viernes, 26 de julio de 2024

de una metanoia

Ivana vuelve de su viaje. Un viaje inesperado, que no planificó pero que, de repente, la instaló durante una semana en un destino improbable donde volvió a escuchar frases y palabras que ya había oído pero que se repoblaban de sentido. Y empezó a vivir emociones que conocía pero que no esperaba que afloraran allí. Y volvió a reconocer caminos, desafíos, propuestas que la devolvieron a casa reconvertida en alguien que siempre fue, aunque ya no era, aunque quiere ser… Y esta otra persona, habitante de su antigua piel, se acerca otra vez a su lugar de partida.

Llega encendida. Y se encuentra con su hija que la espera y la recibe y se celebran mutuamente. Antes de volver a casa comparten un buen rato con el papá de la hija de Ivana que escucha atento los atisbos de explicación que ensaya ella tratando de verbalizar las revoluciones que experimentaron su cabeza, sus emociones, su alma… (algunos de los puertos que consigue señalar de su inmersión en ese Océano). Y sin comprenderlo todo sabe sin saber que lo vivido no la transformó en alguien diferente, sino que la hizo trascender un umbral de su propia vida y ahora puede ver, sentir y soñar mucho de lo que antes no.

En los momentos finales de aquella charla él no puede contenerse: “Es hermoso todo lo que contás. Estás distinta. Llenaste esta casa de una energía preciosa”.

Cuando me lo cuenta no me sorprende pero me maravilla. Rápidamente borroneo la escena en mi imaginación y comprendo que, igual que María, inundó la casa de un halo fragante y delicioso  (Juan 12:1-3)

Y me doy cuenta que esa mudanza, que todos ven, que cambia su vida, que es reconocible y admirable y apetecible, tanto como inexplicable, no se trata de definiciones ni de conceptos mensurables, sino de vida, de acción. Y recuerdo que ya fue definida en términos contundentes: La salvación ha venido hoy a esta casa” (Lucas 19:1-9)

No me atrevo a lastimar el silencio. No digo nada. La abrazo. 

Y me abraza



martes, 17 de abril de 2018

de marchas, movidas y participaciones públicas

           En estos días se debate en el Congreso Nacional y en el foro oficial de la Argentina de estos tiempos (la pantalla televisiva) el tema de la despenalización y legalización del aborto. Esta cuestión encuentra a la iglesia evangélica sumamente movilizada y activa en la procura de ocupar espacios públicos como pocas veces. Opinamos, participamos y hasta marchamos junto al Opus Dei y a Biondini (práctica que hubiera sido absolutamente demonizada en nuestro medio un puñadito de años atrás). Pero mas allá de celebrar este “repentino” deseo de movilización y participación, la situación me generó un par de reflexiones que quiero expresar.
Luego de sendas charlas con algunos amigos me impactó la comprobación de una nueva categoría sin rotular aún, pero en la que entran cuestiones tales como ideología de género, aborto, homosexualidad, matrimonio igualitario… “esos temas” –sic–. Se trata de un colectivo de tópicos que pega a los evangélicos en un mismo lugar muy sensible y que instintivamente se depositan en un imaginario anaquel común. Pero obviando la liviandad que significa esa aglutinación, quisiera referirme más a lo que esta actitud dice acerca de la iglesia antes que lo que la iglesia dice acerca de tales cuestiones.
Algo que llama la atención es que la identidad evangélica pareciera haber devenido en la defensa de ese espacio conservador moralista que se opone (mas emotiva que articulada o argumentadamente) a todo asunto que tenga que ver con cuestionar el patrón moral de occidente durante la segunda mitad del siglo XX. Situación esta que refleja una profunda deficiencia a nivel misionológico más que teológico, al no asumir que la iglesia no existe como policía moral de la comunidad sino como agente de transformación de la realidad toda, y que el interés del Señor de la iglesia no se restringe ni refugia en la ética sexual de las personas sino que tiene una propuesta de vida que afecta a la integralidad de la vida humana, a todos sus ámbitos, y que la voz cristiana debe alzarse con semejante vehemencia, responsabilidad y compromiso en propuestas que se refieran a esa totalidad de temas.  La fe cristiana se refugió mansamente en el nicho “ámbito de fuero íntimo” al que el positivismo la relegó, y ahora, en su rol reivindicador del modelo de la modernidad, no puede deshacerse del corsé impuesto por aquel paradigma.
El otro peligro evidente es el de dejarse llevar por la sensación del momento. La inmadurez en cuanto a la participación en la arena pública fácilmente lleva a caer presa de errores e inconsistencias. Sin embargo, mayor que los daños que se puedan ocasionar a la causa que se pretende defender es el daño que se pueda infringir a la misma imagen y autoimagen de la iglesia al evaluar erróneamente su condición y rol histórico. Mi temor es que con el presente despertar de su participación social la iglesia evangélica argentina interprete que en este momento es llamada a intervenir en los asuntos de la vida pública de la nación. Cuando en realidad, tal llamado, debería haber sido asumido desde hace mucho tiempo. El problema es que no tenemos un discurso pensado y elaborado acerca de la vida en su complejidad. Y alzamos la voz en la ilusión de un discurso espiritual, ascético y apolítico, cuando deberíamos reconocer lo imposible e indeseable de tal pretensión, y asumir un protagonismo político, humano y contextual. Esto serviría, en principio, para aceptar que la presente actuación, mas allá de los propósitos más o menos logrados, no deja de responder a una postura política determinada ni deja de ser funcional a estructuras con intenciones claras y definidas.
Muchos de los pastores y líderes se incomodan cuando se señala que su participación en marchas y foros de debate es participar en el terreno de la política. Tal vez lo que no lograron los llamados mas piadosos, ni las opresiones más hostiles lo consiga la sanción de una ley: que la iglesia evangélica de la argentina comience a asumir que su participación activa en el pensamiento, el debate, la denuncia y la propuesta en el ámbito público es un aspecto ineludible de responder al llamado de ser sal y luz de la tierra, y a su compromiso de ser en cada contexto signo e instrumento de salvación. 

sábado, 20 de septiembre de 2014

lunes, 16 de junio de 2014

Me gustó mucho, y lo comparto

Elogio y reverencia
por Ricardo Gondim

Reverencio a los mansos: gente con  semblante pacificado por la ternura del encuentro y que nunca mira de soslayo.

Reverencio a los sensibles: gente con el alma ablandada por el dolor del mundo y que jamás da la espalda al quebrantado.

Reverencio a los audaces: gente con el espíritu fortalecido por el amor a la justicia y que no teme el manoseo de su reputación.

Reverencio a los discretos: gente con la idea de triunfo forjada para la honra desinteresada y que no vende el alma por el aplauso.

Reverencio a los íntegros: gente con sentido de vida plantado en la ética del amor y que vive de principios nobles.

Reverencio a los santos: gente con biografía inspirada por e respeto a la vida y que genera envidia santa en personas comunes como yo.



[Si alguien pregunta: ¿Existe envidia santa? Obvio. No tengo cómo esconderla, ella late en mí. Mi envidia santa admira y aplaude. Confieso: no vacilo en postrarme ante la dignidad, la belleza, la lealtad y la grandeza de quien quiera que fuese.]

Soli Deo Gloria



viernes, 25 de abril de 2014

jueves, 2 de enero de 2014

no esta mal, para empezar


Feliz Año Nuevo

Tengo un amigo que me enseño que “Dios es bueno y sabe amar”. De hecho, amar es un arte. La mayoría de nosotros tiene “un modo medio entupido de ser y de decir cosas que pueden lastimar”. Saber amar implica saber hablar y saber oír, estar presente sin ser invasivo, aconsejar respetando la autonomía, socorrer sin generar dependencia, suplir sin quitar responsabilidad, decir “no” sin precisar explicar y decir “si” cuando es necesario en vez de cada vez que se quiere, revelar verdades sin partir defectos, fomentar virtudes sin esconder las faltas. Saber amar exige abnegación sin expectativa de retribución, donación sin cobrar recompensa, generosidad sacrificial y disposición para el perdón setenta veces siete. Amar es también generar condiciones para que la persona amada se asuma y aprenda a amarse a si misma, perciba sus limites sin volverse cautiva de la vergüenza. Amar es dar lo mejor que tenemos y de lo que somos en beneficio de la persona amada. Amar es abrir la ventana para que el pájaro vuele libre y la golondrina vuele feliz.
Todo eso te deseo en 2014.
Que experimentes la precisión del escandaloso amor de Dios. Y crezcas en el maravilloso arte de amar.  

                                               Ed Rene Kivitz

sábado, 14 de diciembre de 2013

intento navideño, version 2013


  La navidad no es solamente la historia del bebe en el pesebre. No se trata tan solo de los Reyes y la estrella…
Es, sobre todas las cosas, la más increíble historia de amor. Es la definición de Dios acerca de lo que es el amor, de cómo se vive y se ejercita, fehacientemente, el amor.
Amor que no pasa por campanitas y mariposas en el estomago, y que va mas allá de  canciones pegadizas sobre sensaciones placenteras; el amor es entrega, es despojarse a uno mismo y exponerse. Es dar dándose, para que el otro alcance lo que no podría sin esa entrega. Y eso es la navidad que celebramos en estos días.

El regalo de la Navidad es la celebración de que Jesús viene al mundo a hacer posible nuestra reconciliación con Dios, pero además nos enseña y nos guía en un camino diferente: el camino del amor. Así lo enseña el Evangelio de Juan 15.13: “Esta es la mejor manera de amar, expongan su vida por sus amigos”.   
Las relaciones y los compromisos, en nuestro tiempo, son cada vez más y más débiles. Cada vez se hace más difícil depositar nuestra confianza en otras personas. Incluso los que se supone que deben ser aquellos con quienes podemos contar, en quienes descansar y fiar, cada vez son menos confiables. Los grupos de amigos parecen basarse cada vez más en el interés y no en la entrega. Los matrimonios (o mejor, deberíamos decir: las parejas) se forman más pensando en los beneficios a obtener  de la relación antes que en lo que puedo aportar a un proyecto en común. Más pensando en recibir, alcanzar, adquirir de otros que en contener, en dar y brindarse. Entonces, cuando ya no recibo lo que necesito, o lo que quiero, allí se termina la relación. La relación con un socio, con un amigo, con una pareja, o incluso con una familia entera. Esa es la cara que va adoptando, cada vez más, el mundo de las relaciones. 
Contrariamente al individua-lismo de nuestro tiempo, hay un mensaje que nos habla de un amor profundamente diferente. Un amor que se manifiesta, principalmente, en las relaciones. En las relaciones entre los amigos, en las relaciones con la familia, en el esfuerzo conjunto y solidario… allí se manifiesta este amor.

Navidad es un mensaje profundamente ligado a nuestro compromiso con las personas, a nuestras relaciones. El amor de Dios, su compromiso y su entrega nos marcó un camino. Él vino y se puso en nuestro lugar. Asumió nuestra condición. Estuvo dispuesto a perder, para estar conmigo y para que yo pueda alcanzar una relación profunda y cabal con Dios, con los demás y conmigo mismo.
La navidad nos muestra a un Dios que en lugar de declarar su amor desde los cielos muestra su amor al comprometerse. Que viene a habitar con los hombres y a ser uno como nosotros y con nosotros. Y ese amor se hace presente y se manifiesta no tanto en los templos y en las ceremonias, sino en las relaciones. En el compromiso real y jugado con otras personas concretas, en situaciones reales. 

 En estos días todos nos saludamos, nos abrazamos, brindamos, y nos deseamos una feliz navidad y buen año nuevo. Pero el nuevo año solamente va a ser feliz, en la medida que estemos abiertos a invertir tiempo, esfuerzo, pilas, para construir nuestras relaciones. A dedicarnos a mirar al otro como alguien digno de atención y respeto.
Cuanto más próximos estemos a las personas, más capaces seremos de percibir la dimensión del amor de Dios manifestado en la persona, la obra y los consejos de Jesucristo, nuestro señor. Acerquémonos a Dios para vivir su salvación en nuestras vidas, esa salvación que apunta a una eternidad celestial pero que nos acerca la capacidad y el desafío de amar verdaderamente.
Para alcanzar el compromiso, la entrega, la solidaridad… el amor que Dios propone para nuestras vidas y la de nuestra comunidad.

Y estoy convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro Señor.
                                    Romanos 8:38, 39