viernes, 2 de octubre de 2009

sobre los miedos, de R Gondim

Mis miedos
Ricardo Gondim

"en el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor".
1 Juan 4.18
Fui un chico lleno de miedos. Me daba miedo quedarme en un cuarto a oscuras, ver el espejo a media noche, descubrirme con el alma apenada, pasar frente a un cementerio en la madrugada, oír el ladrón que robaba gallinas en la quinta, ver los restos de una macumba en la esquinas y tener pesadillas en los sueños. Siento que estoy cambiando.
Ya no tengo miedo al diablo y a sus demonios. Aprendí que ellos fueron derrotados en el Calvario y los evangelios mandan que no temamos a quien sólo puede matar el cuerpo.
Temo a mi corazón, al que todavía no conquisté. Continúo sorprendido de cómo él se fascina con el aplauso fácil del halago y con su veleidad ante las pasiones más irresponsables.
Ya no tengo miedo al tiempo, enemigo feroz que devora a todo y a todos. Descubrí que no podré apresarlo y que el me arrastrará irremediablemente hacia la cima de la muerte.
Temo no percibir, en el presente huidizo, la mirada suplicante del amigo; la sagrada reflexión donde no se reparte solo el pan; el día lluvioso para instar a la calma; la llenura de la alegría en el café caliente de la mañana.
Ya no tengo miedo a la oscuridad, a la manta nocturna en que se esconde la luz. Aprendí a convivir con las tinieblas en las diversas veces en que lloré en las Unidades de Terapia Intensiva de los hospitales, en los estúpidos velorios de adolescentes y en el silencio de Dios, escondido cuando le pedí un milagro.
Temo la falta de transparencia en el habla mansa del cínico, el oscuro oportunismo del amigo traicionero y la ceguera del intolerante.
Ya no tengo miedo de la violencia, residuo de nuestra naturaleza salvaje. La industria bélica no me amenaza, el rostro desteñido de los generales no me apabulla, el chantaje del alucinado terrorista no me intimida y los que se alegran en derramar sangre inocente no me hacen correr.
Temo a la complacencia del rico, la pusilanimidad del confortable, la indiferencia del lleno, el descanso del afortunado y el cinismo del experto. Ya no tengo miedo del infierno futuro, lugar medieval donde eternamente se castigan a los pecadores.
Temo al ambiente asfixiado de odio que transforma el lugar en una mazmorra; la conversación incriminante que destruyó la honra inocente; la deshumanización que aliena a los miserables y discrimina a los deficientes. Ya no tengo miedo a Dios, padre amoroso y comprensivo de mis innumerables limitaciones.
Temo a los ídolos crueles que creen en la lógica de la retribución, implacables como el drama humano; los dioses que creé y que creí suficientes para que me ayuden a guiar mi breve peregrinación por la vida.
No, no perdí mis miedos. Continúo temiendo, pero visitado por el amor de Dios, me deshago de los infantiles.

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