Está bien, tenés razón, me la mandé. Metí la pata. Me equivoqué. Si hubiera pensado un poco más habría tomado alguna otra medida más acorde con lo que se esperaba que hiciera en aquella ocasión. Estamos de acuerdo, entonces. El error fue mío, y el perjuicio nimio. Lo que no termino de entender es toda la descalificación desatada a raíz de una situación tan irrelevante.Esta escena no parece ajena a nadie que tenga que interactuar habitualmente, con otras personas. El relacionamiento humano provoca experiencias increíblemente gratificantes y momentos de los más duros. O, como dice el proverbio, “el hierro se afila con el hierro, y el hombre en el trato con el hombre (Pr 27:17)”. No sé si por derivación previsible o como “salida decorosa” ante la falta argumental, la mayoría de las cuestiones de las relaciones entre personas suele encontrar una colección de momentos en los que ante un error manifiesto, ante una falla revelada, se estriba en ese suceso puntual para descalificar toda una serie de cuestiones relativas no al evento sino a la persona. Ese es el punto en el que la batalla está perdida. ¿Cuál batalla? La batalla argumentativa, por un lado. La actitud de descalificar todas las ideas de X porque X tiene mal aliento, no es otra cosa que admitir que ya no tengo argumentos para contraponer a los del apestoso de X. Pero, por otro lado, la principal batalla perdida es la de la construcción humana. En el preciso instante en que promuevo a X a la categoría de enemigo es cuando perdí. Porque X es aquel a quién Dios, el destino, la vida, las circunstancias, o quién quieras considerar, puso en ese lugar para forjar mi espíritu, mis ideas, mi personalidad, llamada a la construcción común de humanidad.
Pero otra cuestión que vale recordar es que esos estallidos de irracionalidad, esos arrebatos de no-discusión, de fin-del-diálogo, no es otra cosa que la explosión de nuestra propia lucha interior. El mal aliento de X me sirve como catalizador para mis propios conflictos irresueltos, para mis frustraciones o dudas profundas e hirientes.
Tal vez, en lugar de dejarme abatir por tu ataque desmesurado, deberíamos descubrir cuál es la charla pendiente, el argumento irresuelto. Tal vez, en lugar de aprovechar la contingencia para invalidar caminos ajenos, deberíamos creer más en la construcción común de caminos más abarcadores, ya que decimos querer ir hacia destinos demasiado parecidos como para ser ajenos.