Veredas ocres y amarillas crujen bajo sus otoñales
pasos. Desprolijos abrazos del sol entibian los fatigados hombros que no
entienden, pero saben. El paisaje se extiende más allá inútilmente, sin lograr
ser sino un montaje ocioso, porque todo lo que cuenta se fundió en la densidad
de aquella postal que abril le deparó casi compulsivamente.
Esa mañana luminosa se clavó en su memoria como cuña
para erigirse en hito, en obelisco, en altar… en señalador que le recordara
para siempre que aunque ayer lloró, y mas tarde va a hacer frió y mañana va a
llover, sin embargo hoy, (en la eternidad de ese instante, ayuno de
herramientas, estrategias y poderes, por obra y gracia de la prepotente
esperanza), hoy es posible.
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