiempo atrás para revivir esos días idos, pero sí me dio una gran serenidad, poder mirar mi propia historia y reconocer en ella la mano de Dios. Esa rápida postal cargada de voces, rostros, aromas y notar cómo se emparienta, en algún lugar, con la sensación que me provoca la mirada que tengo hacia el cielo, hacia la vida eterna.
Muchos encuentran que un cielo maravilloso es una trampa evasiva para alienarse de la realidad. Para muchos la felicidad y la plenitud aquí y ahora son el único imperativo y la legitimación de cualquier proceder: la amoralidad en que deviene la tiranía de la felicidad. Sin embargo yo encuentro la esperanza de un cielo prometido como algo liberador. Como una referencia futura que me convoca hoy a actuar en línea con el Dios que me promete y me coloca en camino a esa realidad futura. Pero no me exige que yo construya esa justicia futura hoy aquí, me convida a trabajar con él en la senda cuyo fin apunta a aquella eternidad. No me exige que sea feliz y que haga feliz a los míos, me propone que lo intente y me provee herramientas en la construcción de esa posibilidad. No me reclama integridad, coherencia, pulcritud conceptual y vivencial, pero me ayuda a creer que puedo aspirar a procurarlas.
Hoy sé que en un pasado no muy lejano alcancé destellos de felicidad que nunca me impuse y que tal vez no merezca. En gran parte por eso confío en que este tiempo con otros amigos y otros vecinos, con otros desafíos y otras posibilidades, con otras circunstancias y otros sueños, también es un tiempo intermedio, también es una instancia provisoria, hacia otra postal de mi vida en la que, otra vez, el propósito será encontrar nuevos pasos y nuevos gestos que construyan una realidad a tono con aquel futuro deseado y que lo señalen como el objetivo apetecible para todo ser.
Así como siento un dejo de nostalgia por aquel tiempito en el que considero que fui feliz, no puedo menos que añorar aquella otra realidad plena hacia la cual desembocamos como río al mar. En el medio: hoy. La lucha, la búsqueda, el intento, el yerro, el gozo, el grito, la canción. ¿La felicidad? ¿Por qué no? Pero por encima de eso la Vida.


martes, 28 de julio de 2009

Solidari ... ¿qué?


Vivo, ya lo mencioné más de una vez, en una pequeña localidad periférica a una ciudad de 150 mil habitantes, que es, a la vez, cabecera del partido al cual nuestra localidad pertenece. O sea que todo lo que sucede en aquella ciudad nos afecta de manera directa y/o indirecta. Pero yo, además, trabajo en aquella ciudad, también. Por lo que participo de la vida social de ambos lugares.
Soy (entre otras actividades a las que me dedico) pastor evangélico, y participo en lo que se llama el Consejo Pastoral de la ciudad, al que estamos adscriptos la mayoría de las iglesias de la localidad.
Durante la semana pasada, en todo el partido de Tandil, se convidó desde Caritas (ICAR), Consejo Pastoral y Municipalidad, a toda la población a sumar su esfuerzo para ver si entre todos podemos hacer algo que ayude a los más pobres y necesitados a enfrentar la gran crisis que venimos arrastrando y que amenaza con tomar forma atemorizante durante el invierno que ya está mostrando aspectos no muy gratos en estos días.
La convocatoria no tiene nada de novedoso, es un llamado a la solidaridad. Es una invitación a que todos hagamos un aporte y juntemos una serie de elementos que sean de utilidad a muchas familias en nuestra ciudad para que tengan un poquito más de comida, de abrigo o de
algún producto o servicio al que no podría acceder si no fuera con esta ayuda mancomunada.
¡Qué idea loca, ¿no?! ¡Qué ocurrencia!
- “¿Que yo ponga de lo que me gané con mi lomo para que reciba una garrafa una familia en la que nadie labura desde hace 6 meses?”
Y..., si. Más o menos la idea es esa.
Y ¿a quién se le ocurrió? ¿De dónde sacaron esa idea?
Creería que la propuesta es tan vieja como la comunidad humana y como la necesidad. Desde que las sociedades que empezaron a desarrollar ciertos lineamientos organizados siempre se buscó las maneras de encontrar vías que permitan suplir las necesidades básicas de todos. El problema es que casi siempre ese intento fracasa. Por miles de diferentes razones esa propuesta se encuentra con que muere en un callejón de inviabilidad.
En la Biblia encontramos que Dios había instruido a su pueblo con una serie de directivas en cuanto a la manera de compartir y la actitud hacia las posesiones. El propósito de e
sta instrucción es “para que así no haya en medio de ti mendigo” (Deuteronomio 15:4). Pero si seguimos leyendo la Biblia muy pronto nos damos cuenta de que esta no fue la realidad de la nación que recibió estos consejos. Por muchas y variadas razones prefirió desoírlos y colocarlos en el estante de los “no se puede”. Hasta que bastante tiempo después, unos cuantos años, unos cuantos siglos después encontramos algo muy interesante en la vida de esa misma nación. Un grupo de personas que se reunían como discípulos de un tal Jesús, empezaron a experimentar algo nuevo en su vida: Ya no sólo hablaban de un cambio personal a nivel religioso sino que empezaron a ayudarse, a acompañarse, a colaborar unos con otros... Y nos cuenta la Biblia que “no había entre ellos ningún necesitado” (Hechos 4:34) ¡Se había hecho realidad aquel propósito original de la vida en comunidad! El amor puesto en acción, la realidad de un puñado de voluntades viviendo de acuerdo a los valores del Reino de Dios se chocaron con la concreción de aquella antigua propuesta. Del estante de “no se puede” se les cayó en la cabeza y se encontraron con este cumplimiento en sus narices.

Hay muchos argumentos para no arrimarnos a colaborar en esta campaña solidaria. Hay miles de atenuantes y justificativos. Muchos de ellos, en estos días, los promueve por radio un pastor evangélico (lo que me abochorna, y me genera tanta bronca como vergüenza).
Pero estoy convencido que si le damos la oportunidad al amor, si nos diéramos la chance de intentar por el camino del “amor a Dios, y al prójimo como a uno mismo”, así de sencillo veríamos cumplirse tantos anhelos que la sociedad tiene sepultados en polvo en estantes intransitables.

Una vez más tenemos la ocasión de probar el amor, de gustar la solidaridad, de intentar por el camino que Dios nos propone.
“Prueben y vean que el Señor es bueno; dichosos los que en él se refugian” (Salmos 34:8) ¿Y si lo intentamos? ¿Qué tal una probadita?

Las fotos pertenecen al diario El Eco de Tandil

jueves, 23 de julio de 2009

Derrotaremos a esta soledad

El 20 de julio se celebra, en Argentina, el Día del amigo, patrocinado por los comerciantes de rubros varios y mercaderes de todas layas. No me sumo de manera efusiva a la fecha, aunque no me disgusta en absoluto. Este año, como de costumbre, recibí y envié mensajes de texto, correos electrónicos, llamadas telefónicas, y algún que otro etcétera. No tuve cenas, reuniones, fiestas, ni ceremonia alguna que magnifique la fecha. Sin embargo pude estar el domingo con un amigo muy querido que vive lejos y con el que no nos podemos ver muy frecuentemente. También su enfermedad atenta contra la posibilidad de viajar demasiado. Pero en el medio día que le quedaba antes de volver a partir, pudimos tener un tiempito para encontrarnos. A ese tiempito hubo que restarle muchos minutos y hasta algunas horas perdidas en ir a hacer una serie de trámites, compras y asuntos que había que atender. Así que, esperando el colectivo o haciendo una burocrática cola, me lamentaba no poder estar con mi amigo charlando en lugar de tener que perder el tiempo en esas otras cuestiones, que él no podía hacer, pero le eran necesarias. Lástima que sólo recién después de despedirnos hasta el próximo viaje, pude disfrutar de haber estado ahí. De haber podido ser y hacer lo que él no. De haber podido decirnos con este hecho simple que si hay un amigo, no estoy solo. No tengo que enfrentar mis obligaciones solo, ni mis enfermedades, ni mis limitaciones, ni el frío, el hastío o la decepción.
Que como dice Julito Lacarra, la amistad es derrotar un poco a la soledad…

¡Un abrazo, amig@!

sábado, 18 de julio de 2009

sobre la rápida opinión

No es necesario ser muy observador ni demasiado inteligente para notar el protagonismo que los “medios de comunicación” han obtenido en la vida pública de los argentinos durante los últimos tiempos. Incluso muchos se aventuran a afirmar que el resultado de las últimas elecciones se vio influenciado de manera importante por una campaña y un programa de televisión. Más allá de esto, es innegable la influencia que televisión, radio, diarios y revistas tienen en la vida cotidiana y en el humor general.
Dentro del marco de la modernización tecnológica de la que se vieron beneficiados muchos de ellos podemos notar un elemento que quiero resaltar aquí. Me refiero a la incorporación de la opinión de los oyentes/televident
es/lectores dentro de la artística de cada uno de estos medios. En algunos casos esta inclusión se rige con algún criterio de forma o de contenido, pero, en muchos otros, resulta evidente la sola intención de dar lugar a la “voz de la gente”.
Lejos de promover un juicio de valor quisiera hacer un comentario acerca del carácter que estas opiniones contienen, y que m
e resulta bastante interesante.
Es cierto que los medios gráficos tienen, por su estructura, una posibilidad de mejor evaluación y mayor organización de estas opiniones. Lo que en el caso de la radio es, a la vez, una virtud y una dificultad: La inmediatez que brinda la radio le priva de ciertos pasos intermedios que le podrían mejorar tal inclusión desde su contenido o, al menos, desde su mera presentación.
En estos últimos tiempos tuve ocasión de escuchar algunos de esos “aportes” de los oyentes radiales, que me llevan a sospechar de esta manera que lo estoy haciendo.
El carácter de esas opiniones tenía que ver con la solución de los diferentes conflictos que afli
gen a nuestra sociedad: inseguridad, salud pública, desempleo, educación, política partidaria, cortes de rutas, impacto ecológico, la salud de Maradona, la designación de funcionarios, etc. La gente proporcionaba su solución particular para cada uno de estos temas (y para muchos más). Lo que me llamó la atención y me produjo cierta preocupación es la argumentación que se ofrecía para las soluciones propuestas.
Muchísimas personas recomiendan soluciones a los diversos y complejísimos problemas de nue
stra sociedad (ni qué hablar de los problemas de la humanidad o, más aún, de la naturaleza del hombre) con el solo sustento de la invulnerable premisa de “yo creo que”. Cantidades de hombres y mujeres preocupados y movilizados por las problemáticas comunes creen que su respuesta es valedera porque “yo creo que... esto o aquello”. O porque “a mí me parece que...” O “yo pienso que...” o “para mí...”
En lo personal entiendo que toda opinión es valiosa y digna de ser considerada. Pero muchas veces nos engañamos (o somos inducidos al engaño) por una distinción semántica. Valiosa no es lo mismo que valedera.
Quiero decir que todos tenemos opinión propia y es sano, plausible y necesario ejercitar el derecho a expresar esa opinión. Que es muy bueno intent
ar encontrar caminos de salida a los problemas generales a partir de nuestras ideas y convicciones. Pero ¿realmente creemos que podemos proponer como válida una salida sustentada solamente en nuestra apreciación personal?
Me llama poderosamente la atención que a la hora de señalar la valoración ante determinada situación o la solución a algún conflicto, a nadie le interesa qué dicen las leyes con respecto a esa situación. Nadie menciona cuál sea la opinión de los eruditos o los especialistas en ese tema. Nadie propone mirar la historia para encontrar semejanzas y evaluar resultados. O c
ómo se conjugan estos y otros aspectos del saber y el obrar.
Este es el cuadro de situación que despertó mi asombro y me originó un par de interrogantes que quisiera compartir:
¿Realmente nos estamos volviendo tan livianos, como sociedad? ¿Tan faltos de profundidad a la hora de evaluar causas y considerar posibilidades?
¿De dónde surge, desde dónde se alimenta esta sobrevaloración de la opinión ligera y emocional? ¿Qué clase de omnipotencia pretendemos reclamar desde nuestro discurso?
¿No estamos trivializando demasiado cuestiones realmente importantes e intrincadas? ¿O es que solamente “jugamos” a que nos ocupamos de los problemas, y no los reconocemos en su verdadera magnitud?
Finalmente: ¿quién está pensando en serio sobre todos nuestros problemas? ¿El Congreso? ¿El Ejecutivo Nacional? ¿El tribunal de La Haya?
Creo que si realmente queremos considerarnos adultos como sociedad necesitamos adoptar otra posición. Menos voluntarista. Más madura. Ser adulto significa, entre otras cosas, que ya soy conciente que no está más papá para solucionarme los problemas. Y si no asumimos la complejidad de nuestras dificultades no vamos por buen camino.
Dice la Biblia en Proverbios 14:23: “Todo esfuerzo tiene su recompensa, pero quedarse sólo en palabras lleva a la pobreza”. ¡Esforcémonos! No nos entreguemos a simplificaciones falaces. Esquivemos la pobreza conceptual que nos acosa. Esforcémonos, y apoyemos a los que realmente se prodigan de manera amplia en la construcción de una realidad superadora.

martes, 14 de julio de 2009

Otra vez la alegoría


Cada vez que recurro a la alegoría como herramienta para comunicar algún concepto o idea, o cada vez que la alegoría recurre a mí, para valerse de este modesto recurso que hoy tipea estas líneas, no puedo evitar que acuda a mi memoria aquel viejo cuento de enorme JL Borges, llamado Pedro Salvadores.
Cuando en este mismo espacio me señalaron el uso excesivo que estaba haciendo de ella, decidí darle un pequeño respiro. Pero ahora, después de un tiempo, no quiero dejar pasar la ocasión de compartir el relato que acabo de mencionar.
Adelante maestro, lo leemos con atención:

PEDRO SALVADORES
por Jorge Luis Borges

Quiero dejar escrito, acaso por primera vez, uno de los hechos más raros y más tristes de nuestra historia. Intervenir lo menos posible en su narración, prescindir de adiciones pintorescas y de conjeturas aventuradas es, me parece, la mejor manera de hacerlo.

Un hombre, una mujer y la vasta sombra de un dictador son los tres personajes. El hombre se llamó Pedro Salvadores; mi abuelo Acevedo lo vio, días o semanas después de la batalla de Caseros. Pedro Salvadores, tal vez, no difería del común de la gente, pero su destino y los años lo hicieron único. Sería un señor como tantos otros de su época. Poseería (nos cabe suponer) un establecimiento de campo y era unitario. El apellido de su mujer era Planes; los dos vivían en la calle Suipacha, no lejos de la esquina del Temple. La casa en que los hechos ocurrieron sería igual a las otras: la puerta de calle, el zaguán, la puerta cancel, las habitaciones, la hondura de los patios. Una noche, hacia 1842, oyeron el creciente y sordo rumor de los cascos de los caballos en las calles de tierra y los vivas y mueras de los jinetes. La mazorca, esta vez, no pasó de largo. Al griterío sucedieron los repetidos golpes, mientras los hombres derribaban la puerta, Salvadores pudo correr la mesa del comedor, alzar la alfombra y ocultarse en el sótano. La mujer puso la mesa en su lugar. La mazorca irrumpió; venían a llevárselo a Salvadores. La mujer declaró que éste había huido a Montevideo. No le creyeron; la azotaron, rompieron toda la vajilla celeste, registraron la casa, pero no se les ocurrió levantar la alfombra. A la medianoche se fueron, no sin haber jurado volver.

Aquí principia verdaderamente la historia de Pedro Salvadores. Vivió nueve años en el sótano. Por más que nos digamos que los años están hechos de días y los días de horas y que nueve años es un término abstracto y una suma imposible, esa historia es atroz. Sospecho que en la sombra que sus ojos aprendieron a descifrar, no pensaba en nada, ni siquiera en su odio ni en su peligro. Estaba ahí, en el sótano. Algunos ecos de aquel mundo que le estaba vedado le llegarían desde arriba: los pasos habituales de su mujer, el golpe del brocal y del balde, la pesada lluvia en el patio. Cada día, por lo demás, podía ser el último.

La mujer fue despidiendo a la servidumbre, que era capaz de delatarlos. Dijo a todos los suyos que Salvadores estaba en la Banda Oriental. Ganó el pan de los dos cosiendo para el ejército. En el decurso de los años tuvo dos hijos; la familia la repudió, atribuyéndolos a un amante. Después de la caída del tirano, le pedirían perdón de rodillas.

¿Qué fue, quién fue, Pedro Salvadores? ¿Lo encarcelaron el terror, el amor, la invisible presencia de Buenos Aires y, finalmente, la costumbre? Para que no la dejara sola, su mujer le daría inciertas noticias de conspiraciones y de victorias. Acaso era cobarde y la mujer lealmente le ocultó que ella lo sabía. Lo imagino en su sótano, tal vez sin un candil, sin un libro. La sombra lo hundiría en el sueño. Soñaría, al principio, con la noche tremenda en que el acero buscaba la garganta, con las calles abiertas, con la llanura. Al cabo de los años, no podría huir y soñaría con el sótano. Sería, al principio, un acosado, un amenazado; después, no lo sabremos nunca, un animal tranquilo en su madriguera o una suerte de oscura divinidad.

Todo esto hasta aquel día del verano de 1852 en que Rosas huyó. Fue entonces cuando el hombre secreto salió a la luz del día; mi abuelo habló con él. Fofo y obeso, estaba del color de la cera y no hablaba en voz alta. Nunca le devolvieron los campos que le habían sido confiscados; creo que murió en la miseria.

Como todas las cosas, el destino de Pedro Salvadores nos parece un símbolo de algo que estamos a punto de comprender.


domingo, 12 de julio de 2009

de triunfadores varios

Existe –a qué negarlo– una tiranía del primer lugar. No todos reconocen su autoridad, pero la gran mayoría somos esclavos, aún sin saberlo, de sus designios dictatoriales. Y en pos de ser el mejor, el más destacado, el que llega primero, nos vamos convirtiendo en personas que jamás deseamos ser, o aparentamos personalidades cuyos logros no detentamos. Una de las herramientas más poderosas que supo dar el consumismo del capitalismo neoliberal es la etiqueta social de ‘winner’ o ‘looser’. Lo cierto es que quién más, quién menos, todos soñamos con ser el mejor. Pero, digo, sospecho, ¿alcanza con ser el mejor? ¿No es mediocridad (contrariamente a lo que se supone) sólo pretender ser el mejor de lo que hay, en lugar de procurar los límites máximos de mis posibilidades? Y por otro lado, ¿de dónde viene el designio de que hay que ser el primero? ¿Por qué no debería ser feliz con dar lo mejor de mí y evaluar y disfrutar los logros obtenidos? Ese pensamiento favorece el conformismo, dirán muchos. Y es ciertísimo. Hace falta ser muy sincero, muy íntegro y muy maduro para poder hacer semejante autoevaluación. Pues bien, de eso hablamos. De eso se trata ¿no?

Pero aunque en más de una nos manquemos en el intento, habemos más de cuatro que hemos renunciado a la dictadura del primer lugar. A pesar de nuestro autoengaño, de nuestras inconsistencias y nuestra inmadurez. Esto no hace a nadie mejor que nadie, por el contrario, establece a cada uno como un ser capaz de alcanzar sus propios brillos y miserias.


En el programa de Quique Pesoa del domingo pasado apareció esta joyita de Sebastián Monk, con lenguaje futbolero y ritmo atorrante, que se llama Abran Cancha, y que me encantó. Por eso, nada más (¿hace falta más?), lo comparto hoy aquí.

jueves, 9 de julio de 2009

siga, siga, siga el baile...


Lo sumamos al amigo Joaquín Salvador Lavado a nuestras celebración alusiva a la fecha ("Día de la independencia", en Argentina)

miércoles, 8 de julio de 2009

in - de - p.e.n. - dencia

En Argentina todos los 9 de julio se celebra la declaración de la independencia, en conmemoración del Congreso que en el año 1816 proclamó tal situación. Curiosa circunstancia la de declarar la independencia 6 años más tarde que la conformación y entrada en vigencia del primer gobierno autónomo. Pero nada de lo que institucionalmente suceda en Argentina puede ostentar carácter de "normal".

Pero sin más, y pretendiendo abrir esta celebración para que no sólo los argentinos lo celebremos hoy, comparto con todos los visitantes de este blog un breve video que nos convoca a profundizar la comprensión de la independencia y la importancia de tal concepto y recordación en el marco de la educación. Adelantándonos a la fecha oficial, celebremos pues:

sábado, 4 de julio de 2009

la caverna de los hipócritas

La muy sensible Ruth nos contó hace unos días su encontronazo con una situación que duele y que cuestiona, que nos interroga pero agarrándonos de las solapas y exigiéndonos una postura. Cada uno responde de acuerdo a lo que puede, a lo que sus prejuicios o sus conveniencias le permiten. Y los medios y los mercaderes venden respuestas fáciles que, por lo visto, muchos compran, también, con la misma facilidad. Los invito a que visiten el desierto de Ruth cliqueando AQUÍ. Pero en estos días, también, di con esta entrada en el sitio de Ricardo Gondim donde este viejo sabio (que sabe por sabio pero más sabe por viejo) nos invita al amor y a la eternidad en acción, aquí y ahora. Toma su pincel y nos regala este texto:
La vida en pinceladas
Vivir es asumir un compromiso con el bien. Pero la fuerza del bien nace de las acciones, nunca de las palabras. El discurso de la moralidad tiende a volverse la caverna donde los hipócritas esconden sus mentiras; mentiras que eluden a ellos mismos.
Los pecados que el beato domesticó se proyectan en los demás hechos maldiciones. Los vicios dominados por el fariseo condenan al prójimo al infierno. Solo los perfectamente puros creen conocer las fronteras de la apostasía. Al verse como vigilantes de la gloria de Dios, son impelidos a guerrear contra todo lo que consideran impedimento en el avance del Reino.
Los rectos defienden el texto en detrimento de la vida. Olvidan que el hombre no fue hecho para el sábado, sino el sábado para el hombre. Y así, consideran el templo, la teología, los argumentos doctrinales, las liturgias, los programas, tan sagrados que sacrifican vidas para preservarlos.
La dulzura es poderosa, pero la cólera débil. La humildad agiganta y la soberbia empequeñece. Solo el amor avergüenza a la violencia. Sólo él suprime la agresividad. Los grandes aman y los insignificantes no se conduelen con el dolor ajeno; no los impulsa el sufrimiento de los indefensos.
La compasión avecina a los humanos; el egoísmo distancia. Libres, solo son los que lloran las lágrimas ajenas. Bienaventurados los que ofrecen el hombro para suavizar las cargas de los frágiles. Dignos, los que perdonan las maldades innecesarias. Virtuosos, los que no ejercen la amabilidad como deber sino como privilegio. La simpatía es la virtud que no deja a la humanidad aislarse del dolor. Compadecer es el verbo que moviliza la solidaridad.
Amar es retirarse, rehusar dominar. La ternura no nace naturalmente, pero es devuelta. Sólo los afectos salvan de la animalización. “La humanidad no inventa la dulzura. Pero la cultiva, pero se alimenta de ella, y es eso lo que vuelve a la humanidad más humana” (Sponville). Una vez que el bien se pone en movimiento “es terriblemente difícil erradicarlo” (C.S. Lewis). El cielo entiende al infierno, pero el infierno no lo comprende. Eso explica por qué los hijos de Dios son misericordiosos y los impíos intolerantes.
El egoísmo enceguece. La soberbia arruina. La vanidad entorpece. La infelicidad no se resume a carencia. La desgracia y la abundancia también se dan la mano. La complacencia ensordece al clamor del pobre.
La vida también ocurre en las lagunas de espera. ¿Donde hay eternidad sino en el presente? El infinito no reposa en el futuro. El infinito está en el sentido que damos al instante. La vida se eterniza en la brecha que separa lo que ya fue de lo que ya viene.
Soli Deo Gloria
Ricardo Gondim

jueves, 2 de julio de 2009

Gripes, barbijos y pandemias


Esta entrada está absolutamente choreada al blog de Claudio Cruces, INCATUPAC. Me pareció excelentemente presentado este tema y coincido con lo que allí se expone, así que espero que nos sirva:
la gripe A, la pandemia y los medios que dan miedo
Es sin duda un problema la gripe A en Argentina. Ya causó 42 muertos y lamentablemente sabemos que serán más.
Lo que no entiendo bien es porqué no se dice que la gripe común, que es más letal que la llamada gripe porcina, mató en el año 2008 más de 3.500 personas en nuestro país de las 20.000 que fueron hospitalizadas.
Por supuesto que no estamos minimizando el asunto, sólo nos preguntamos por qué unas cosas tienen tanta difusión mientras otras no. Porqué una gripe que mata 3500 compatriotas anuales no importa tanto como la mediática gripe A que se estima menos fatal que la que nos acompaña cada invierno.
Creo que tendrían que inventar un barbijo pero para los ojos y oídos cosa que podamos filtrar los virus que la televisión ingresa en nuestra mente.
¿Pandemia?

Yo te voy a decir lo que es pandemia:

UNICEF nos da la cifra de la pandemia que más muerte causa en el mundo: solamente en Africa mueren 4.000.000 de chicos anualmente por enfermedades evitables. En todo el mundo mueren 9,2 millones de niños menores de 5 años que se podrían salvar con políticas públicas adecuadas.

El diario La Nación nos comenta que el gasto militar aumentó en un 37% hasta llegar a la módica suma de 1,2 BILLONES de dólares. Más de la mitad lo invierte EEUU seguido de China.

En Argentina, país de 40 millones de habitantes que exporta comida para alimentar a 400 millones, mueren 8 niños diarios por desnutrición, según revela el mismo UNICEF con datos de diciembre de 2008.

Pero de eso no se habla. Todo el mundo sale con barbijos a la calle para no agarrarse la gripe porcina pero la mayoría es indiferente a las muertes por desnutrición e injusticia.

Tal vez la indiferencia sea la más grande pandemia que enfrenta el mundo en la actualidad.