El capítulo 4 del Evangelio según San Marcos es el relato de un evento en el que Jesús se ve sorprendido por una multitud que llega a él y ante la contingencia el Maestro improvisa un anfiteatro introduciéndose unos metros en el lago, para poder llegar con mayor amplificación a más cantidad de oyentes, y luego de pasarse la jornada entera departiendo con este grupo, emprende, en compañía de los suyos, un camino hacia “el otro lado”. Pero, una vez puestos en marcha, las palabras del evangelista nos hacen notar que algunas barquitas más se habían hecho al agua para seguir el recorrido de Jesús. A partir de ese momento Marcos se desentiende de aquellas otras embarcaciones. Sigue el relato apasionante de la manera en que los tripulantes de la precaria nave luchan contra el maremoto que se empecina en hundirlos, y cómo sus sentimientos increpan al Líder que no tiene cuidado de la zozobra de los suyos; y finalmente Jesús, poderoso, sorprendiendo a todos y con estampa señorial tomando control de la naturaleza, apelando a la fe de sus discípulos que, anonadados, no tienen palabras para describir lo que están viviendo.
Pero me sigo quedando con la mirada puesta en aquellos barquitos que vienen siguiendo a Jesús. Aquellos anónimos cuya suerte nos queda en duda. Nada sabemos de sus penares con el maremoto, ni de la asimilación de esta nueva revelación que han tenido. Tampoco sabemos mucho de sus intenciones. No sería extraño que pretendieran recibir mayores beneficios de Dios, como Jesús ya había enrostrado a otros. Lo que sí podemos entender de la situación es que estos navegantes anónimos entendieron que para estar con Jesús hay que seguirlo. Si te quedás saboreando lo que recibiste ayer te vas a sentir chocho, pero va a ser sin Jesús porque él ya siguió adelante.
Tengo, como cualquiera, como tantos, como muchos, la tendencia a quedarme en cada nuevo descubrimiento extasiado como ante una revelación última. Quiero perpetuar cada logro, estirar cada éxito. Hacer un lugar cómodo y calentito para cada gol convertido, a fin de quedarme ahí y disfrutarlo y no dejar que nada me mueva de mi efímera gloria. No me gustan que me vengan a decir que lo que descubrí ya está superado; que lo que aprendí no me alcanza; que los que amo no son perfectos.
Pero quiero aprender. Quiero aprender, como aquellos embarcados, a dejar la comodidad y el calorcito del fueguito seguro de la playa para salir en busca constante de la cercanía de Jesús. Así es Dios: viento que va. Cuando parece que ya lo tenés, que lo comprendiste, que desenmarañaste la cuestión… ya se te fue otra vez, ya está mar adentro. Y hay que seguirlo, hacerse al mar y estar dispuesto a mojarse, a naufragar, a la fe y al espanto.
Pero me sigo quedando con la mirada puesta en aquellos barquitos que vienen siguiendo a Jesús. Aquellos anónimos cuya suerte nos queda en duda. Nada sabemos de sus penares con el maremoto, ni de la asimilación de esta nueva revelación que han tenido. Tampoco sabemos mucho de sus intenciones. No sería extraño que pretendieran recibir mayores beneficios de Dios, como Jesús ya había enrostrado a otros. Lo que sí podemos entender de la situación es que estos navegantes anónimos entendieron que para estar con Jesús hay que seguirlo. Si te quedás saboreando lo que recibiste ayer te vas a sentir chocho, pero va a ser sin Jesús porque él ya siguió adelante.
Tengo, como cualquiera, como tantos, como muchos, la tendencia a quedarme en cada nuevo descubrimiento extasiado como ante una revelación última. Quiero perpetuar cada logro, estirar cada éxito. Hacer un lugar cómodo y calentito para cada gol convertido, a fin de quedarme ahí y disfrutarlo y no dejar que nada me mueva de mi efímera gloria. No me gustan que me vengan a decir que lo que descubrí ya está superado; que lo que aprendí no me alcanza; que los que amo no son perfectos.
Pero quiero aprender. Quiero aprender, como aquellos embarcados, a dejar la comodidad y el calorcito del fueguito seguro de la playa para salir en busca constante de la cercanía de Jesús. Así es Dios: viento que va. Cuando parece que ya lo tenés, que lo comprendiste, que desenmarañaste la cuestión… ya se te fue otra vez, ya está mar adentro. Y hay que seguirlo, hacerse al mar y estar dispuesto a mojarse, a naufragar, a la fe y al espanto.
Veamos si Víctor Heredia nos da una mano para redondear esta entrada