Llego a este momento a preguntarme, como otras muchas veces, ¿cómo se hace para hacer teología hoy, aquí? ¿Cómo es la teología desde una sala de espera de Terapia Intensiva? ¿Cómo se piensa y se vive esta realidad desde el intento de encontrarle sentido en Dios?
No es necesario tener respuesta a estos interrogantes para encontrarse enredado en la maraña de significados y respuestas fallidas y provisorias. Esa teología cotidiana llega a uno, irrumpe en uno, con o sin la anuencia del interesado. Así la teología no es tanto el resultado de la reflexión (siempre deseable y más observable) sino el debatirse, munido de esperanza y fe, con esas dudas y respuestas tentativas que nos sorprenden con la guardia baja y sin apiadarse de nuestra desprotección.
El dolor, la ausencia, el sillón vacío, no tienen respuestas satisfactorias. No hay argumento que complazca nuestra búsqueda de sentido.
Pero, al menos, como consuelo, o como desahogo, nos queda un puñado de pretendidas claridades que decantaron de aquella visita a las penumbras.
Pretendo compartir alguna de esas perlitas que, todavía frescas en mí, no vienen a ser esclarecedoras de nada sino simples remanentes que quedan en los bolsillos para compartir con aquellos que nos acompañan a seguir peleándole al desánimo.
Se nos pierden cosas y se nos van personas. Y cuesta hacernos cargo de las realidades cambiantes. Del polvo venimos y en polvo nos convertiremos, expresa la sentencia bíblica. Pero la vida es -lo sabemos, lo comprobamos- algo más que una acumulación de polvo con identidad. El polvo es todo igual, pero una vida es una cantidad de fuerzas, y voluntad, y sabidurías, y azares, y capacidades, y anhelos, confluyendo en personas (que no casualmente, en su origen significa: máscaras). La vida es lo que hacemos en ese tiempo entre polvo y otra vez polvo. En ese paréntesis, como dice Benedetti.
¿Y qué hacemos con lo que perdimos y con los que ya no están? ¿Qué pasa con todas aquellas riquezas que se arremolinaron en esa vida y no en otra? ¿Dónde quedan cuando no tienen ya expresión? ¿Se hereda, se aprende, se contiene de alguna manera? ¿Qué rol juega Dios en todo esto? Será, pues, materia pendiente el seguir dialogando con las dudas y los esbozos de certidumbre, soñando con parir algún destello que nos haga retener todo lo valioso, lo aprendible y aprehendible de aquellos que se erigieron sobre su polvorienta naturaleza y nos sembraron la memoria de haceres y quereres.
Me dicen que con el tiempo uno se acostumbra, se conforma, y empieza a retomar su vida como fue antes de la pérdida. Me horroriza la idea de considerarme capaz de semejante canallada.
No es necesario tener respuesta a estos interrogantes para encontrarse enredado en la maraña de significados y respuestas fallidas y provisorias. Esa teología cotidiana llega a uno, irrumpe en uno, con o sin la anuencia del interesado. Así la teología no es tanto el resultado de la reflexión (siempre deseable y más observable) sino el debatirse, munido de esperanza y fe, con esas dudas y respuestas tentativas que nos sorprenden con la guardia baja y sin apiadarse de nuestra desprotección.
El dolor, la ausencia, el sillón vacío, no tienen respuestas satisfactorias. No hay argumento que complazca nuestra búsqueda de sentido.
Pero, al menos, como consuelo, o como desahogo, nos queda un puñado de pretendidas claridades que decantaron de aquella visita a las penumbras.
Pretendo compartir alguna de esas perlitas que, todavía frescas en mí, no vienen a ser esclarecedoras de nada sino simples remanentes que quedan en los bolsillos para compartir con aquellos que nos acompañan a seguir peleándole al desánimo.
Se nos pierden cosas y se nos van personas. Y cuesta hacernos cargo de las realidades cambiantes. Del polvo venimos y en polvo nos convertiremos, expresa la sentencia bíblica. Pero la vida es -lo sabemos, lo comprobamos- algo más que una acumulación de polvo con identidad. El polvo es todo igual, pero una vida es una cantidad de fuerzas, y voluntad, y sabidurías, y azares, y capacidades, y anhelos, confluyendo en personas (que no casualmente, en su origen significa: máscaras). La vida es lo que hacemos en ese tiempo entre polvo y otra vez polvo. En ese paréntesis, como dice Benedetti.
¿Y qué hacemos con lo que perdimos y con los que ya no están? ¿Qué pasa con todas aquellas riquezas que se arremolinaron en esa vida y no en otra? ¿Dónde quedan cuando no tienen ya expresión? ¿Se hereda, se aprende, se contiene de alguna manera? ¿Qué rol juega Dios en todo esto? Será, pues, materia pendiente el seguir dialogando con las dudas y los esbozos de certidumbre, soñando con parir algún destello que nos haga retener todo lo valioso, lo aprendible y aprehendible de aquellos que se erigieron sobre su polvorienta naturaleza y nos sembraron la memoria de haceres y quereres.
Me dicen que con el tiempo uno se acostumbra, se conforma, y empieza a retomar su vida como fue antes de la pérdida. Me horroriza la idea de considerarme capaz de semejante canallada.
Lubi, te leo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Carolina. Por la lectura, y más por el abrazo.
ResponderEliminar" Nunca vamos a ser los de antes. Mejores o peores, cada uno lo sabrá.
ResponderEliminarPor dentro, y a veces por fuera, nos pasó una tormenta, un vendaval,
y esta calma de ahora tiene árboles caídos, techos desmoronados, azoteas sin antenas, escombros, muchos escombros. Tenemos que reconstruirnos....... Quitar los escombros, dentro de lo posible; porque también habrá escombros que nadie podrá quitar del corazón y de la memoria. "
(Benedetti - Primavera con una esquina rota)
El comentario de arriba es mio, soy Josefina T.
ResponderEliminarCoincido, soy una convencida de que la vida se divide en un antes y un después, y que en alguna medida, ya no volvemos a ser los mismos...
El tiempo va desdibujando cosas, pero es incapaz, por sí sólo, de borrar el dolor...
Tus palabras siempre nos dejan algo...
Un abrazo Lubi!
Gracias, Jose. Muy sensible tu forma de mantenerte en esa distancia tan próxima, y de acompañar con esa empatía que reconforta un poquitín, al menos.
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