El Dios
danzarín
Lo que
creemos al respecto de algo determina el modo en que nos relacionamos con ello.
A mí, por ejemplo, me gusta jugar con perros, pero si noto que un perro es
peligroso, me quedo lejos de el; si es juguetón, me le arrimo. Así pasa también
con el mundo. Antiguamente se creía que el mundo era una estructura
jerarquizada, siempre desde lo más complejo o poderoso hacia lo mas simple o débil,
siendo Dios quien ocupaba la cúspide de la pirámide. El imaginario de las
personas se construía a partir de las relaciones entre reyes y súbditos,
señores y esclavos, generales y soldados, y demás. Cada uno cumplía su papel y
casi todo el mundo lo respetaba. En aquella época la Iglesia tenía autoridad y
quien no concordaba con lo que ella decía moría en hoguera –aunque la iglesia
dijera cosas como que indios y esclavos no tenían alma y que el sol giraba
alrededor de la tierra.
Quien cree en
una realidad estructurada a partir de la autoridad y poder, supone que la fe en
Dios resuelve todo; al fin de cuentas “obrando Dios, ¿quién impedirá?” Basta
orar con fe y esperar la cura, la prosperidad, el regreso del marido, la
liberación del hijo, en fin, la solución de cualquier problema. Dios manda, el
resto obedece. Todo cuanto se necesita es aprender los trucos para hacer que
Dios mande exactamente lo que uno quiere que él mande. Surgen entonces las
corrientes de fe y las ofertas compensadoras de la falta de fe, y,
principalmente, los gurús que saben manipular a Dios a favor de quien paga
bien. Brujería pura.
Copérnico,
Galileo, Newton, Einstein y sus teorías científicas hicieron que el mundo
pasara a ser visto como una máquina, o como un reloj, con Dios como el
relojero. En este mundo-máquina, todo puede ser decodificado, explicado y
controlado. Las cosas funcionan en relaciones de causa y efecto previsibles,
como por ejemplo las estaciones del año, las fases de la luna, los movimientos
de las mareas, las orbitas de los planetas y los eclipses solares. En el día a
día, estas relaciones también son previsibles: a partir de la información de
masa, fuerza, aceleración y dirección, sabremos calcular en cuanto tiempo el
auto va a chocar contra el poste, o cuál bola le va a dar a la amarilla y cuál
va a caer en la tronera.
En el
mundo-maquina también es posible arreglar casi todo. Cuando su microondas deja
de funcionar, basta llamar a un técnico y el le va a decir cuál pieza deberá
ser sustituida. El problema es que quien cree que el mundo funciona así acaba
extrapolando eso a todas sus relaciones: ¿el matrimonio se fracturó? ¿su hijo
le da mucho trabajo? ¿la vida no funciona? Entonces, basta llamar al
especialista. Casi todo tiene arreglo y puede volver a funcionar como antes.
Más aún, si es verdad que las relaciones de causa y efecto obedecen con
precisión matemática, basta apretar el botón correcto y las cosas sucederán.
¿Quiere hacer discípulos? ¿Quiere hacer crecer a su iglesia? ¿Quiere evitar
problemas de familia? ¿Quiere garantizarse una buena carrera profesional?
Entonces basta con hacer el curso correcto, encontrar el método indicado,
seguir las reglas apropiadas. Luego, “A” siempre conduce a “B”. Si acaso usted
hace “A” y el resultado no es “B”, entonces usted piensa que hizo “A”, pero no
lo hizo. El mundo-máquina es así: todo siempre funciona derechito –el que no
siempre lo hace es usted.
Es de esta
manera de ver la realidad que surge el fenomenal ministerio para hacer funcionar
a la iglesia con propósitos; la estrategia de siete pasos para hacer que su
ministerio sea relevante; las cuatro leyes espirituales para ganar la vida
eterna; las técnicas de ministración para liberación espiritual y sanidad
interior, los grupos de 12 para hacer multiplicar el rebaño. Hay folletos para
toda cuestión, curso para todo asunto y gurú especialista para cualquier
nimiedad. Casi todos bien intencionados, pero generalmente funcionando como si
el mundo fuese una máquina.
Pero
recientemente aparecieron en escena algunas teorías elaboradas a partir de
otras percepciones de las ciencias de la física y la biología. En la mecánica
quántica, los movimientos no son tan previsibles como en la mecánica
newtoniana. Entonces, el mundo ya no es una jerarquía ni una máquina, sino un
organismo vivo. Las palabras más adecuadas para describir la realidad son
“trama”, “red”, “arena”, y hasta incluso “danza”. La realidad es compleja y los
fenómenos naturales y sociales no son previsibles ni manipulables. Las personas
son singulares. Basta verificar que diez personas que ganan la lotería
reaccionan de diez maneras diferentes. Los relacionamientos también son
singulares. Diez parejas que tienen un hijo reaccionan de diez maneras
diferentes. De la misma forma, diez iglesias que inician un proyecto reaccionan
de diez maneras diferentes. Los seres vivos no son estandarizables. No obedecen
a relaciones exactas de causa y efecto. Los seres vivos no son cosas. Y la vida
no es exacta.
Quien cree en
el mundo como un ser vivo donde cada ser y cada relación es singular, no
consigue someterse a esquemas, no tiene pretensiones de gerenciar personas, no confía
en métodos y no se impresiona con cifras, estadísticas y probabilidades.
Prefiere otros caminos. Escoge el camino de la intimidad con el otro; se
encanta con el misterio de lo sagrado; se maravilla con la diversidad; presta
atención al joven en conflicto; oye los dramas del hombre que no consigue
trabajo; se queda en silencio ante el dolor y se arrodilla para orar antes de
dar siquiera un paso en alguna dirección. Esos no se llevan muy bien con el
Dios-General, o el Dios-relojero. Se gozan más con el Dios-bailarín.
Ed Rene
Kivitz
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