La navidad no es
solamente la historia del bebe en el pesebre. No se trata tan solo de los Reyes
y la estrella…
Es, sobre todas las cosas, la más
increíble historia de amor. Es la definición de Dios acerca de lo que es el amor, de cómo se vive y se
ejercita, fehacientemente, el amor.
Amor
que no pasa por campanitas y mariposas en el estomago, y que va mas allá de canciones pegadizas sobre sensaciones placenteras;
el amor es entrega, es despojarse a uno mismo y exponerse. Es dar dándose, para
que el otro alcance lo que no podría sin esa entrega. Y eso es la navidad que
celebramos en estos días.
El
regalo de la Navidad es la celebración de que Jesús viene al mundo a hacer
posible nuestra reconciliación con Dios, pero además nos enseña y nos guía en
un camino diferente: el camino del amor. Así lo enseña el Evangelio de Juan 15.13:
“Esta es la mejor manera de amar, expongan su vida por sus amigos”.
Las
relaciones y los compromisos, en nuestro tiempo, son cada vez más y más
débiles. Cada vez se hace más difícil depositar nuestra confianza en otras
personas. Incluso los que se supone que deben ser aquellos con quienes podemos
contar, en quienes descansar y fiar, cada vez son menos confiables. Los grupos
de amigos parecen basarse cada vez más en el interés y no en la entrega. Los
matrimonios (o mejor, deberíamos decir: las parejas) se forman más pensando en
los beneficios a obtener de la relación
antes que en lo que puedo aportar a un proyecto en común. Más pensando en
recibir, alcanzar, adquirir de otros que en contener, en dar y brindarse.
Entonces, cuando ya no recibo lo que necesito, o lo que quiero, allí se termina
la relación. La relación con un socio, con un amigo, con una pareja, o incluso
con una familia entera. Esa es la cara que va adoptando, cada vez más, el mundo
de las relaciones.
Contrariamente
al individua-lismo de nuestro tiempo, hay un mensaje que nos habla de un amor profundamente
diferente. Un amor que se manifiesta, principalmente, en las relaciones. En las
relaciones entre los amigos, en las relaciones con la familia, en el esfuerzo
conjunto y solidario… allí se manifiesta este amor.
Navidad
es un mensaje profundamente ligado a nuestro compromiso con las personas, a
nuestras relaciones. El amor de Dios, su compromiso y su entrega nos marcó un
camino. Él vino y se puso en nuestro lugar. Asumió nuestra condición. Estuvo
dispuesto a perder, para estar conmigo y para que yo pueda alcanzar una relación
profunda y cabal con Dios, con los demás y conmigo mismo.
La
navidad nos muestra a un Dios que en lugar de declarar su amor desde los cielos
muestra su amor al comprometerse. Que viene a habitar con los hombres y a ser
uno como nosotros y con nosotros. Y ese amor se hace
presente y se manifiesta no tanto en los templos y en las ceremonias, sino en
las relaciones. En el compromiso real y jugado con otras personas concretas, en
situaciones reales.
En estos días todos nos saludamos, nos abrazamos,
brindamos, y nos deseamos una feliz navidad y buen año nuevo. Pero el nuevo año
solamente va a ser feliz, en la medida que estemos abiertos a invertir tiempo,
esfuerzo, pilas, para construir nuestras relaciones. A dedicarnos a mirar al
otro como alguien digno de atención y respeto.
Cuanto
más próximos estemos a las personas, más capaces seremos de percibir la
dimensión del amor de Dios manifestado en la persona, la obra y los consejos de
Jesucristo, nuestro señor. Acerquémonos a Dios para vivir su salvación en
nuestras vidas, esa salvación que apunta a una eternidad celestial pero que nos
acerca la capacidad y el desafío de amar verdaderamente.
Para
alcanzar el compromiso, la entrega, la solidaridad… el amor que Dios propone para nuestras vidas y la de nuestra
comunidad.
Y estoy convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de Dios.
Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de
hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno
pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las
profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás separarnos del
amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro Señor.
Romanos
8:38, 39