Aquí viene
una traducción no autorizada de un texto usurpado (aunque de acceso público) y
que invita a la “transformación por medio de la renovación de nuestro
entendimiento”.
LA FE QUE MERECE MORIR
Ricardo
Gondim
Sentado en la
cuarta hilera de un auditorio colmado, oí a un predicador cautivar a cerca de
mil personas. La oratoria carismática extasiaba la sala. A contramano del frenesí,
yo repetía un sonoro “NO” a la lógica que sustentaba el discurso; me decía a mi
mismo: Ya no comulgo con los mismos supuestos que este caballero. Permanecí
callado, obviamente (suficiente tengo con las controversias en las que me vi
envuelto). Me niego, en tanto, a evadir dudas con cinismo. Escribo ahora para
huir de cualquier inconsecuencia sobre la fe. Siento la urgencia de reaccionar
a lo que oí aquel día. Si no lo hiciera, corro el riesgo de endurecer mi
espiritualidad.
Lo admito,
algunas intuiciones mías sobre teología todavía están verdes –aunque no sé si
deseo que maduren. Me conformo con el poco sentido que mis pensamientos
producen. Permanezco resuelto en continuar en la procura de la verdad. Descubrí
un nuevo eje. Él me puede hacer abandonar
piedras que tome, otrora, por pepitas de oro. ¿Qué eje fue ese? ¿Qué es
lo que abandoné?
1. No consigo
mas creer en el Dios de allá arriba o de allá afuera. Una divinidad distante,
inmóvil, y que precisa de plegarias verdaderas para moverse, no merece mi
atención. La concepción metafísica de un Dios, que en el lenguaje de
Bonhoeffer, funciona ex machina, genera idolatría. Oración, plegaria o rezo con fuerza de mover
el brazo de Dios le daría omnipotencia al fiel –ya que el consigue sacar a la
divinidad de su apatía. La espiritualidad que restringe la divinidad a un
proveedor celestial, que vive allá arriba o allá afuera, y al que se puede
acceder por medio de la fe, crea un sistema religioso grosero. Es uno de los
motivos de Nietzche para denunciar a los cristianos. Quien pretende mover a
Dios en su beneficio no pasa de ser un interesado, un egoísta y un cobarde. La
caricatura de un Dios mágico, supremamente útil cuando la vida aprieta, no pasa
de ser un ídolo. Llegó la hora de acabar con esa divinidad-sujetadora
universal, el Dios de los beneficios territoriales y que, arbitrariamente distribuye
su favor. El punto neurálgico que toca la espiritualidad del siglo XXI, no es
tanto el ateismo como la idolatría.
2. No consigo
mas creer que los milagros sean premios para el privilegio de pocos. Dios jamás
podría comportarse como un intervensionista de micro realidades, resolviendo menudencias.
¿Cómo entender un gerenciador cósmico que no desbarata el ejército organizado
por un dictador? La noción de la divinidad movida por una voluntad permisiva y
cruel. No tiene sentido que él ayude a los suyos y haga la vista gorda a las
multinacionales que lucran con remedios que podrían salvar vidas. El
encadenamiento de la historia propuesto por la teología clásica implica la
aceptación tácita de una razón eterna por detrás de todo. Forajidos como Idi
Amin, Pinochet, Stalin y Bush cooperarían con el eterno propósito de Dios. De
ahí Dostoievski pone en boca de Iván toda la indignación contra tal divinidad.
Dios tendría que cerrar los ojos, selectivamente, hacia el sufrimiento de los
niños. Después de describir el suplicio de una niña de cinco años que los
padres azotaban y maltrataban sin razón y que tenía el cuerpo cubierto de
moretones, Iván remata: “Toda la ciencia del mundo no vale las lágrimas de los
niños. No hablo del sufrimiento de los adultos. Ellos comieron del fruto
prohibido, ¡que el diablo los lleve! ¡Pero los niños!”
La gran mayoría
de los evangélicos latinoamericanos cree que Dios abre puertas de empleos,
ayuda a resolver causas en la justicia, realiza casamientos, pero no se
interesa en terminar con la malaria o con el HIV. Ronaldo Muñoz afirma en su
excelente libro, El Dios de los cristianos:
Ya no podemos, a la hora de razonar, entender a Dios como el gran relojero del mundo, que en el principio construyó su máquina y la dejó andar por los siglos con su lógica exacta e inexorable. Ya no podemos, tampoco, relacionarnos con Dios en nuestra vida como si él fuera el alma rectora del mundo, como si fuera el conductor sentado al volante del cosmos, responsable directo por los procesos y fenómenos del mundo y de cada accidente de nuestra vida, como si fuese el único que realmente crea y maneja los hilos, y todo el resto –inclusive nosotros– no sea sino “objeto” suyo e instrumento de sus planes.
4. No consigo
más creer que la función primordial de la religión sea abrir acceso a lo sobrenatural
para tornar la vida menos sufrida. La idea común entre cristianos intenta hacer
de la religión un medio para controlar el futuro. Para muchos la fe precisa ser
preventiva. Acreditan como verdad que los verdaderos adoradores se anticipan a
los percances de la vida. Afirman que los hijos de Dios preveen –y anulan–
accidentes; enfermedades o cualquier otro problema existencial. Concuerdo con
Pulo Roberto Gomes en su obra El Dios Im-potente (Loyola): “La fe cristiana no
niega el dolor, como el estoicismo; no se resigna, como el masoquismo; no abraza
lo irremediable. Lo combate y procura darle sentido positivo a la Luz de Cristo”.
Yo también acepto la fe como apuesta. Fe que no huye de la batalla, encara el
drama de vivir e incita al coraje.
5. No consigo
mas creer en determinismo, fatalismo, karma, destino, oráculo, maktub. Después
de leer y releer Eclesiastés en la Biblia, dejé de concebir un cosmos preciso y
puntual como reloj de cuarzo. Dios creó el mundo con espacio para
contingencias. Sin ese espacio, no seria posible la libertad humana. No abogo
la pura aleatoriedad, todavía. Creo en un punto intermedio entre determinismo y
absoluta casualidad. En ese intersticio, reside el arbitrio humano. Entiendo la
libertad como vocación, nunca como don: mujeres y hombres reciben el propósito del
Creador y se empeñan en construir, responsablemente, la historia. El porvenir
no esta listo. La historia no fue preescrita. Recibir al Dios predestinador no
se resume a aceptar el atributo de omnipotencia. Significa admitir que en la
voluntad soberana no sobra espacio ninguno para la iniciativa creadora y para
la auténtica responsabilidad. Un Dios de designios inmutables reduciría todo y
todos a meros instrumentos suyos –más o menos concientes. Si él es el único
autor y exclusivo protagonista del drama humano, el solitario conductor de la
historia, los hombres y mujeres no pasan de peones en un vasto tablero de
ajedrez.
Lo reconozco,
puedo asustar, pero no voy a recular. Prefiero tornarme una metamorfosis
ambulante. Es mejor no tener una opinión formada sobre todo. La constante
fluidez de existir exige de mí una verdad pegajosa, nunca cristalizada como la
del predicador que me inquietó –y que niego aquí. Ansío esa verdad. Ella se da
en el camino. Por eso prosigo.
Soli Deo
Gloria
tomado de este enlace
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