sábado, 24 de abril de 2010

me permito preguntar


“…no se comete ningún crimen de irreverencia contra la fe del pueblo argentino por haber restituido al Estado lo que corresponde al Estado, una cosa es el patriotismo argentino, otra cosa el fanatismo clerical”.
Pablo Besson
No son pocas las notas y comentarios que circulan por innumerables medios alentando u oponiéndose a la inminente aprobación en Argentina de una ley que contemple la unión civil o el casamiento entre personas de un mismo sexo. No pretendo abundar en la fundamentación de una postura a favor o en contra de esos intentos, más allá de que queda muchísimo por decir a ese respecto ya que las argumentaciones han sido, hasta ahora, de una pobreza conceptual, en el mejor de los casos, preocupante.
Sí quiero comentar la perplejidad que me provoca la actitud de las iglesias evangélicas (entendiendo por tal no sólo la institución sino, especialmente, las personas integrantes de ellas). Pero me anticipo a señalar que la actitud que pretendo resaltar es consecuencia directa, más que de una perversidad condenable, de la ignorancia y la desidia con la que la los evangélicos nos hemos relacionado con la historia cercana, la propia inclusive.
Es bastante notoria la actitud adversa de los evangélicos argentinos hacia la posibilidad que gays y lesbianas encuentren la instancia que le dé amparo legal a su situación de pareja. Se sugiere, implícitamente, que aquellos que no se conforman a las normas éticas propuestas por esta iglesia, queden marginados de la ley, a pesar de que la mayoría de la población nacional no presente objeciones al respecto. Nos creemos, los evangélicos, en la obligación de peticionar a favor de la marginación de aquellos que no comparten nuestra fe: Si mi creencia me indica que Dios no aprueba alguna conducta, ella deberá ser prohibida o sancionada por las leyes.
Fue justamente esta actitud la que, a finales del siglo XIX, sostenían los opositores a la creación del Registro Civil en nuestro país. Hasta aquel momento, los nacimientos, matrimonios y defunciones, solo eran válidos si se conformaban a las condiciones impuestas por la Iglesia Católica. Los reconocimientos fuera de las exigencias del clero padecían todo tipo de dificultades para su aceptación y vigencia. Los promotores de la ley de creación del Registro Civil sostenían que no correspondía que quienes no adscribían a una confesión religiosa en particular se vieran impedidos de acceder a los beneficios legales que sí podían gozar los adherentes de aquella fe. Y justamente uno de los impulsores de esta ley fue el pastor bautista Pablo Besson, quien defendió públicamente en numerosos ámbitos el derecho de todo ciudadano a ser reconocido por el Estado Nacional, más allá de que su matrimonio, su bautismo o su sepelio no se condiga con lo que un grupo religioso propone para tal instancia.
Sin embargo, la de los adversarios de aquel evangélico que reconocemos y veneramos, es hoy la propuesta de los evangélicos argentinos –si se me permite tal generalización, no del todo justa–.
No entiendo por qué los evangélicos, como minoría, pretendemos que las leyes avalen nuestra posición, en desmedro de otra minoría, y contrariamente a la opinión mayoritaria de la ciudadanía.
Los evangélicos promovemos “marchas para Jesús” y “eventos evangelísticos” en espacios públicos. Reivindicamos nuestro derecho a hacerlo y reclamamos el apoyo de las autoridades para favorecer tales actividades. Pero cuando otras minorías se manifiestan en igual sentido, organizando “marchas” o “eventos públicos” promoviendo sus creencias y propuestas, se le reclama al Estado el cercenamiento del derecho a expresarse bajo parámetros similares. Flaco favor le hace a la propuesta de la iglesia evangélica el reclamo de censura para cualquier expresión contraria a su fe. De la misma manera, no es negando el derecho al amparo civil de parejas homosexuales como se promueve una convicción contraria a los propósitos de ese proyecto de ley. Se sostiene que la sanción de tal ley dará lugar a una catarata de peticiones supuestamente anticristianas (o sea, contraria a NUESTRA COMPRENSIÓN del cristianismo). En la misma dirección se podría opinar que el no favorecer la legislación de una situación ya existente en la sociedad derivará en la posterior exigencia de la iglesia que también se sanciones leyes que prohiban el matrimonio de un hombre con la ex pareja de su padre, o de un cristiano con una pagana (burdos ejemplos de la misma lógica con la que se pretende fundamentar la oposición a la unión civil).
Pero aún suponiendo que el reclamo de los evangélicos sea justo, me llama la atención la especial dedicación a este particular. La Biblia ni por asomo se ensaña con los homosexuales en la misma medida que los exabruptos de la iglesia. Antes, el reclamo bíblico es contra los avaros, los faltos de amor, los religiosos, los prevaricadores, mentirosos, corruptos, toda una serie de pecadores que son tolerados y hasta reconocidos con el beneplácito de nuestras iglesias hoy en día.
Dos defectos no menores saltan a la vista en las posturas que llegan a diario a nuestros escritorios. No son los únicos, ni los más graves, pero sí me llevan a opinar sobre la pobreza de la postura de los evangélicos. Se discursea sobre los fundamentos de la oposición de la iglesia hacia la homosexualidad, pero nada se dice sobre la postura de estas mismas iglesias hacia el rol del estado. ¿De dónde se deriva que porque yo estoy convencido de “A” y demuestro la validez de “A” según mis creencias, esa es razón suficiente para que el Estado Nacional legisle en función de mi creencia parcial?
En segundo lugar no he leído un solo argumento evangélico que contemple la cuestión de “género” (entre otras importantes omisiones). Lo grave de la situación es que la iglesia evangélica parece desconocer el tema. Parece suponer que la sexualidad y la genitalidad son lo mismo. Que se puede prescindir de la cultura a la hora de analizar o aplicar principios bíblicos a los temas de los que trata.
Estas dos deficiencias de la postura que los evangélicos difundimos son una muestra de la razón por la que los evangélicos somos vistos como una secta, de puertas para afuera, y actuamos como tal, de puertas para adentro.
O en palabras del ya citado:
“Poco le importa la triste situación de algunos que no pueden casarse conforme a las leyes meramente civiles. Pero son los individuos los órganos de la ciencia pública y los representantes de la división de los dominios civiles y eclesiásticos, es decir del derecho moderno”.
Pablo Besson
Seguramente la iglesia evangélica no logrará revertir lo que parece una conclusión inevitable: tarde o temprano la ley se sancionará. Pero sin duda lo que sí podríamos hacer, y no estamos logrando en el presente, es ENRIQUECER el debate.

4 comentarios:

  1. excelente hermano:
    no entiendo porqué tanta homofobia mientras que las mismas instituciones callaban en la dictadura y hoy no hacen marchas contra las leyes discriminatorias de EEUU.
    Un abrazo
    Claudio Cruces

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  2. gracias Claudio.
    en realidad no estoy tan convencido de que se trate de homofobia, sino más bien de ignoranciofilia.
    un abrazo también para vos.

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  3. Estoy de acuerdo en que el debate a sido muy pobre, pero en ambos bandos. "Pepe o calle" también es un lema ridículo. ¿O acaso los homosexuales desean adoptar con el fin de solucionar el problema de los niños desamparados de la Argentina? Esta claro que no es así. Los homosexuales quieren casarse porque quieren casarse y van a adoptar porque quieren adoptar, igual que cualquier heterosexual.

    Respecto de la iglesia, creo que ha errado por no ser sincera, por querer racionalizar y secularizar a la fuerza su postura. Debió ser sincera y decir "Nos oponemos porque creemos que no agrada a Dios y deseamos que nuestro pais haga lo que a Dios agrada". Pero claro, iba a sonar estúpido. Entonces se disfrazó el discurso y salimos, por ej. en defensa de la Constitución (la cual nunca nos ha preocupado hasta hoy...)

    Y así...ambos grupos "mejorando" sus propuestas y diciendo pavadas...

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  4. Coincido con lo absurda de la disyuntiva "calle o pepe", principalmente porque nunca fue un lema, en el fragor de una charla, pepe la corriò a "la diputada" con la vaina, que no fue capaz de contestarle: entre calle o pepe prefiero a pepe, pero yo propongo algo todavìa mejor que eso....
    pero la iglesia no equivocò su postura, sino que me yo creo que la iglesia no tiene argumentos racionales como para enfrentar el debate. Aún suponiendo que todos admitan los valores de Dios como aceptables y valederos (cosa que, por supuesto no ocurre) la iglesia evangélica de Argentina no sabe cómo se llega de ese enunciado inicial a la oposición al matrimonio igualitario. Por qué Dios está más interesado en que los homosexuales sigan siendo parias legales y no los mentirosos, o los blasfemos, siendo que tales pecados están a la misma altura en el NT? La iglesia nunca se planteó cuestiones como estas, sino que se montó en un lema tan sólido como "calle o pepe". así nos fue

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