El siguiente es solamente un fragmento del capítulo llamado “Realidad
y posibilidades de la iglesia” del libro titulado “Trazos”, escrito por Elsie
Romanenghi de Powell y publicado por Ediciones Crecimiento Cristiano en Marzo
de 2005. Esta aclaración introductoria viene a cuento, simplemente, para dejar
en claro que es solo un extracto parcial de una idea que comprende otros
aspectos relacionados a tal tema. Pero mas allá de esta llamada de atención estamos
ante una idea muy valorable y extraordinariamente expresada.
¿Qué siente
una niña de 12 años recién bautizada, al practicar el lavamiento de pies en
medio de adultos? Nunca voy a olvidar los dos sentimientos invariablemente me
marcaban cada vez que, mujeres por un lado y hombres por otro, nos reuníamos en
una rueda frente a las palanganas, jarras de agua y toallas. De rodillas, lo
primero que veía eran los pies. A veces pies muy blancos, deformes; otras, oscuros
y arrugados. Pies huesudos, o regordetes, o alargados… y a mis ojos, siempre
extraños: Feos. Luego intercambiábamos la posición y alguien vertía entonces el
agua sobre mis pies. Alguien que los lavaba y los secaba cuidadosamente,
mientras yo sentía vergüenza por lo que había estado pensando. Alguien que parecía
estar perdonándome y lavando mi apatía por sus pies. Creo que poco a poco aprendí
que esa costumbre, que de ninguna manera considero una práctica obligatoria
para la iglesia, me estaba enseñando uno de los significados más profundos de
lo que la iglesia debe ser.
Primera
realidad: la iglesia es fea
Como los
pies, la iglesia es una realidad heterogénea, sin atractivos. Es difícil de
sobrellevar. Como los pies, esta llena de arrugas, las más de las veces con rastros
de callos y deformidades. Pero es la comunidad donde recibimos y damos perdón,
porque aun después de “estar limpios” (Juan 13:10) seguimos necesitando el agua
fresca de la restauración.
Sí, la
iglesia es normalmente fea. Lo puedo decir, porque las metáforas bíblicas me
apoyan. Su fealdad es fruto de su imperfección:
La iglesia es
un edificio en construcción,[1]
con todo lo que eso significa. Un edifico en construcción puede todavía no
tener techo, o costados, o ventanas. Una casa a medio edificar no es linda. Lo será
cuando sea habitada y hermoseada por su dueño. Mientras tanto, poca belleza,
salvo para el arquitecto que la “ve” terminada.
La iglesia también
es un cuerpo,[2] pero carece de la
estatura correcta. Debe crecer hasta llegar a la medida de la estatura de
Cristo. Por el momento no es esbelta, no ha llegado “el estirón”.
La iglesia,
es una rama rugosa de la vid.[3]
Frágil, incapaz por si misma de dar fruto, y propensa para convertirse en
cenizas cuando pierde su savia. ¿Hay algo menos atractivo que una rama? Solo la
esperanza de ver brotes desmiente la fealdad de la rama misma.
Solo es
posible amar tanta carencia e imperfección de la iglesia cuando se ama a su
dueño, su diseñador, su Amante, aquel que la prepara para una plenitud futura
cuando sea habitada por él y puesta a los pies del Dios, quien todo lo llenara
de gloria y de belleza.
Eso nos
sostiene. Pero la realidad de la iglesia actual siempre será un ejercicio de
humildad.
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