lunes, 23 de febrero de 2009

ayudándonos a mirar

Hace un tiempito acepté, en parte por compromiso, un librito de lomo angosto, en carácter de préstamo. Su propietaria consideró pertinente hacérmelo llegar ya que me había escuchado hablar acerca de una mirada no tradicional de la parábola del hijo pródigo. Intenté leerlo pronto para devolverlo más rápido todavía. En realidad, al principio me costó su lectura, a pesar de lo breve del libro en cuestión. Y debo concluir ahora, ya terminada su lectura, que no me pareció éste un gran libro. Ni por su redacción ni por el tratamiento que hace de la cuestión. Pero me gustó. ¿Dónde radica el interés de este librito o la recomendación que pueda hacer de él? No tengo la menor idea. ¿Puedo dar esa respuesta? ¿Corresponde? En realidad el librito me gustó, pero no encuentro un punto a señalar, una característica especialmente observable. Sólo me gustó.

Se trata de una introspección de un religioso que se encuentra fascinado por la pintura de Rembrandt del Regreso del Hijo Pródigo, y que a partir de él, a lo largo de su vida va resignificando aquella parábola y extrayendo enseñanzas para su vida. Es novedoso el acercamiento y también el desarrollo autoreferencial del descubrimiento de nuevas cuestiones referentes a la parábola y a la enseñanza de Dios para la vida personal del creyente desafiado por sus propios saberes y sentimientos.

La lectura de este librito me reiteró lo cansado que estoy de la monotonía y linealidad de la “literatura evangélica". Pero me despertó la atención a despertar la creatividad que con un cambio de postura nos ayuda a crecer y reconocer nuevos elementos que el acostumbramiento nos habría imposibilitado descubrir. De alguna manera estoy sospechando de mi propia mirada ¿no? Digo que, mirar las cosas desde otro lado me hace ver lo que antes no veía. ¡Vaya novedad!, me dirán. Coincido, ¡vaya novedad!

Pero lo que más me importa es poder compartir unas líneas de ese librito.

Aquí va.

A medida que pasan los años, voy viendo lo difícil, desafiante y a la vez satisfactorio que es crecer hacia esta paternidad espiritual. El cuadro de Rembrandt excluye cualquier idea que pudiera hacer pensar que esto tenga algo que ver con el poder, la influencia o el control. Una vez tuve la ilusión de que un día todos mis jefes se irían y yo podría la fin mandar. Pero ésta es la dinámica del mundo, donde el poder es lo más importante. Y resulta fácil comprobar que aquellos que durante toda su vida han intentado deshacerse de sus jefes, cuando por fin logren ocupar su puesto no serán muy diferentes a como fueron sus predecesores. La paternidad espiritual no tiene nada que ver con el poder o el control. Es una paternidad de misericordia. Y para comprenderlo en profundidad, tengo que seguir mirando cómo abraza el padre a su hijo. Continuamente me encuentro luchando para conseguir poder a pesar de mis mejores intenciones. Cuando doy algún consejo, quiero saber si se ha seguido; cuando ofrezco mi ayuda, quiero que me den las gracias; cuando presto dinero, quiero que se utilice a mi manera; cuando hago algo bien, quiero que se me recuerde. Puede que no me hagan una estatua, o una placa conmemorativa, pero vivo preocupado porque no me olviden, por permanecer en el pensamiento y en los actos de los demás.

[…]

¿Soy capaz de dar sin pedir nada a cambio, amar sin poner condiciones a mi amor? Cuando considero mi necesidad de que se me reconozca y de que se me aprecie, me doy cuenta de que tengo que librar una dura batalla. Pero también estoy convencido de que cada vez que consigo vencer esta necesidad actúo libremente, puedo confiar en que mi vida puede dar frutos del Espíritu de Dios.

¿Hay algún camino para llegar a la paternidad espiritual? ¿O estoy condenado a seguir tan atrapado en mi necesidad de encontrar un lugar en el mundo que acabaré utilizando una y otra vez la autoridad del poder en vez de la autoridad de la misericordia? ¿Acaso el sentido de la competencia me ha invadido hasta el punto que veré a mis propios hijos como a rivales? Si realmente Jesús me llama para ser misericordioso como su Padre celestial es misericordioso, y si Jesús se ofrece a sí mismo como el camino para llevar una vida misericordiosa, entonces yo no puedo seguir actuando como si la competencia fuera mi última palabra. Tengo que confiar en que soy capaz de convertirme en el padre que estoy llamado a ser.

El Regreso del Hijo Pródigo

Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt

Henri J. M. Nouwen

PPC Editorial

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