lunes, 24 de agosto de 2009

Sospechas reincidentes

Hace algunas semanas, un representante de un grupo con el que me reúno asiduamente, me pidió que tuviera unas charlas donde intente explicar el fundamento de algunas prácticas o creencias que tiene nuestra iglesia.
Más interesante que ir a cuestiones puntuales y seccionarlas, me pareció que podíamos internarnos un poquito en la historia del cristianismo y ver de qué manera muchos de los fundamentos de nuestra fe son el resultado de eventos históricos. Son la consecuencia de alguna controversia, de momentos en los que, ante un conflicto dado, la iglesia debió decidirse en un sentido u otro.
Me gusta mucho esta idea. Hay a quienes les genera un gran rechazo aceptarlo en estos términos. Pero, de alguna manera, somos un accidente. Somos el resultado de las decisiones (buenas y malas) hijas de situaciones que nos tocaron vivir. Y seremos, no sólo aquello que nosotros proyectemos y programemos, sino también lo que respondamos a las exigencias que la realidad nos oponga.
Pero ¿cómo?, entonces. ¿Y el Espíritu Santo no hace nada? ¿Nuestra historia es puro azar? ¿Dios no tiene nada que ver? Justamente, al mirar la situación de esta manera, nos damos cuenta que ‘aquel Dios’ infantil, alienado, dirigista, no tiene nada que ver.
Me complace más esta comprensión del obrar de Dios en la vida y la identidad de la iglesia. El Dios que sufre y lidia con nuestra misma historia y no que impone sus parámetros irrevatibles de manera unilateral.
Pululan, en la actualidad, los grupos que promueven a aquel Dios impoluto y trascendente que, como consecuencia, coloca a sus promotores y vicarios (ellos mismos, por supuesto) en igual nivel, en la misma categoría superior al resto de los mortales. Decía Paulo Freire: “El mundo no es, está siendo”. De igual manera la iglesia no es, está en pleno proceso. Cada uno de nosotros tenemos esperanzas por saber que no somos un producto ya terminado, que todavía hay espacio para el pulido, para la reforma, para la mejora o el perjuicio. El Dios que se embarra los pies y las manos en esta historia nuestra es el motor de la esperanza que nos sostiene y nos impulsa en este mantenernos en pie. Él no nos va mostrar el camino correcto con señales luminosas para que evitemos el sendero malo, porque no hay tal cosa como una realidad con sólo dos caminos posibles. Muchas veces todas las alternativas son buenas y en abrumadora cantidad de ocasiones no hay ni siquiera una que sea recomendable. Jesús dijo ser él mismo el camino, y la verdad, y la vida. Si él va con nosotros, el camino correcto no es algo que está afuera y hay que elegir, sino que es alguien que está con nosotros y debemos aprender de él en cualquier espacio que nos toque transitar, más allá de lo acertado o errático de nuestras decisiones.
Definitivamente estas sospechas me alejan de muchos.
Definitivamente estas sospechas me acercan a la esperanza.
Definitivamente estas sospechas nos desafían a una fe menos mágica, y nos desafían a acercarnos a Dios.

2 comentarios:

  1. Hay que ver amigo sospechador, cuando te pones tan profundo, nos llevas a una reflexión, que por mi parte aparece vacía de certezas y llena de incertidumbres.

    A veces pienso, ¿y si Dios es totalmente diferente a lo que han mostrado? ¿y si lo entendimos todo mal?

    Supongo que uno empieza a encontrar respuestas cuando se encuentra realmente con Dios, pero eso a mí me ocurre tan raramente y cuando lo hace, se presenta de una forma tan natural, espontaneo y libre, que sigue careciendo de una forma definida.

    En fin, seguimos sospechando, pero lo hacemos en buena compañía.

    Besos.

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  2. Gracias, Ruth, por acompañar en estos rumbos.
    La certeza, entiendo yo, es deseable, pero no es un fin en sí mismo. Yo no busco certezas. Me encanta acumularlas, pero una vez que las tengo necesito cuestionarlas una y otra vez. De donde deduzco que el fin del camino no es una certeza final e inapelable.
    Seguimos sospechando. Cuanto mejor la compañía, tanto más deseable el rumbo
    un abrazo

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