martes, 13 de abril de 2010

Una sospecha pos pascual

De las nubes al barro
Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?». El les respondió: «No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra».
Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos.
Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir».
HECHOS DE LOS APÓSTOLES 1:6-11


Los, hasta horas antes, incrédulos discípulos, finalmente se convencen de que su señor vive, resucitó y ahora anda entre ellos. Casi sin darse cuenta la desesperación y angustia de los últimos días dio lugar a una nueva expectativa que no termina de tomar forma en sus mentes. Pero antes de obtener respuesta directa a sus interrogantes más inmediatos, Jesús asciende ocultándose, rápidamente, de su vista.
Mientras los cuellos se estiiiiran y los ojos se entrecierran y agudizan tratando de encontrar un resquicio entre las nubes para seguir viendo a Jesús, un par de varones/hombres/ángeles (¿?) (en todo caso: portadores de la voz de Dios) intentan disuadirlos de su actitud contemplativa.
La presencia de esos dos personajes es signifi
cativa. Decididamente no tienen aspecto fantasmagórico ni etéreo (tampoco esa característica es propia de la tradición hebrea). Son señalados como dos hombres, dos varones (ανδρες δυο). Tal vez sean ángeles y de allí sus vestiduras blancas, pero su aspecto no indica origen ultramundano. Tampoco lo indican sus palabras. Precisamente, su mensaje, refiere a lo contrario. A que dejen ya de estar pendiente del cielo porque Jesús va a volver de la misma manera. El ámbito de la vida de los seguidores de este Jesús resucitado, no debe ser ya la contemplación evasiva, sino la acción en esta tierra, que es ahora el espacio propio de Jesús: el lugar del que lo vieron ascender, y al que promete volver. Jesús mismo había utilizado esta imagen más de una vez en sus enseñanzas hacia ellos.
Tanto es así que la primera reacción de aquel grupo, reaccionando a estos últimos acontecimientos, es volver a reunirse y allí encaminar los pasos próximos de lo que en los siglos posteriores será conocido como “la iglesia cristiana”. Y, apresurada y torpemente, aquellos primeros pasos no parecen ser demasiado acertados o felices, pero es evidente la comprensión de la dimensión “terrestre” que debe adoptar la vida de los seguidores de Jesús resucitado. Ante la evidencia de esta nueva situación no cabe otra respuesta que la acción, ponerse manos a la obra. Aún ante la te
rminante indicación de quedarse a esperar la visitación del Espíritu Santo, hay que ponerse a hacer. Hay que actuar. Jesús está vivo, y está presente en nuestro accionar. Esa parece ser la convicción de este puñadito de (ahora) entusiastas creyentes.

¿Qué hace hoy la iglesia cristiana con la mirada perdida en el cielo, enferma de tortícolis por no ocuparse de otra cosa que ver un pedacito de Jesús, un milagrito de confort, una mera señalcita de su existenci
a y compañía? ¿Qué hace la iglesia que no entiende que Jesús se ocultó de la mirada física de los suyos para que lo veamos en la cotidianeidad, en los hechos y personas que cada día se cruzan a nuestro paso?
La ‘pos pascua’ es un llamado a poner los ojos en la realidad. A reconocer que el ámbito de acción del Jesús resucitado incluye
mi entorno inmediato. A no quedarse abstraído en lo cúltico sino, sin temor al error, ensuciarse las manos y los pies en el barro de las contradicciones del compromiso diario y esperar así, desde allí, al que vive para ser Señor de todo y de todos (faltos e incompletos), no ídolo y patrono de un pequeño grupo de enclaustrados (santos y autoexcluídos de la desafiante realidad).
La adoración que no va más allá de la contemplación no es sino autocomplacencia, religión, metal que resuena, platillo que retiñe… puro ruido.

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