lunes, 31 de agosto de 2009

Del que nos manda a estudiar

El sábado por la mañana, mientras preparaba algunas otras cosas, sobrellevaba el día entre el trabajo, el mate y la radio (infaltables compañeros). En el programa que escuchaba, estaba haciendo un poco de música el bajista uruguayo Daniel Maza (altamente recomendable), que, a la vez, era entrevistado por el conductor. De forma muy amena, entremezclaban charla con música produciendo un clima delicioso. En un momento de la conversación, el músico contó algo que me causó mucha gracia pero resume una situación muy real. Dijo, más o menos, lo siguiente (intentaré reproducirlo lo más fielmente que mi memoria me permita):
“En el barrio, a los más duros para la música, nos mandaban a tocar el bajo. Entonces te decían: ‘tocá acá; tum tum… tum; y ahora acá: tum tum… tum; y ahora: tum… tum’. Y así empezamos. Después vino Pastorius y tuvimos que ir todos a estudiar”.
Este relato risueño nos describe el impacto que Jaco Pastorius produjo en la interpretación del bajo eléctrico. ¿Qué hizo Pastorius? En primer lugar es un intérprete prodigioso. Y una de las cosas que hizo fue ‘retomar’ una característica antigua de instrumentos similares. Al bajo eléctrico le quitó los trastes. Con esto consiguió más pureza en el sonido (eliminando roces y zumbidos) y un matiz mayor en la posibilidad de cada notas. Sin embargo, la ausencia de los casilleros en el mástil del instrumento, demanda una capacidad técnica mucho mayor por parte del intérprete.
Esto no es una lección de música, ni una clase de bajo eléctrico (si intentara serlo sería pésima). Lo que pretendo resaltar es la mecánica del impacto de Pastorius. No inventó nada, a excepción de un estilo personal de interpretación. Pero retomó elementos ya existentes en la historia del propio instrumento, y los incorporó a la tecnología y la técnica contemporánea.
No pretendo en estas líneas otra cosa que resaltar y valorar la mirada retrospectiva pero desde la autoridad, desde el conocimiento, desde la capacidad, el respeto, la creatividad. Hay quienes tienen la habilidad y el rigor de mirar hacia atrás sin ponderarlo todo ni descalificarlo a la ligera. Y son muchas de esas personas quienes nos desafían, quienes exigen lo mejor de nuestra tensión y atención para comprender e intentar seguirlos. Muchas veces esta exigencia evidencia nuestra incompetencia en actitud, capacidad o conocimiento. Pero celebro, humildemente, a los ‘Pastorius’ que, desde vastos ámbitos nos desafían, nos cuestionan, y nos mandan a estudiar.
Y, ya que estamos, nos castigamos un poquito con unos minutos de este “monstruo” del bajo:

lunes, 24 de agosto de 2009

Sospechas reincidentes

Hace algunas semanas, un representante de un grupo con el que me reúno asiduamente, me pidió que tuviera unas charlas donde intente explicar el fundamento de algunas prácticas o creencias que tiene nuestra iglesia.
Más interesante que ir a cuestiones puntuales y seccionarlas, me pareció que podíamos internarnos un poquito en la historia del cristianismo y ver de qué manera muchos de los fundamentos de nuestra fe son el resultado de eventos históricos. Son la consecuencia de alguna controversia, de momentos en los que, ante un conflicto dado, la iglesia debió decidirse en un sentido u otro.
Me gusta mucho esta idea. Hay a quienes les genera un gran rechazo aceptarlo en estos términos. Pero, de alguna manera, somos un accidente. Somos el resultado de las decisiones (buenas y malas) hijas de situaciones que nos tocaron vivir. Y seremos, no sólo aquello que nosotros proyectemos y programemos, sino también lo que respondamos a las exigencias que la realidad nos oponga.
Pero ¿cómo?, entonces. ¿Y el Espíritu Santo no hace nada? ¿Nuestra historia es puro azar? ¿Dios no tiene nada que ver? Justamente, al mirar la situación de esta manera, nos damos cuenta que ‘aquel Dios’ infantil, alienado, dirigista, no tiene nada que ver.
Me complace más esta comprensión del obrar de Dios en la vida y la identidad de la iglesia. El Dios que sufre y lidia con nuestra misma historia y no que impone sus parámetros irrevatibles de manera unilateral.
Pululan, en la actualidad, los grupos que promueven a aquel Dios impoluto y trascendente que, como consecuencia, coloca a sus promotores y vicarios (ellos mismos, por supuesto) en igual nivel, en la misma categoría superior al resto de los mortales. Decía Paulo Freire: “El mundo no es, está siendo”. De igual manera la iglesia no es, está en pleno proceso. Cada uno de nosotros tenemos esperanzas por saber que no somos un producto ya terminado, que todavía hay espacio para el pulido, para la reforma, para la mejora o el perjuicio. El Dios que se embarra los pies y las manos en esta historia nuestra es el motor de la esperanza que nos sostiene y nos impulsa en este mantenernos en pie. Él no nos va mostrar el camino correcto con señales luminosas para que evitemos el sendero malo, porque no hay tal cosa como una realidad con sólo dos caminos posibles. Muchas veces todas las alternativas son buenas y en abrumadora cantidad de ocasiones no hay ni siquiera una que sea recomendable. Jesús dijo ser él mismo el camino, y la verdad, y la vida. Si él va con nosotros, el camino correcto no es algo que está afuera y hay que elegir, sino que es alguien que está con nosotros y debemos aprender de él en cualquier espacio que nos toque transitar, más allá de lo acertado o errático de nuestras decisiones.
Definitivamente estas sospechas me alejan de muchos.
Definitivamente estas sospechas me acercan a la esperanza.
Definitivamente estas sospechas nos desafían a una fe menos mágica, y nos desafían a acercarnos a Dios.

viernes, 14 de agosto de 2009

Desesperado: ¡Perdí mi libro!

Unos días atrás, durante un viaje en colectivo, dejé olvidado un libro que estaba leyendo y que, por tal razón, me quedó inconcluso. Esta es una situación anecdótica sin mayores relieves. El libro es una colección de relatos breves e independientes, y por ese motivo no me quedé con ningún final irresuelto. Aún así no pude superar la sensación amarga que me provocó haber perdido mi libro sin tener completa su lectura.
Entonces fui a la librería y compré otro ejemplar del mismo libro para poder terminar de leerlo, y para cerrar esa pequeña herida que no dolía, pero molestaba mucho.
¿Por qué se produce esta ausencia ante la falta de un objeto del cual se puede prescindir completamente, o –mejor aún– reemplazar por otro? ¿Qué me une a esa lectura para salir a reparar lo que no debería ser sino un incidente intrascendente? ¿Qué tipo de vínculo se genera con el objeto libro, o con la lectura, o con el texto, que no alcanzo a reconocer pero que su falta pone en evidencia?
Afortunadamente, a pocas páginas de andar, en mi retorno al interior de aquella lectura, el propio libro me proporciona algunas pistas.
“La máquina de Lulio, el temor de Mill y la caótica biblioteca de Lasswitz pueden ser materia de burlas, pero exageran una propensión que es común: Hacer de la metafísica, y de las artes, una suerte de juego combinatorio. Quienes practican ese juego olvidan que un libro es más que una estructura verbal, o que una serie de estructuras verbales; es el diálogo que entabla con su lector y la entonación que impone a su voz y las cambiantes y durables imágenes que deja en su memoria”.
Jorge Luis Borges,
Nota sobre (hacia) Bernard Shaw, Otras Inquisiciones

miércoles, 12 de agosto de 2009

Acostumbramientos y deshumanizaciones

Con los “sospechantes” que se sumaron a comentar en la entrada anterior, el tema se fue para un costado que me hizo recordar esta composición del grupo argentino Arbolito, que ahora comparto para los paseantes de estos rumbos sospechosos y sospechables.Tal vez nos dispare nuevas ideas, mayores reflexiones o mejores conductas.

domingo, 9 de agosto de 2009

alegórico a la fecha

Este domingo 9 de agosto se celebra, en Argentina, el día del niño. Linda fecha para homenajear a los chicos, para festejar con ellos, pero también para tener ‘la neurona’ despierta para no dejarnos arrastrar por las estridencias de la ocasión. Comparto un texto que escribió Osvaldo Wehbe, quien es un periodista deportivo, pero que con mucha sensibilidad suele meterse en estas cuestiones de la contingencia social de nuestras tierras. Estas líneas las escribió en el año 2002, y sin embargo son de una actualidad que impacta.

SEMÁFOROS DE LA VERGÜENZA
Osvaldo Alfredo Wehbe
Son, en número, casi como los semáforos. O más. Cada vez que uno para a la orden de la luz roja, de a uno o en ramilletes, aparecen niños y niñas con un trapo en la mano, con algo para limpiar el vidrio. Una mezcla de trabajo y mendicidad, una forma de estar en carrera. Bien de atrás, pero estar. Y uno baja el vidrio, la ventanilla, estira la mano, les da una monedita, un caramelo, charla dos palabras con ellos (que si sos de River o de Boca, si no tienen frío, si van al colegio) y chau, ¡cuidado que está en verde!; ¡apurate, correte que te voy a atropellar...! Y salimos hacia alguna parte. Si miramos por el espejo retrovisor, veremos que siguen allí. Que forman parte de la esquina. Que esperan el rojo del semáforo como a una película de dibujitos animados. Que es ese el momento en el cual pueden recibir algo para llevar a casa, para comer, para que otros beban, para que sus hermanitos tomen la leche, si es que en el final de la jornada alcanza. Es el producido de algo así como los planes trabajar para niños. Sólo que no los paga el gobierno, sino los detenidos por el semáforo. Es una ayuda social más, que avergüenza. Sí, que da vergüenza. Palabra definida en el diccionario como deshonra, humillación, oprobio. Cosa indigna o escandalosa. Y que otra cosa es sino ¡vergüenza! el hecho de ver a los padres de familia haciendo largas colas para percibir la “generosidad” de los políticos que se llevan la parte de león. Desocupados, vaciados de dignidad en la mayoría de los casos (hay algunos a los que vivir de la política les sienta bien), recibiendo un puñado de bonos que guardan en el bolsillo y salen sonrojados de incomodidad. Lo de los chicos se ve distinto. Es como si en medio del cuadro, ellos se jugaran la vida. Corriendo en el campito aledaño a la villa miseria, metiendo goles igual que Saviola o Riquelme, riendo, peleando, cubiertos de la misma tierra de los niños que están bien; la tierra de los juegos y la alegría.
Sólo que cuando el sol baja, cuando los nuestros se bañan o cenan, hacen los deberes o ven televisión; los muchos, miles, más de los que suponemos, mantienen la incertidumbre sobre la comida y el abrigo y cada vez están más lejos de la educación y la salud, del bienestar y la dignidad.

Cuando se está leyendo este m
odesto mensaje se estará festejando el día del niño. Y junto a los festejos “normales” de vuestro hogar, del mío, del tuyo, se organizarán colectas, rifas, almuerzos, chocolates, para agasajar a los “chicos pobres”. Y está bien, claro. El propósito es honesto y plausible. Pero, lamentablemente, cuando termina el día, cuando la gente que organizó levanta las mesas, acomoda las sillas, barre el salón, la similitud con el arranque del auto en el semáforo, es inevitable. Los niños comieron, bebieron, jugaron, recibieron un presente, pero cuando cae la tarde, ya querrían que mañana hubiese otro día del niño. Es dejar el lugar de la fiesta y con un imaginario espejo retrovisor verlos todavía allí como preguntándose: ¿Y ahora?
No va más. No puede ir má
s. No podemos cargar con la vergüenza los medianamente sensibles y continuar con su indiferencia los absolutamente culpables. Obliguemos al señor enviado del Fondo a que conviva con los semáforos una tarde, a que duerma en pequeñas piezas llenas de hombres, mujeres y niños, que se abrigan unos a otros, en las jornadas en las cuales otros argentinos (con o sin méritos morales) llenan las pistas de esquí de la cordillera. Traigamos a los dueños de los cargos perennes, para que sus hijos concurran un mes a las escuelas públicas derruidas y de allí que vayan a limpiar parabrisas. Para que sus mujeres hagan filas desde el amanecer en un hospital para intentar ser atendidas por un ginecólogo maldispuesto y con trabajo cada vez más incómodo, en condiciones deplorables en cuanto a insumos y servicios. No sería injusto, no se horrorice. No al menos respecto a lo injustos que son los organismos internacionales con los países pobres y los dirigentes corruptos con su propio país. Un país que en cuanto a su niñez, da vergüenza. Da apuro. Pone colorado. Y no vengamos a decir “no hay nada que hacer... ya es tarde”. Muy por el contrario, queda todo por hacer. Queda mucho por cambiar y limpiar. Y respecto a los niños, a los que corretean por la vida sin detenerse a pensar en el hoy o en el mañana, es un deber de hombre, una condición de mujer, rebelarse y acabar con una situación que, cuando aceleramos en el semáforo, sigue viviendo en el espejo retrovisor, que cuando terminamos la colecta continúa estable de hambre y de carencias. No podemos saciar nuestra sed de justicia con una monedita, un juguete o un alfajor. Pisamos una tierra demasiado rica para seguir aceptando dádivas de los que se hacen los buenos desde el gobierno, entregando migajas en lugar de herramientas a los padres y sacándose fotos con los chicos en un acto de este domingo, después del cual, se van a lavar las manos. Aunque nunca podrán limpiar su alma. Es nuestra obligación hacérselo notar.

Sumamos a Quino y a Rubén Rada que nos vengan a dar una mano en esta pretendida celebración de Día del Niño

sábado, 8 de agosto de 2009

Me gustó mucho y lo colgué

Me pareció un puntapié inicial más que interesante para arrancar a debatir, a pensar, o a intentar cualquiera de estas cuestiones. Así que tomé esta imagen del sitio de Ricardo Gondim y la comparto aquí.

“Propongo una espiritualidad menos mágica y más responsable. La idea de un Dios intervencionista que invade a todo instante la historia para rescatar a sus hijos, dándoles alivio, abriendo puertas de empleo y resolviendo querellas judiciales, terminó produciendo creyentes alienados, sin responsabilidad histórica y sin iniciativa profética”.

jueves, 6 de agosto de 2009

Paraleliando

Me gusta reconocer estas ideas redundantes que desde diferentes ámbitos y con matices propios se proponen, y que, a medida que descubro, voy asociando. Especialmente cuando coincido con el concepto que abrigan tales expresiones. Cuando, en estos días, charlábamos con diferentes amigos acerca de la felicidad y veo cómo muchos encuentran que las ideas, las conductas, las convicciones, hasta Dios mismo, deben existir con el sólo propósito de hacernos felices, se me ocurrió armar esta pequeña recopilación. No pretendo tener razón, sólo mostrar algo que no corre sólo por mi cuenta.
La vida es injusta. No hay una compensación equitativa en relación al bien, la destreza, la virtud, o la pasión que alcance a demostrar. Pero bajo ningún aspecto eso amerita retirarse a llorar nuestro pobre destino existencial. Algunos se conformarán con limitarse a mercaderes de pequeños placeres, yo creo que somos llamados a mucho más que eso: somos llamados a vivir como seres humanos.

martes, 4 de agosto de 2009

ráfagas de aire puro

Desde hace tiempo intento encontrar ejemplos más o menos gráficos y reales de situaciones en que la iglesia responda a la altura de las exigencias del momento. Todos sabemos de las actuaciones reprobables de los cristianos una y otra vez a lo largo de la historia. Es sumamente importante tener presentes tales decepciones para aprender y evitar seguir tropezando con las mismas piedras. Lejos de lo que muchos podrían suponer no son pocos los casos de cristianos que aislados, con el apoyo de la institución, o en representación de ella, han demostrado con valor e idoneidad su atinada respuesta a la contingencia. Sigo en la búsqueda, no para hacer promedio, sino para aprender, para crecer, para apoyarnos sobre hombros sólidos a la hora de intentar nuevas distancias.

La mención de Tzvetan Todorov que unos días atrás hizo el bueno de Ulises, me dejó el nombre rondando en la cabeza. Estaba absolutamente convencido de no haber leído nada del caballero en cuestión pero me sonaba conocido, y no por tener posibilidades de ser algún personaje de novela de Dostoievsky. Finalmente apareció. Hace algunos años ya, fue mencionado por Leonardo Moledo en un artículo del diario página 12, que me había llamado la atención y que cité en un modesto programa de radio que ponemos en el aire por nuestra bienamada María Ignacia. El artículo se llama “Una historia que merece ser contada”, y coincidiendo con tal enunciado es que decidí subirla al blog.

Una historia que merece ser contada
Por Leonardo Moledo

En su libro La fragilidad del bien –cuyo título, desde ya, remite de inmediato a la banalidad del mal arendtiana– Tzvetan Todorov rescata el destino de los judíos búlgaros durante la Segunda Guerra Mundial, que integraban hacia 1939 una comunidad de unas cincuenta mil personas, menos que el uno por ciento de la población, una proporción semejante a la de Italia y Alemania, con un alto grado de integración.
En verdad, es una historia que merece ser contada, que atrajo la atención de Hannah Arendt y que puede servir de paradigma sobre las cosas que ocurren y que deberían ocurrir bajo una dictadura feroz, en este caso, la del rey Boris III y su primer ministro Filov, decididamente pro-nazi, y que había modelado la alianza alemana.
En 1940, debido al contagio o a la presión de la Alemania nazi, o a sus propias convicciones, el gobierno hizo vot
ar en la Asamblea Nacional la Ley de protección de la Nación, que imponía a los judíos severas restricciones: pérdida en muchos casos de sus viviendas, trabajos forzosos y, por supuesto, el uso obligatorio de la estrella amarilla.
Fue sólo el primer paso. En 1942, y como premio por la colaboración en la campaña conjunta sobre Yugoslavia y Grecia, Hitler concedió a Bulgaria la ocupación de Tracia y parte de Macedonia en Grecia; el gobierno promovió una legislación ad hoc que concedía a los habitantes de esas provincias la ciudadanía búlgara, con excepción de los judíos, como primer paso hacia su deportación, que no tardó en concretarse. Más de once mil trescientos judíos griegos fueron entregados a las garras de Eichmann, que los envió a las cámaras de gas de Auschwitz y Treblinka. Era obvio que las deportaciones se extenderían inmediatamente a Bulgaria.
Y aquí es donde la historia de los judíos búlgaros se aparta de la del resto de Europa (salvo Holanda) y se erige en modelo universal. Porque la noticia de que se avecinaba una deportación
masiva provocó también una reacción masiva. En la capital, Sofía, estallaron grandes manifestaciones callejeras en contra de la deportación, lideradas por los jefes de la Iglesia Ortodoxa Búlgara. Stefan, el metropolitano de Sofía (equivalente a un arzobispo en la Iglesia Católica), envió telegramas de protesta al rey, y Cirilo, el metropolitano de Plovdiv, según se dice, amenazó con acostarse en los rieles delante de los trenes que transportaran deportados.
El rey y su primer ministro, empero, sigui
eron adelante con su política. Pero cuando los judíos de Kyustendil, una ciudad cercana a Sofía, fueron arrestados, se presentó en la capital una delegación de los ciudadanos prominentes para apelar directamente a Dimitur Peshev, el vicepresidente de la Asamblea Nacional.
Ahora bien, Dimitur Peshev era un político de la derecha radical gobernante –la Asamblea Nacional era casi un apéndice del Ejecutivo– y sin embargo, él y otros cuarenta y dos diputados, ar
riesgando vidas, haciendas y carreras políticas, firmaron una declaración en contra de las deportaciones. Mientras tanto, el metropolitano Stefan invitaba al Gran principal rabino de Bulgaria a vivir en su casa.
El rey Boris y el primer ministro Filov vacilaron. Incapaces de enfrentar la reacción generalizada, postergaron las deportaciones y casi inmediatamente las suspendieron, enfrentando a los alemanes. Ninguno de los tristes trenes de la muerte partió de Bulgaria desde agosto de 1943.
En realidad, las primeras protestas habían estallado antes, cuando se votó la Ley de Protección de la Nación. Los
intelectuales más conocidos de Bulgaria firmaron un manifiesto, e inmediatamente llovieron manifiestos de organizaciones profesionales, políticas y religiosas ante la Asamblea Nacional. La ley se promulgó de todas maneras, pero fue boicoteada por la población. Tanto los funcionarios como el público y los propios judíos ignoraron la obligación de llevar la estrella de David.
Fue la decisión de la población en 1943 y básicamente la firme postura de la Iglesia Ortodoxa, la que impidió el genocid
io de los judíos búlgaros. Casi no vale la pena hacer comparaciones con el papel del papa Pío XII durante el Holocausto, o la vergonzosa actitud de la Iglesia argentina durante la dictadura militar. Pero es una historia que en general se ignora (dado que el posterior gobierno comunista de Bulgaria la borró puesto que había sido obra de un partido de derecha), pero es una historia que merece ser contada. Por eso, siguiendo a Todorov, se cuenta aquí.