jueves, 29 de agosto de 2013

La iglesia es fea


El siguiente es solamente un fragmento del capítulo llamado “Realidad y posibilidades de la iglesia” del libro titulado “Trazos”, escrito por Elsie Romanenghi de Powell y publicado por Ediciones Crecimiento Cristiano en Marzo de 2005. Esta aclaración introductoria viene a cuento, simplemente, para dejar en claro que es solo un extracto parcial de una idea que comprende otros aspectos relacionados a tal tema. Pero mas allá de esta llamada de atención estamos ante una idea muy valorable y extraordinariamente expresada.


¿Qué siente una niña de 12 años recién bautizada, al practicar el lavamiento de pies en medio de adultos? Nunca voy a olvidar los dos sentimientos invariablemente me marcaban cada vez que, mujeres por un lado y hombres por otro, nos reuníamos en una rueda frente a las palanganas, jarras de agua y toallas. De rodillas, lo primero que veía eran los pies. A veces pies muy blancos, deformes; otras, oscuros y arrugados. Pies huesudos, o regordetes, o alargados… y a mis ojos, siempre extraños: Feos. Luego intercambiábamos la posición y alguien vertía entonces el agua sobre mis pies. Alguien que los lavaba y los secaba cuidadosamente, mientras yo sentía vergüenza por lo que había estado pensando. Alguien que parecía estar perdonándome y lavando mi apatía por sus pies. Creo que poco a poco aprendí que esa costumbre, que de ninguna manera considero una práctica obligatoria para la iglesia, me estaba enseñando uno de los significados más profundos de lo que la iglesia debe ser.

Primera realidad: la iglesia es fea

Como los pies, la iglesia es una realidad heterogénea, sin atractivos. Es difícil de sobrellevar. Como los pies, esta llena de arrugas, las más de las veces con rastros de callos y deformidades. Pero es la comunidad donde recibimos y damos perdón, porque aun después de “estar limpios” (Juan 13:10) seguimos necesitando el agua fresca de la restauración.

Sí, la iglesia es normalmente fea. Lo puedo decir, porque las metáforas bíblicas me apoyan. Su fealdad es fruto de su imperfección:

La iglesia es un edificio en construcción,[1] con todo lo que eso significa. Un edifico en construcción puede todavía no tener techo, o costados, o ventanas. Una casa a medio edificar no es linda. Lo será cuando sea habitada y hermoseada por su dueño. Mientras tanto, poca belleza, salvo para el arquitecto que la “ve” terminada.

La iglesia también es un cuerpo,[2] pero carece de la estatura correcta. Debe crecer hasta llegar a la medida de la estatura de Cristo. Por el momento no es esbelta, no ha llegado “el estirón”.

La iglesia, es una rama rugosa de la vid.[3] Frágil, incapaz por si misma de dar fruto, y propensa para convertirse en cenizas cuando pierde su savia. ¿Hay algo menos atractivo que una rama? Solo la esperanza de ver brotes desmiente la fealdad de la rama misma.

La iglesia también es desposada, pero todavía sin su vestido de bodas.[4]

Solo es posible amar tanta carencia e imperfección de la iglesia cuando se ama a su dueño, su diseñador, su Amante, aquel que la prepara para una plenitud futura cuando sea habitada por él y puesta a los pies del Dios, quien todo lo llenara de gloria y de belleza.

Eso nos sostiene. Pero la realidad de la iglesia actual siempre será un ejercicio de humildad.


[1] Carta a los Efesisos, 2:2.
[2] Sobre todo en 1 Corintios cap. 12.
[3] Evangelio de Juan, cap. 15
[4] El Apocalipsis, Cap. 19:7, 21:2

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dejá aquí tu comentario, o tu sospecha: