sábado, 30 de noviembre de 2013

el "heretico" RG, de vuelta al ataque


Aquí viene una traducción no autorizada de un texto usurpado (aunque de acceso público) y que invita a la “transformación por medio de la renovación de nuestro entendimiento”.  


LA FE QUE MERECE MORIR
Ricardo Gondim

Sentado en la cuarta hilera de un auditorio colmado, oí a un predicador cautivar a cerca de mil personas. La oratoria carismática extasiaba la sala. A contramano del frenesí, yo repetía un sonoro “NO” a la lógica que sustentaba el discurso; me decía a mi mismo: Ya no comulgo con los mismos supuestos que este caballero. Permanecí callado, obviamente (suficiente tengo con las controversias en las que me vi envuelto). Me niego, en tanto, a evadir dudas con cinismo. Escribo ahora para huir de cualquier inconsecuencia sobre la fe. Siento la urgencia de reaccionar a lo que oí aquel día. Si no lo hiciera, corro el riesgo de endurecer mi espiritualidad.

Lo admito, algunas intuiciones mías sobre teología todavía están verdes –aunque no sé si deseo que maduren. Me conformo con el poco sentido que mis pensamientos producen. Permanezco resuelto en continuar en la procura de la verdad. Descubrí un nuevo eje. Él me puede hacer abandonar  piedras que tome, otrora, por pepitas de oro. ¿Qué eje fue ese? ¿Qué es lo que abandoné?

1. No consigo mas creer en el Dios de allá arriba o de allá afuera. Una divinidad distante, inmóvil, y que precisa de plegarias verdaderas para moverse, no merece mi atención. La concepción metafísica de un Dios, que en el lenguaje de Bonhoeffer, funciona ex machina, genera idolatría.  Oración, plegaria o rezo con fuerza de mover el brazo de Dios le daría omnipotencia al fiel –ya que el consigue sacar a la divinidad de su apatía. La espiritualidad que restringe la divinidad a un proveedor celestial, que vive allá arriba o allá afuera, y al que se puede acceder por medio de la fe, crea un sistema religioso grosero. Es uno de los motivos de Nietzche para denunciar a los cristianos. Quien pretende mover a Dios en su beneficio no pasa de ser un interesado, un egoísta y un cobarde. La caricatura de un Dios mágico, supremamente útil cuando la vida aprieta, no pasa de ser un ídolo. Llegó la hora de acabar con esa divinidad-sujetadora universal, el Dios de los beneficios territoriales y que, arbitrariamente distribuye su favor. El punto neurálgico que toca la espiritualidad del siglo XXI, no es tanto el ateismo como la idolatría.

2. No consigo mas creer que los milagros sean premios para el privilegio de pocos. Dios jamás podría comportarse como un intervensionista de micro realidades, resolviendo menudencias. ¿Cómo entender un gerenciador cósmico que no desbarata el ejército organizado por un dictador? La noción de la divinidad movida por una voluntad permisiva y cruel. No tiene sentido que él ayude a los suyos y haga la vista gorda a las multinacionales que lucran con remedios que podrían salvar vidas. El encadenamiento de la historia propuesto por la teología clásica implica la aceptación tácita de una razón eterna por detrás de todo. Forajidos como Idi Amin, Pinochet, Stalin y Bush cooperarían con el eterno propósito de Dios. De ahí Dostoievski pone en boca de Iván toda la indignación contra tal divinidad. Dios tendría que cerrar los ojos, selectivamente, hacia el sufrimiento de los niños. Después de describir el suplicio de una niña de cinco años que los padres azotaban y maltrataban sin razón y que tenía el cuerpo cubierto de moretones, Iván remata: “Toda la ciencia del mundo no vale las lágrimas de los niños. No hablo del sufrimiento de los adultos. Ellos comieron del fruto prohibido, ¡que el diablo los lleve! ¡Pero los niños!”
La gran mayoría de los evangélicos latinoamericanos cree que Dios abre puertas de empleos, ayuda a resolver causas en la justicia, realiza casamientos, pero no se interesa en terminar con la malaria o con el HIV. Ronaldo Muñoz afirma en su excelente libro, El Dios de los cristianos:

Ya no podemos, a la hora de razonar, entender a Dios como el gran relojero del mundo, que en el principio construyó su máquina y la dejó andar por los siglos con su lógica exacta e inexorable. Ya no podemos, tampoco, relacionarnos con Dios en nuestra vida como si él fuera el alma rectora del mundo, como si fuera el conductor sentado al volante del cosmos, responsable directo por los procesos y fenómenos del mundo y de cada accidente de nuestra vida, como si fuese el único que realmente crea y maneja los hilos, y todo el resto –inclusive nosotros– no sea sino “objeto” suyo e instrumento de sus planes.

 3. No consigo creer más que Dios mantiene el control absoluto de todo lo que acontece en el universo. No tolero imaginar una divinidad conspirando, en las sombras, con Auschwitz, Ruanda, Darfur, Irak y otras hecatombes humanas. No es concebible que él, semejando a un trapecista, precise darnos malditos de este lado de la historia; mientras, del otro lado, en la eternidad, tenga el diseño perfecto. ¿Cuál es el propósito de Dios en permitir que una bala perdida acierte a la cabeza de un muchachito camino al entrenamiento de futbol? ¿Por qué la nena quedaría cuadriplégica debido a la irresponsabilidad de un conductor borracho? Si el mal nos agrede, debe agredir a cualquier divinidad. Concuerdo con François Varillon: “en vez de procurar en Dios, a todo costo, la justificación del mal, ¿no será necesario descubrir a Dios en el propio centro de nuestra contestación y de nuestros esfuerzos por suprimir el mal o, por lo menos, superarlo?”  

4. No consigo más creer que la función primordial de la religión sea abrir acceso a lo sobrenatural para tornar la vida menos sufrida. La idea común entre cristianos intenta hacer de la religión un medio para controlar el futuro. Para muchos la fe precisa ser preventiva. Acreditan como verdad que los verdaderos adoradores se anticipan a los percances de la vida. Afirman que los hijos de Dios preveen –y anulan– accidentes; enfermedades o cualquier otro problema existencial. Concuerdo con Pulo Roberto Gomes en su obra El Dios Im-potente (Loyola): “La fe cristiana no niega el dolor, como el estoicismo; no se resigna, como el masoquismo; no abraza lo irremediable. Lo combate y procura darle sentido positivo a la Luz de Cristo”. Yo también acepto la fe como apuesta. Fe que no huye de la batalla, encara el drama de vivir e incita al coraje. 

5. No consigo mas creer en determinismo, fatalismo, karma, destino, oráculo, maktub. Después de leer y releer Eclesiastés en la Biblia, dejé de concebir un cosmos preciso y puntual como reloj de cuarzo. Dios creó el mundo con espacio para contingencias. Sin ese espacio, no seria posible la libertad humana. No abogo la pura aleatoriedad, todavía. Creo en un punto intermedio entre determinismo y absoluta casualidad. En ese intersticio, reside el arbitrio humano. Entiendo la libertad como vocación, nunca como don: mujeres y hombres reciben el propósito del Creador y se empeñan en construir, responsablemente, la historia. El porvenir no esta listo. La historia no fue preescrita. Recibir al Dios predestinador no se resume a aceptar el atributo de omnipotencia. Significa admitir que en la voluntad soberana no sobra espacio ninguno para la iniciativa creadora y para la auténtica responsabilidad. Un Dios de designios inmutables reduciría todo y todos a meros instrumentos suyos –más o menos concientes. Si él es el único autor y exclusivo protagonista del drama humano, el solitario conductor de la historia, los hombres y mujeres no pasan de peones en un vasto tablero de ajedrez.

Lo reconozco, puedo asustar, pero no voy a recular. Prefiero tornarme una metamorfosis ambulante. Es mejor no tener una opinión formada sobre todo. La constante fluidez de existir exige de mí una verdad pegajosa, nunca cristalizada como la del predicador que me inquietó –y que niego aquí. Ansío esa verdad. Ella se da en el camino. Por eso prosigo.

Soli Deo Gloria


 tomado de este enlace